En la historia de la cultura, el Arte y la Naturaleza han jugado a entenderse o desentenderse periódicamente, con los más variados instrumentos. Con las actuales máquinas fotográficas podemos simular, por ejemplo, la penetrante visión del ave rapaz y así acabamos descubriendo realidades paralelas ocultas a nuestra visión natural.
En el ojo fotográfico de Rafael Ojea late ese impulso ancestral por internarse en los secretos de la naturaleza. La naturaleza de la ciudad, en su caso. Una de las preocupaciones de este brillante aficionado de Vigo son las aves urbanas, esas especies que ocupan los huecos que los humanos dejamos disponibles: los aleros, cornisas y adornos que rematan toda clase de edificios; las manchas vegetales -oficiales o espontáneas- que salpican la ciudad. Un mundo propio con sus propias reglas y horarios.
Con paciencia de sabio humanista y la pasión de un romántico, Rafael Ojea nos descubre escenas que transcurren en ese cercano más allá.
Instalado por ejemplo frente a la monumental arquitectura del antiguo teatro «García Barbón«, obra del genial Antonio Palacios (autor del Palacio de Comunicaciones, en Cibeles), es testigo del momento excepcional en que los vencejos se posan (más bien «aterrizan») para anidar.
Es la única vez que toman tierra estas aves que viven en vuelo permanente. Un leve planeo, un ejercicio preciso de inercia y unas patas de emergencia, consiguen el pequeño milagro.
Pero entre la fauna urbana retratada por Rafael Ojea, los gorriones ocupan un lugar privilegiado. Es imposible permanecer indiferente ante el desparpajo y la expresividad de la más pequeña de nuestras aves urbanas. Lo que no podíamos imaginar es que esas pequeñas bolas de plumas ejercieran de agentes de marqueting en la sombra… de un parque.
En una fuente de la Alameda viguesa, que limita al norte con un recién inaugurado hotel cinco estrellas con spa y amplio catálogo de servicios de hidroterapia, los gorriones ofrecen cada verano su propia teoría balnearia.
Las fotos que acompañan este texto pueden ilustrar sin duda el baño de un gorrión, pero también un manual de autoayuda sobre la construcción del paisaje emocional o un innovador proyecto de marqueting singular. Un simple pajarraco nos ofrece la solución. Sólo hay que sumar un entorno, un momento, un atrezo, una técnica precisa y una buena compañía para conseguir el resultado apetecido: la atmósfera del bienestar.
¿Azar o intencionalidad? ¿Es la naturaleza o bien una sofisticada experiencia de marqueting emocional, pilotada por unos expertos con traje de plumas?
Viendo el catálogo de habilidades hidroterapéuticas que despliegan los gorriones apenas a unos metros del hotel-spa, nos invade la sospecha: ¿es rentable la cháchara publicitaria convencional o basta con invitar al cliente a darse una vuelta por el parque?
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Xabier Viana
Periodista freelance y guionista
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El marqueting de los gorriones
