Escena inicial. Interior de una vivienda
Una mesa larga con muchas sillas. Algo de marisco, bandejas con embutidos, la vajilla conjuntada. Al fondo, un árbol navideño. Puede que la chimenea de Netflix, porque quién se puede permitir una casa con chimenea en 2025. Tres niños corretean junto a las sillas, entretenidos por Fer y Carlos, que los intentan mantener alejados de las pantallas, como prometieron.
Paula y Teresa charlan con copas de vino, mientras Pablo, Julia y Marga se encargan de ultimar los platos principales junto a Mercedes y Lola, dos jubiladas que tienen que echarle fuerza de voluntad para no dar su opinión sobre las alternativas recetas de sus hijos.
La perfecta estampa familiar navideña está aquí. Una gran familia bien avenida, feliz, unida y colaborando. Pero antes de lanzar campanas tradicionalistas al vuelo, ojo. En esta familia hay una polícula. Sí, has leído bien, una polícula.
¿Poli qué? ¡Traigan el diccionario!
Una polícula es una palabra que se utiliza para hablar de una «molécula poliamorosa», es decir, una red de relaciones (donde entrarían parejas y metamores). ¿Meta qué? Sí. A veces parece que, para entender el poliamor, lo primero que nos tienen que dar es un diccionario.
Un metamor es el amor de tu amor, es decir alguien con quien se relaciona sexoafectivamente una persona con la que tú te relacionas. Dentro de las no monogamias éticas —así es como se designan el amplio espectro de opciones relacionales que engloba lo que popularmente conocemos como poliamor— hay todo un neolenguaje propio que ayuda a organizar y reubicar conceptos, uniones y ubicarnos en general y que nos hace pensar en aquel temazo de Objetivo Birmania que decía «Vaya lío, los amigos de mis amigas son mis amigos».
Una trieja por ejemplo, es una pareja de tres (este era de las fáciles). Polifake también se explica solo si conoces cómo se dice falso en inglés: se usa para denominar a la gente que clama practicar el poliamor, pero realmente no piensa en esos términos y simplemente quiere relacionarse con alguien que sí lo es. ¿Y ENR? Pues unas siglas que denominan la Energía de Nueva Relación, que básicamente viene a ser el momento en el que uno empieza con alguien y está emocionadísimo y a tope.
Es algo que todos (monógamos o no) hemos experimentado al iniciar una relación nueva, pero que, en el caso de las no monogamias, tiene una relevancia particular porque hay que aprender a gestionar tanto la propia como (sobre todo) la ajena. En iniciativas como Hablemos de poliamor, que se dedican a divulgar en redes sobre no monogamias éticas, hay todo un glosario que se puede consultar.
Yo no podría. Las dificultades de la disidencia
Lo primero que enfrenta casi cualquier persona no monógama cuando habla de su modelo relacional en el 99% de los casos es un apabullante «Yo no podría». Tanto es así que desde Gráfica Perversa y Ruina hicieron un fanzine monográfico sobre el tema con este título.
La frase «Yo no podría» suele ir cargada de inquietudes sobre el amor, la exclusividad y la seguridad emocional, y quienes la dicen suelen pensar que el amor es algo jerárquico que debería dirigirse solo a una persona. El miedo es la reacción real tras todos esos «Yo no podría»: miedo a los celos, temor de que tal apertura pueda implicar menos valor o conexión en la relación, inquietud por sentir que abrir la relación pondría en riesgo su sentido de valía personal o su estabilidad emocional… Otros piensan que no podrían soportar la complejidad logística o emocional de gestionar varios vínculos a la vez: cómo hacerse a la idea de semejante calendario si a veces nos cuesta meses cuadrar un café con un amigo.
Pero ¿qué estamos cuestionando exactamente con esto?
Tal vez no sea tanto la imposibilidad de poder como el vértigo de imaginar formas de querer que no encajan con el molde que heredamos. Porque, a ver, ¿quién nos enseñó que amar a más de una persona implica querer menos? En realidad, si lo pensamos un poco, ya lo sabemos: el amor no se divide, se multiplica. Cualquier persona que haya tenido más de un hijo, por ejemplo, lo ha vivido en carne propia: no se quiere menos al segundo, ni al tercero ni al cuarto. Se quiere de forma diferente y se quiere más.
Y es que esa es una de las claves de muchas disidencias relacionales: no vienen a romper el amor, sino a ampliarlo. En vez de reproducir el modelo nuclear monógamo con una pareja, un par de hijos y un adosado en las afueras, proponen otra cosa: vínculos que se cuidan, que se eligen, que se adaptan a las personas que los habitan. Más que alternativas, estas redes son formas de ensayar futuros posibles donde el afecto no tenga que pasar por lo que dictamine el papel en el que se inscriben o el marco en el que se limitan, ni por contratos de exclusividad que parecen más pensados para bienes inmuebles que para emociones humanas.
La familia como red, no como forma
En un mundo cada vez más orientado a la individualidad más extrema (microfamilias, estudios de 30 metros, neveras para una persona, medio aguacate), las polículas son, paradójicamente, lo más parecido a las grandes familias de antes, porque criar en comunidad, cuidar a los mayores, compartir recursos y afectos no es una rareza: deberíamos darnos cuenta de que es una estrategia de supervivencia.
¿Quién cuida cuando enfermamos? ¿Quién recoge a los niños si hay una urgencia? ¿Quién acompaña en la vejez? Las redes no monógamas, al distribuir afectos y responsabilidades, tienen la potencialidad de ser una forma muy concreta y eficiente de responder a estas preguntas (lo cual no impide que sea complicado). En una época donde el acceso a la vivienda es una carrera de obstáculos, donde el cuidado de la tercera edad es un abismo de incertidumbre y donde la conciliación sigue siendo un unicornio, tener red —de verdad, no solo en LinkedIn— puede marcar la diferencia.
Claro que no es magia. Como todo lo humano, implica trabajo, acuerdos, comunicación y a veces crisis que harían temblar a cualquier guionista de telenovelas. Pero también hay risas compartidas, cobijo emocional y una apuesta explícita por construir con otros, no contra otros.
La gran familia española (con un giro)
Y así volvemos a nuestra familia de la escena inicial. Ahora ya sabemos que Fer, Teresa y Carlos forman una trieja, donde los tres cuidan de las hijas de Teresa, aunque a veces necesiten un respiro y se las dejen a Mercedes, la madre de Fer, que desde hace muchos años ya ha abrazado el ‘cuantos más, mejor’ de su hijo porque le recuerda, en el fondo, al espíritu de todos a una de su unida familia.
Paula y Carlos también tienen una relación sexoafectiva entre ellos, y bromean con que, en realidad, Paula lo que quiere del poliamor es más jugadores para sus partidas de juegos de mesa, pasión que comparte con su metamor Teresa y que las ha convertido en grandes amigas.
Lola todavía está haciéndose a la idea de que su hija, Julia, esté tan tranquila con la ENR de Marga, que está en sus inicios con Pablo y las ha liado a las dos para no quedarse en casa solas con el niño y celebrar con esta peculiar familia de la que poco a poco se va sintiendo parte, especialmente al ver a su nieto disfrutar de unas navidades al fin con otros niños de su edad.
Habrá quien diga que aquí hay cosas raras, pero todo lo que vemos en esta escena, si nadie nos desvela los detalles de alcoba, es familia, cuidados, risas, besos, piques en la cocina, juegos y sobre todo mucho, mucho amor.