A principios del siglo XX, una novela escandalizó a Europa, que la leyó fervorosamente. Three Weeks (Tres semanas) contaba la historia de una reina balcánica infeliz que mantenía un affaire con un joven inglés en Suiza. Su primera edición fue en 1907 y su autora, Elinor Glyn, se convirtió gracias a ella en la escritora de moda. Fue el momento en el que inició un estrellato que luego tuvo su continuación en el mundo del cine. Aunque hoy Glyn y sus novelas no son en absoluto populares, lo cierto es que a esta autora le debemos las raíces de no pocas cuestiones profundamente integradas en la cultura popular actual.
Tal vez su biografía no daría para argumento de una de sus novelas —a la autora le gustaban las grandes historias de amor y lo exótico, al tiempo que fue de las primeras en añadir un cierto toque sensual en unas novelas pensadas para un público masivo y femenino—, pero sí tiene todos los giros de trama de un buen bestseller.
Elinor Glyn nació en una de las islas del Canal en 1864, en una familia de clase media, pero se crio en Canadá. Su padre murió cuando ella era un bebé y su madre la envió, a ella y a su hermana (que años después sería una de las diseñadoras de moda más populares de la Belle Époque, Lucille) a vivir con los abuelos. Volvió a otra isla en el Atlántico, la de Jersey, cuando su madre volvió a casarse y allí pasó la adolescencia y la primera edad adulta, tal y como cuenta Hillary A. Hallett en su biografía Inventing the It Girl.
Esos primeros años canadienses y esa adolescencia en una pequeña isla marcaron su visión del mundo y su trayectoria futura. A primera vista, esos primeros años son casi como los que se podían esperar de una señorita victoriana, pero, en el fondo, no lo fueron tanto. Glyn leyó mucho encerrada en una isla y se casó demasiado tarde para lo que se esperaba en su época y en su clase social. Y su marido, como le acabará demostrando el paso de los años, no fue una gran elección: Clayton Glynn gastaba más dinero del que tenía y, por supuesto, como era un terrateniente, en ningún momento se planteó trabajar para tener más ingresos o hacer economías.
Ella estaba hecha de otra pasta —como recuerda Hallett, sus heroínas suelen decirles a los hombres aristócratas con problemas financieros de sus novelas que bien pueden trabajar— y empezó una carrera profesional. Se hizo autora. Comenzó publicando unas cartas a modo de relato en una revista —anónimas, eso sí, porque una dama no trabaja—, pero su éxito la llevará a ir un paso más allá. También a firmar con su nombre.
Cuando Three Weeks apareció en 1907 ya había publicado un par de novelas, aunque ninguna tuvo el éxito arrollador de esta. Las críticas —al fin y al cabo, es una historia sobre el deseo femenino— fueron muchas (y malas), pero dio igual. Tampoco importó mucho que algunas librerías boicoteasen el libro por «inmoral» o que en el círculo aristócrata y conservador en el que Glynn se movía tras su matrimonio le hiciesen el vacío por escribir semejantes cosas. Los ejemplares se vendían como churros, Glyn hizo un tour por Estados Unidos que ayudó a hacerla todavía más popular y, a donde no llegaban los libros en inglés, lo hacían las traducciones. Se hablaba de «una fiebre».
Igualmente, Glyn asentó a su personaje, el de la autora experta en lo que las mujeres deseaban que era una señora profundamente elegante y sofisticada. De hecho, Elinor Glyn jugó —y no poco— a la confusión entre autora y personaje: llegó a protagonizar una adaptación teatral de su novela y posaba en las imágenes promocionales en los medios con looks y poses que recordaban a pasajes de la historia. Todo le ayudaba a hacer que sus historias fuesen más populares.
Entre la publicación de la novela y la I Guerra Mundial (y mientras su marido no hacía más que hundir las finanzas familiares), Glyn siguió escribiendo, publicando y vendiendo. Su nombre era un poderoso reclamo.
GLYN SALTA A HOLLYWOOD
El mundo que emergió tras la I Guerra Mundial era muy diferente al que había antes. Elinor Glyn podría haberse pasado de moda, sepultada entre todas las cosas de tiempos anteriores que lo hicieron, pero eso no fue lo que le pasó. Quizás, sus heroínas conectaban con la idea más liberada de cómo ser una mujer que estaba emergiendo. Y, no menos importante, Glyn comprendió cómo estaba cambiando el consumo de entretenimiento y se fue a Hollywood, lo que le permitió seguir siendo muy relevante.
