En la terraza de su casa me detengo en sus rizos geométricos y sus uñas pintadas de rojo metalizado. El filósofo Ernesto Castro, 29 años, habla del trap mientras cae esta tarde de septiembre. De soundtrack: dos vasos de agua, el horizonte de Madrid y estas palabras que van a ir cayendo por la pantalla.
La música es uno de los mejores retratos de una época. ¿Por eso has agarrado la música urbana para escribir el libro El trap, filosofía milenial para la crisis en España (Errata Naturae)?
Hace unos años me di cuenta de que la crítica más política es la musical. En el siglo XIX, el elemento principal de debate en la crítica musical era el elemento judío en la música alemana. Eso está en los artículos de Wagner y tiene una traslación literal en la política del III Reich. Sí, la música es un termómetro de una época. Hay artes que van muy rápido, como la matemática y el ajedrez. La música es un arte caliente, rápido, que requiere pocos medios técnicos y por eso es un buen termómetro. Pero está siendo sustituida por la red social como plataforma artística total.
Cuando Donald Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos, muchos dijeron que iba a resurgir el punk. Pero algunos críticos musicales dijeron que no era necesario que surgiera una música política porque muchos artistas ya se expresaban de forma política en las redes sociales. Antes, un guitarrista de California no tenía otra forma de manifestarse contra la última decisión de gobierno de Reagan. Hoy ocurre un hecho político y al día siguiente nadie se acuerda porque ya ha quedado hablado en las redes sociales. La música es rápida, pero quizá no tan rápida como demanda el presente.
¿Es el trap la banda sonora de los jóvenes que han sufrido los reveses de la economía española desde 2008 hasta hoy?
Sí, cuando digo que el trap tiene una filosofía milenial no quiero decir que todos los milenials sean adeptos y adictos al trap. Y, a la vez, cuando se habla de los jóvenes, habría que matizar a qué tipo de juventud nos estamos refiriendo. Revisando a los críticos que han puesto de moda el trap, te das cuenta de que tienen diez años más que los que oyen esta música. Estamos hablando de gente como Antonio Castelo. Y esto nos puede hacer pensar que el trap es un fenómeno de personas que quieren volver a sentirse jóvenes con este tipo de ritmos. Mi pretensión al escribir este libro es la inversa: yo, que he tenido una juventud asociada a este género, quería enterrar a mi yo pasado y dar ese periodo por finiquitado.
Regreso a una entrevista que cito en mi libro y que publicó la revista Jenesaispop. Ahí un artista indie que trabaja en un supermercado cuenta que se ha acercado a veinteañeros y se ha dado cuenta de que no tienen ni idea de lo que es el trap y entonces llega a la conclusión de que es un fenómeno de treintañeros que quieren parecer más jóvenes. Yo creo que el fenómeno del trap ya pasó y que ha quedado vinculado a la generación milenial, una generación que ya no es joven. Está en trance de envejecer. No es hasta cuando llega el anochecer que la lechuza de Minerva alza el vuelo.
Es precisamente cuando una generación deja de ser joven cuando articula un discurso juvenil, que es eminentemente nostálgico. Ya no es la nostalgia de la EGB o del barco de Chanquete. Es la nostalgia de las Spice Girls, de Britney Spears… Es la generación milenial, que ahora está detentando posiciones de poder, la que construye ese último imaginario juvenil que ya no lo es.
Que gente de veinte años no reconozca este discurso muestra perfectamente mi tesis: el trap está en trance de morir y el hecho de que yo pueda escribir un tochazo de cuatrocientas páginas sin hacer grandes juegos de manos demuestra que es un fenómeno, hasta cierto punto, clausurado. Y creo que ahora se va a producir una transformación cultural aparejada a una crisis económica que va a hacer que el trap deje de tener importancia en un año o dos.
La cultura hípster fue arrolladora en la clase media y alta española a partir de 2010. Lo cuqui, las barbas bien recortadas, los bagels ecológicos, las fixies, los muffins, las tazas de «Feliz como una perdiz». ¿Era necesario un quejío, un contrapeso como el trap?
Hay dos concepciones de los milenials que están marcadas por la crisis económica. William Strauss y Neil Howe, los historiadores que acuñaron la categoría de milenial y establecieron unos ciclos generacionales que a mi juicio son delirantes, decían que los milenials se iban a definir por su conformismo y una cultura juvenil que llamaba más a la cooperación que al conflicto. Decían que habían vivido en un mundo Disney, por querer vivir con sus padres en vez de emanciparse y por utilizar las drogas para medicalizarse en vez de usarlas para pensar fuera de la caja.
