Creo que fue a mediados de 2010. Yo llevaba algunos meses como autónomo y colaborando con algunos medios como periodista freelance. Entre ellos había uno en el que me sentía especialmente cómodo: me compraban temas de política, de economía, de tecnología… Además, mis enfoques les encajaban y, por más que a veces yo me empeñase en tocar temas delicados, rarísima vez me decían que no.
Tras unos meses colaborando con ellos, pensé que sería buena idea dejar de mandarles piezas sueltas y proponerles algún proyecto un poco más grande. Desde que empecé a trabajar como periodista siempre he sido bastante independiente y medianamente (solo medianamente) talentoso, con lo que siempre he preferido dirigir pequeños proyectos en vez de limitarme a ejecutar órdenes sin más. (Vale, esto es una forma eufemística de decir que soy autónomo porque como empleado no hay quien me aguante, pero ese es otro tema.)
Teniendo en cuenta mis inquietudes y mi forma de hacer las cosas, un día pensé que a ese medio le vendría bien potenciar su canal de vídeo online, así que me decidí a prepararles un proyecto y hacerles una propuesta. Planifiqué todo: a qué tipo de público iba dirigido, si ese público era o no el habitual del medio, cómo íbamos a conseguir audiencia nueva, a quién íbamos a sacar en los vídeos, cómo podríamos monetizar el contenido… Se lo mandé al director, le echó un ojo y me dio cita: «Vente el jueves, que el editor quiere verte».
Dos días y un viaje en AVE después, me planté en la redacción y conocí al editor del medio. Y sus primeras palabras no pudieron gustarme más: «Me encanta que nos hayas mandado esto, porque justo llevamos un tiempo pensando en empezar a hacer vídeos propios». Un gran comienzo, ¿verdad? Pues no, porque la frase tenía una segunda parte: «Me encanta que nos hayas mandado esto, porque justo llevamos un tiempo pensando en empezar a hacer vídeos propios… pero chico, es que esto no hay por dónde cogerlo».
Tras la primera hostia, llegaron las demás, que fueron aun peores: «Es que mira, vamos a leerlo. Esto que dices aquí no es así, esto de aquí también es mentira, en esto otro te equivocas si piensas que funciona así, esta otra frase la habrás leído en el blog de algún gurú de pacotilla, pero es una chorrada [qué cabrón, cómo me caló]… Mira que queríamos hacer algo de vídeo, pero no esto». Tras el vapuleo, el hombre quiso animarme: «Pero oye, que me encanta que nos hayas propuesto esto, joder. Tú sigue con lo de ahora, tus artículos y tal, que nos encantan». En fin, tuve que tomarme aquello como un mediano consuelo.
Seguí colaborando con el medio durante todo el año siguiente. Hasta que un día, el director me volvió a decir: «Pásate mañana, si puedes, que queremos hablar contigo». Cuando llegué a la redacción, el que me estaba esperando no era el director, sino él: el editor. El señor que, con toda la amabilidad (y toda la razón, pienso ahora) del mundo, vapuleó mi propuesta anterior.
[pullquote class=»left»]«Por cierto, que sepas que este puesto de trabajo no te lo has ganado hoy, sino hace un año. Te lo ganaste el día que, con tus santos cojones te plantaste aquí y, en vez de mandarnos un CV o seguir mandando artículos sueltos, nos ofreciste hacer un proyecto entero»[/pullquote]
Me senté con él y fue al grano. En el periódico estaban preparando una sección nueva y querían que la llevase yo. La verdad es que me extrañó, ya que era una sección de cuya temática yo no había escrito en mi vida. Según me hablaba me iban viniendo posibles ideas a la cabeza, pero seguía sin ser suficiente. Para poder sacar esa sección adelante tendría que aprender unos conceptos económicos en los que ahora estoy especializado, pero de los que por aquel entonces no tenía ni pajolera idea.
Cuando me seguía comentando la oferta y yo estaba a punto de ser honesto y decirle que un delfín con sombrero sabría más de esos temas que yo, me dijo: «Por cierto, que sepas que este puesto de trabajo no te lo has ganado hoy, sino hace un año. Te lo ganaste el día que, con tus santos cojones, te plantaste aquí y, en vez de mandarnos un CV o seguir mandando artículos sueltos, nos ofreciste hacer un proyecto entero. Ahí me di cuenta de que eres independiente y puedes trabajar y aprender por tu cuenta rápidamente. Sé que nunca has escrito de los temas de los que quiero que escribas ahora, pero estoy convencido de que vas a aprender enseguida».
Y la verdad es que así fue. Los dos o tres primeros días tuve algo de ayuda, pero al cuarto tuve que empezar a hacérmelo yo todo. Y, por suerte, la cosa salió bastante bien.
De cuando en cuando suelo contar esta anécdota entre amigos o cuando doy algún taller de periodismo freelance. No lo hago para que mis alumnos admiren mi mastodóntico talento (que ni está ni se le espera), sino para convencerles de dos cosas. En primer lugar, que el ‘éxito’, lo definamos como lo definamos, no tiene dos o tres ingredientes, sino mucho más. Demasiados. Y cuando te dedicas a montar proyectos, sean del tipo que sean, puede que el proyecto salga mal, pero eso no significa que te falten todos los ingredientes. Puede que estés fallando tú, o el proyecto, o su enfoque, o la forma de hacerlo rentable… pero seguro que varios ingredientes están bien, y antes o después podrás emplearlos de otra manera.
En segundo lugar, que, poco a poco, las relaciones laborales están cambiando. Por suerte para todos, cada día hay más jefes (sobre todo en el ámbito digital) que no se centran en mirar CV´s en PDF, sino en observar las habilidades que tiene cada persona y ver de qué manera esas habilidades pueden encajar en su empresa. Y si fallas en una cosa, puede que aciertes en otra.
Solo se trata de diagnosticar lo que va mal, conservar lo que va bien e intentarlo de nuevo.
El día que me gané un puesto de trabajo (sin yo saberlo)
