Cuando Spock nos hizo sentir pánico por el 'efecto 2000'

2 de marzo de 2015
2 de marzo de 2015
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Portadas del 2 de enero del año 2000. «La Nochevieja del milenio se vivió sin desastres informáticos», se lee en la portada de El País, que el día anterior, como todos los demás periódicos, no ha tenido edición por ser festivo. «El Efecto 2000 se queda en nada», confirma ABC. «El año 2000 llega sin efectos secundarios», recalca El Mundo.
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En páginas interiores, el diario de Prisa relataba la tensa acogida que brindó «el búnker de Moncloa» al nuevo año. Técnicos y miembros del Ejecutivo compartieron, en un reciento a «siete pisos bajo tierra», una «extraña cena de Nochevieja: sin la familia y trabajando». A las doce, brindaron con los componentes de los comités de emergencia ministeriales «por videoconferencia». La tensión se cortaba con cuchillo. «Tomamos las uvas y no las tomamos», relataba uno de los presentes al periódico. Igual estaba media España, y medio mundo.
Los llamados milennials recordamos todo aquello vagamente. No terminamos de entender el pánico global y desproporcionado que cundió a cuenta de un par de dígitos. Medio mundo temía el cambio de siglo: el apagón de todo lo que estaba controlado por ordenadores, por chips que no lograrían procesar el año nuevo. Cuando miramos hacia atrás solo vemos una falsa alarma muy ruidosa y extremadamente cara: más de 200.000 millones de euros a nivel mundial, según la consultora IDC, y 900 millones en España (casi la mitad, dinero público).
«El progreso es y seguirá siendo un binomio definido por los retos y los riesgos», escribía el vicepresidente del Gobierno, Francisco Álvarez-Cascos, en las páginas del diario ABC. Trataba de zanjar la polémica, no sin cierto componente lírico: «Mientras las ecuaciones del progreso nos sigan demostrando que la capacidad humana está en condiciones de controlar los riesgos […], las mujeres y los hombres podremos seguir presumiendo de la condición de seres superiores de la Creación… a pesar de que el tiempo continúe desbordándonos. Precisamente por eso, la condición de profeta seguirá perteneciendo a lo sobrenatural».
Uno de esos profetas sobrenaturales, tal vez el más querido y recordado, acaba de dejarnos. Se llamaba Leonard Nimoy, y todos los amantes de la ciencia ficción lo veneraban por su célebre interpretación del mestizo espacial (mitad alienígena, mitad humano) más famoso de todos los tiempos: el primero capitán y luego comandante Spock.
El personaje engulló a la persona, cuya larga y próspera vida concluyó el pasado viernes a los 83 años por culpa de una enfermedad pulmonar. Spock seguirá viviendo en el recuerdo, sí, pero Nimoy también merece un homenaje por sus papeles menores; más aún, por los peores. Se cuenta entre alguno de estos últimos la guía de supervivencia que de algún modo le convencieron para presentar en 1999. «Apocalíptica» es el adjetivo más cortés que podemos dedicarle.
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Casi una hora de terror inyectado a través de la retina y el oído, en forma de imágenes y sonidos aterradores, desde la comparación inicial con la Atlántida y su ocaso – con una banda sonora a medio camino entre lo espacial, el horror show y la peli cutre de hackers – hasta el tecnófobo colofón final, una invitación velada al neoludismo que culpa a los humanos y su irreverente progreso de todos los males. Todo ello aderezado por imágenes de chips con malas pulgas y ceros y unos que suben y bajan como en Matrix (aunque no son verdes).

Tras el aperitivo histórico comienza un desfile de expertos catastrofistas que se alternan con rótulos alarmantes, sin voz en off, siempre sobre imágenes de ciudadanos indefensos y alertando del colapso inminente de la sanidad, el sistema financiero, la industria energética o los transportes. Un «vamos a morir todos» orquestado al ritmo de un pitido cacofónico que taladra los oídos y se mete en el cerebro, igual que pretende hacerlo el mensaje manipulador de la cinta.
Llega así el momento álgido, alrededor del minuto 18. Mientras la gente celebra alegre y despreocupada la llegada del Año Nuevo, y la música se vuelve cada vez más estridente e insoportable mezclada con sus gritos, el reloj de una CPU gira marcando cada golpe que asesta la voz de Nimoy. Crónica de un colapso global anunciado:

El de Nimoy tan solo es uno de los muchos documentales que cebaron con pánico ese anzuelo global que tantos y tantos crédulos mordieron. Para un milennial es fácil decirlo, claro, y más ahora que han pasado quince años, pero fue el actor quien tuvo que poner su tan querido rostro. Nada de partírselo: no es Spock, pero esta versión yanqui de Fernando Arrabal también tiene su punto.

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