La norma que dice «Dejen salir antes de entrar» y que se aplica en ascensores, tiendas y medios de transporte público es la misma que rige en los cementerios, lugares de vida que cumplen una función religiosa, social y cultural, en los que, para que entren nuevos difuntos, antes tienen que salir los restos de los viejos. Si en los puertos de carga los gruistas mueven los contenedores para hacer hueco y encajarlos de manera óptima en los muelles, en los cementerios los enterradores hacen algo parecido por medio de las inhumaciones y las exhumaciones, con sus manos enguantadas, un puñado de herramientas y delicadeza. Los cementerios son lugares tranquilos, pero en los que en los más grandes hay mucho ajetreo.
El trabajo de operario de cementerio, también conocido popularmente como enterrador o sepulturero, inspira más morbo que agradecimiento. Desde 1989 ese es el trabajo que Miguel Valero Fraile (1972) desempeña en los 13 cementerios municipales que gestiona la empresa Servicios Funerarios de Madrid (SFM), entre los que está el de La Almudena.
Miguel estaba estudiando y listo para realizar una prueba de acceso en el servicio de limpieza del Ayuntamiento de Madrid. Entonces, un amigo del instituto le comentó la posibilidad de trabajar en el cementerio como enterrador. Era un puesto que nadie quería ocupar, pero a Miguel eso le dio igual y probó a ver qué tal. No sabía nada al respecto de sus funciones. Por no saber, cuenta que no sabía ni coger una pala. De albañilería y psicología ha aprendido con el paso del tiempo. En silencio y escuchando.
El empleo de enterrador va más allá de recibir la caja o ataúd, introducirla en un nicho o bajarla y depositarla en el fondo de la tumba, y cerrar uno y otro colocando rasillones, unos ladrillos cerámicos de escaso grosor (2 o 2,5 cm). Es un empleo que requiere fuerza física y entereza emocional. Valero explica que hacen falta cuatro personas, dos a la cabeza y dos a los pies, para cargar los 120 kg que suelen pesar el ataúd y el cuerpo que aloja en su interior. El cuerpo en cuestión hace que un enterramiento sea menos o mucho más doloroso.
Miguel y sus compañeros no siempre entierran a una persona mayor que ha muerto por causas naturales. También entierran a personas que han fallecido de manera trágica (en un accidente de tráfico, aéreo, asesinadas, en un atentado terrorista y en una pandemia), a unos padres que dejan huérfanos a sus hijos muy pequeños y a niños. Los enterramientos de niños, cuenta, son los peores por ser algo antinatural, e intenta evitarlos, aunque no le queda otra que hacerlos. Confiesa que uno termina acostumbrándose, pero no deja de ser duro. Tanto que hay gente que no ha aguantado y lo ha dejado al poco de empezar. Él se centra en hacer su trabajo, y después de su jornada laboral desconecta y vive su vida. Ya ni repara en los epitafios.
Al principio, cuando uno es nuevo en el oficio, explica Miguel, no se tiene trato directo con los familiares del difunto durante el entierro. Ese contacto se adquiere con el paso del tiempo y se aprende a tratar con ellos fijándose en cómo lo hacen los compañeros más veteranos. Mientras la cuadrilla de enterradores trabaja, son conscientes de que los familiares del fallecido están atentos a lo que ellos hacen. Sin embargo, ellos se abstraen y se centran en hacerlo bien y con respeto. En ocasiones tienen que lidiar con reacciones inesperadas, como que alguien se eche sobre el ataúd y tengan que retenerlo.
Miguel empieza su jornada comprobando las unidades de enterramiento que tiene ese día (normalmente cuatro) y el siguiente (otros cuatro) para tenerlo todo controlado y en condiciones. De media son muchos más, hay más días de diez que de cuatro.
Los enterramientos pueden ser en sepultura o en nicho (más económicos). Luego, junto a sus compañeros, tienen que limpiar y preparar todo lo necesario para realizar el entierro de forma correcta y respetuosa. Sus herramientas de trabajo son palas, cuerdas, cepillo, picos, azadones, yeso, cubo, paleta, llana, destornillador, silicona, cintas de sellar y esportones para la exhumación o reducción (operación que se realiza para dejar hueco en el cementerio y para trasladar el cadáver a otro lugar o a otra localidad, o por orden judicial para una investigación).
Actualmente hay disponibilidad de diferentes tipologías de unidades de enterramiento en los cementerios municipales de Madrid y se hace una previsión que en ocasiones supone construir nuevas unidades sin necesidad de exhumar. En el único cementerio municipal donde se están realizando exhumaciones es en el cementerio Sur-Carabanchel, y son nichos temporales de diez años.
En realidad, actualmente, en los cementerios municipales de Madrid todas las unidades de enterramiento son concesiones administrativas temporales, no solo los nichos. Solo algunos tipos de estas concesiones temporales son renovables; en concreto, los nichos de diez años, los nichos de treinta años y los panteones o mausoleos. Al vencer el plazo, a los familiares les toca o renovar el contrato o trasladar los restos a otro nicho o incinerarlos. Si nadie reclama dichos restos, que se guardan durante un tiempo en el osario, se depositan en la fosa común del cementerio.
Para Miguel, las exhumaciones, las reducciones, «son lo más desagradable, porque cada cuerpo es diferente». No saben lo que se van a encontrar una vez abran el ataúd, depende del tipo de caja, de la unidad de enterramiento, la humedad o la sequedad del ambiente. Miguel se puede encontrar cuerpos convertidos en huesos (los más antiguos), momificados (en zonas secas) y descompuestos (zonas húmedas). Las exhumaciones no solo son más desagradables que las inhumaciones, también son más exigentes físicamente. Hay que tener presente que las sepulturas tienen una profundidad de 2,10 o 2,20 metros de profundidad.
Desde que él empezó a trabajar, la técnica de enterramiento no ha cambiado. Se siguen usando las mismas herramientas (pala, carretilla, rasillones, cuerdas) y se siguen necesitando cuatro personas equipadas con fajas, guantes y mascarillas. Lo que sí ha cambiado es la prevención y la cantidad de trabajo, que ha disminuido. Ahora los enterramientos representan el 40% y las incineraciones el 60%.
Cuenta Miguel que si antes enterraban a unos 9.000 fallecidos, en la actualidad son muchos menos, aunque ahora también entierran urnas con cenizas. Cenizas que lo habitual es que los familiares esparzan en el Jardín del Recuerdo y en el Parque de las Mariposas, un lugar de duelo perinatal al que los padres que han perdido a su hijo o hija antes del parto o al poco de nacer pueden acudir.
Valero, que ha participado en la reinhumación de Franco, dice que lo que más le ha marcado han sido los entierros de las víctimas del 11M, el de los del accidente aéreo de Spanair y el de los de la pandemia de la Covid-19. En aquella primavera de 2020 recuerda que trabajó tanto como lo hizo cuando empezó en los años noventa: unos 120 entierros al día. Eran tantos que entraba al amanecer y se iba a casa al anochecer.
De todo aquello no se olvida. «Dolía mucho ver entierros en los que solo había una persona y que no se podía apoyar en nadie». Por eso lo hacían en ellos y les contaban la vida del fallecido.
Igual ha llegado el momento de escuchar lo que tienen que contar trabajadores como Miguel, a los que no se les aplaudió durante la pandemia. Tampoco después. Tampoco ahora.