El placer de decir NO

13 de agosto de 2015
13 de agosto de 2015
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Pruebe usted a decir «no» en circunstancias en las que todo el mundo diría «sí». El subidón de adrenalina es brutal, adictivo y edificante. Diga «no» de manera sistemática y automática. Es una sensación maravillosa, la mejor y más barata manera de recuperar la autoestima dañada, no se deje engañar por coachs, monitores, sacacuartos 2.0, gurús, charlatanes, chamanes, psicoanalistas y otros mercaderes del alma. Niéguese, alto y claro.
El «sí» conduce a la ruina, al descrédito, a la irrelevancia o a las preferentes que colocó Bankia a los jubilados. Por ejemplo, los referéndums se han diseñado para que siempre gane el «sí», como de hecho suele suceder. ¿Recuerdan en qué quedó aquello de «¡OTAN no, bases fuera!» tras pasar por las urnas?
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La historia de la humanidad se ha edificado sobre personas que en algún momento crítico de sus vidas han sabido decir «no».
Hay que ir un paso más allá de Bartleby, el escribiente ideado por Herman Melville, que siempre respondía ante cualquier requerimiento: «Preferiría no hacerlo» y, en efecto, no lo hacía.
Es más fácil decir no, sin rodeos, sin paliativos, sin paños calientes.
—¿Quieres que te chupe la polla?
—No.
—Te invito a un crucero.
—No.
—¿Me prestas cien euros?
—No.
—Apúntate a un gimnasio, que estás más fofi que sano.
—No.
—¿Quieres que te recomiende a mi psiconalista? Es fantástico.
—No.
—¿Tostadas, churros, huevos revueltos, pan con tomate?
—No.
—¿Por qué no te vas a la mierda?
—Porque no.
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Diciendo «no» usted ahorrará dinero, evitará problemas, se forjará una identidad y se granjeará el respeto de amigos y enemigos. Su vida experimentará una mejora en menos de siete días de tratamiento. Sin dietas, ni terapias, ni rutinas, ni ejercicios; simplemente diga que no a todo.
En octubre de 1940 Franco intentó enredar a Hitler en Hendaya para participar en la II Guerra Mundial. Y Adolf, que no lo veía muy claro le contestó, simple y llanamente:
—Nein.
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Es probable que gracias a esa negativa (o por su culpa) nosotros no hablemos alemán.
Es curioso, pero la palabra «No» es muy parecida en casi todos los idiomas: no, ne, nu, nein, not… Pero «Sí», que es el vocablo de la capitulación en el idioma de los débiles, tiene múltiples grafías y sonidos: yes, sí, da, ja, tac, oui… ¿Por qué decir «no» es más internacional que decir «sí»? Habría que hurgar en razones sociolingüísticas, geopolíticas, estructurales y en las barras de los bares.
Pero no se equivoquen, hay formas de decir «no» que parecen un «sí». Esto es para usuarios avanzados; veamos un ejemplo.
—Cariño, ¿te importa que mi madre se instale con nosotros unas semanas, mientras terminan la reforma de su casa?
—Sí.
 
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La primera película de la exitosa saga 007 se titulaba James Bond contra el Doctor No, (Terence Young, 1962). Lo curioso es que el mencionado villano no dice no en casi toda la cinta. Sí, es esa peli en la que Ursula Andress salió del mar en bikini y cortó la respiración de nuestros padres (y de algún abuelo también). Aunque no se lo crean, cuando Sean Connery la visitó una noche a su caravana con intenciones lúbricas, ella le dijo un «No» que casi le cuesta la carrera.
Las religiones lo tienen muy claro, por eso la inmensa mayoría de sus preceptos, mandamientos, órdenes tajantes y otros desvaríos teológicos comienzan por la palabra de marras. Veamos algunos ejemplos:

No desearás a la mujer de tu prójimo.

No robarás.

No beberás alcohol.

No matarás (bueno, a veces sí).

No comerás cerdo.

No harás caricaturas de Mahoma.

No irás en autobús los sábados por Tel Aviv.

No te harás pajas.

 
Y mi favorita:

No pronunciarás el nombre de Dios en vano.

 
Para la mitad de los españoles Dios es Cristiano Ronaldo y para la otra mitad, Lionel Messi, así que estamos apañados.
Para terminar, ¿les ha gustado este artículo? Repitan conmigo: «No».
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