Allí, asentó cómo deberían ser los galanes. «Debo encontrar a un nuevo tipo de héroe, porque todos los tipos antiguos están muertos, es decir, los han matado en la guerra», llegó a decir en una entrevista, como recoge su biógrafa. Rodolfo Valentino fue el prototipo de cómo debía ser un galán en los años 20 —y el primer latin lover— y Elinor Glyn formaba parte de esa red de mujeres que en los albores del cine determinaba cómo eran las cosas y que impulsaron a Valentino como el nuevo patrón de oro del hombre deseable.
De hecho, Glyn había sido contratada para vender deseo, como en sus novelas, pero para hacerlo de una forma sofisticada y elegante. La moral sexual era uno de los temas preocupantes que amenazaban a la industria del cine, apunta Hallett, y se necesitaba venderlo todo de una manera que resultase aceptable.
Ahí es donde entró Glyn, creadora de historias, pionera guionista y consejera de las actrices emergentes a las que moldeó para que fuesen elegantes pero también modernas y atrevidas. Glyn nunca hablaba de sexo o de sensualidad, sino de que sus personajes tenían «it», eso, ese no se qué. Así fue como acabó creando la imagen de la «it girl», que venía a ser la chica que fascinaba desde la pantalla, que tenía un misterioso atractivo y a la que todas las demás chicas del mundo (Hollywood era ya una industria global) querían emular.
Con todo, su papel en el cine no se limitaba a crear historias, también se inmiscuía en cómo debía ser el casting o en cómo se repartían los elementos en los decorados. Ella daba el toque de elegancia y glamour, lo que hacía que todo fuese aspiracional.
Además, no hay que ver a las heroínas de Glyn solo como una curiosidad literaria o fílmica, porque lo que creó tuvo efectos sobre las percepciones sociales y la cultura popular. Como escribe Hallett, sus personajes fueron claves para crear la imagen de la «nueva mujer» del siglo XX, pero también para asentar arquetipos que han tenido una larga vida.
«El triunfo comercial [de Three Weeks] cambió las convenciones de la cultura de masas sobre cómo escribir sobre sexo y cómo representar el deseo femenino», apunta su biógrafa. Todos esos lugares comunes —las rosas rojas, la alfombra frente a la chimenea o la lencería sexy— los inventó Glyn hace más de cien años.
Glyn abandonó Hollywood al principio de los años 30, en medio de una guerra de negociaciones con sus socios cinematográficos y (no menos importante) de un embrollo con Hacienda. Intentó lanzar películas desde Reino Unido, pero fue un fracaso, y su estrella empezó a apagarse. Como apunta Hallett, el fin de los años 20 fue también el final de los años de una «inusual influencia» en Hollywood. Glyn no era la única mujer poderosa en el cine de esos años, sino que formaba parte de un grupo más amplio e igualmente olvidado. En 1943, murió en Londres.
GLYN CONQUISTA ESPAÑA
Las películas que adaptaban historias de Elinor Glyn llegaron a un público masivo y global, puesto que Hollywood era ese gran exportador de historias. Las cifras que recoge Hallett son claras: el 90% de todas las películas que se exhibían en Europa, África y Asia y casi el 100% de las de Latinoamérica eran producciones estadounidenses. Por eso, las historias de cine de Glyn —y el mundo que transmitían— conquistaron igualmente España.
Pero lo cierto es que Glyn no solo llegó a España a través del cine, también lo hizo a través del libro. Las investigadoras Caterina Riba y Carme Sanmartí han investigado la suerte editorial de Glyn y fue masiva. Las expertas concluyen que fue «muy exitosa» en la España que va desde los años 20 a los 50.
En los 20, arrancó el bum de la novela romántica y las historias de Glyn fueron importadas para llegar a unas lectoras deseosas de leer más y más historias. Algunas de sus novelas tuvieron muchas reimpresiones y las ediciones se fueron sucediendo en el tiempo. Glyn era, de hecho, un nombre sobre el que hablaban una y otra vez los medios.
Solo dos de sus libros tuvieron problemas en el mercado español: después de la guerra fueron censurados por la dictatura, escriben Riba y Sanmartí. Uno de ellos fue Tres semanas, esa historia con la que Elinor Glyn labró su fama.