El viernes pasado me tragué la boda. La escruté por puro interés sociológico, publicitario, y por chafardeo también, claro. Lo primero que pensé fue: “Que ingleses son los ingleses”. Lo segundo: “Esto es una película de Disney”.
Con qué orgullo caminan los británicos cuando caminan con orgullo. Esas calles llenas de gente sonriente y banderas. Un pueblo felíz. Su príncipe se casa con una hermosa joven. El cuerpo de trompas (que no es un grupo invitados animados, sino los que tocan esas trompetas largas) anuncia majestuosamente la presencia de la Reina en la catedral.
El príncipe rubio (y calva incipiente) con su casaca militar roja y banda cruzada espera en el altar a la futura princesa. Mientras, su joven hermano hace una broma de última hora en altar y los niños de las arras hacen pequeñas travesuras.
Entra la novia y resuenan las campanas de la ciudad. Al paso de la joven princesa, algunas mujeres elegantes de grandes tocados comentan tapándose la boca; y sus maridos se mantienen inmóviles y altivos dentro de sus chaqués.
Efectivamente parece una película de Disney, pero es de carne y hueso, y retransmitido por todas las cadenas del país y un share del 15 ( como expresión, que no tengo el dato).
Tanta fantasía multicolor va quedándose en la memoria colectiva, con esa música y esas caras sonrientes, con esos ojos tan grandes. Se nos ha descargado un archivo de imágenes y vivencias en dibujos animados que quedan ya como referencias obligadas. Hasta el punto que la iconografía ha cambiado de dueños. Ya no es la tradición la que alimenta los cuentos de Disney sino que la realidad es una imitación de la Bella y La Bestia.
Por eso al ver una boda con trompetas, uno entierra los 800 años de tradición del cuerpo músicos de viento de Her Majesty The Queen, y los asocia con esos monigotes de pecho hinchado que tanto llenan en las Bodas Disney.
Y esa sensación la recuerdo también en un viaje a Venecia. Todo precioso, decadente, fotogénico y costumbrista, el gondolero, la pizzería, los enamorados….como un plató de cine más que una ciudad centenaria. Como estar en una sección de Disneylandia o algo así.
Más fácil aún. En un zoo cualquiera, bastará acercarse a la zona de ciervos y ver si los niños lo llaman ciervo o venado, o si dicen: “Mira Papá una cría de Cervus Elaphus” (en cuyo caso ese será un niño sin amigos) o si por el contrario dicen: “Mira Papá un Bambi!. Y así todo.
Como absorbemos lo que vemos, se nos queda dentro. Hemos visto tanto álbum de cromos y tanto dibujo animado. Si a mi me recordó a una boda Disney, supongo que una niña de 8 años echaría en falta un ratón cosiendo el lazo de la princesa o una calabaza/carroza en lugar de un Bentley de 12 cilindros.