Dijeron eso antes de la crisis: los milenials eran una generación de unicornios. Pero después de la crisis, esa visión complaciente de los milenials, cambió de sentido y ya no son gente abrazable, sino egoístas, egocéntricos, ególatras, gente adicta a los móviles, sin compromiso político… A pesar de que en los años 2010, 2011 y 2012 podía refutarse ese análisis con la aparición de las primaveras árabes, Occupy Wall Street, el 15-M.
No estoy tan seguro de que lo hípster fuera una ideología milenial. Cuando surgieron los primeros libros que criticaban el mundo hípster, como Indies, hípsters y gafapastas, de Víctor Lenore, yo entendí que eran un ajuste de cuentas consigo mismos. Él era un hombre que entonces tenía cuarenta y tantos años. Esto no tiene nada que ver con mi generación: la mía tiene más que ver con el hip-hop que con la música indie.
También hablas de los swaggers. Los defines como «la síntesis hegeliana entre el choni y el hípster». ¿Quiénes son?
Son, realmente, un invento mediático. En 2012 y 2013 los medios de comunicación tuvieron que reorientarse hacia la viralidad y buscaron un nicho de mercado al que bombardear con el clickbait. Probaron suerte con el tema del trap y cuando pincharon hueso, ya no han soltado la presa hasta hoy.
El trap es una categoría despreciada tanto por sus seguidores como por los que lo hacen. Nadie en su sano juicio se llama a sí mismo trapero. Igual que los seguidores del rap no se llaman a sí mismos raperos. Los swaggers son los seguidores del trap y se definen por una determinada estética: a los chonis les gusta la ropa de marca, los oros, las tachuelas, los piercings, los tatuajes y, por otro lado, está la línea del athleisure o la ropa deportiva que proviene del mundo del rap.
Dices que a partir de 2017 el trap se hizo mainstream y ahora estamos en la época del postrap. En tu libro escribes: «El postrap aparece cuando el trap ya no es algo nuevo, sino banal». Hagámosle una autopsia entonces. Vamos a desmembrarlo.
¿Cuándo nació?
Hay mucha discusión al respecto. Jon I. García escribió el primer libro sobre la historia del trap y si escuchas los temas de los que habla, te das cuenta de que no tienen nada que ver con el trap en el sentido musical del término: 808, Auto-Tune, adlites… Ese tipo de sonidos empiezan a aparecer en el panorama urbano español hacia 2013, cuando surgen KEFTV VXYZ en Barcelona y PXXR GVNG en Granada, con toda su experimentación lingüística y fusión con la cultura popular clásica española.
¿Cuándo se hace mainstream? ¿Cuándo se pasa del pantrapismo a la trapofobia, como tú lo llamas?
En 2016 todo lo que no era música clásica era bautizado como trap. El pantrapismo se basa en esa creencia y va en un movimiento pendular hacia la trapofobia, que consiste en borrar esa categoría. Unos, como Yung Beef, porque creen que el trap sigue fiel a sus orígenes y la cultura de los camellos y los yonquis, y otros, como C. Tangana, por una pura estrategia comercial: creen que la categoría de pop les va a abrir muchas más puertas. Creo ese intento de que el pop asimile el trap ha sido fallido, razón por la cual sostengo que se debería hablar del trap, no como nuevo pop, sino como nuevo indie. Igual que Podemos aspiró a ser el nuevo PSOE y se quedó en la nueva Izquierda Unida.
Ideología política: ¿Es un buscarse la vida, un joseo, un sálvese quien pueda? ¿Es una cultura individualista? Aunque, a la vez, hay un sentimiento de pertenencia brutal al grupo.
Sucede algo parecido a lo que ocurría en el hip-hop. Estaba el ego trip, pero siempre vinculado a la defensa de la clica, del grupo o el gang. Hay una canción de KEFTV VXYZ, llamada KEFTV ANTHEM, en la que apelan a un sentimiento KEFTV o una familia KEFTV: los que se han destrozado la vida por las drogas, los que nunca fueron a la escuela, los que han sido jodidos por el sistema económico. El trap, aunque sea individualista, cala bastante bien en una sociedad donde cualquier intento de construcción de lo colectivo debe pasar primero por ese individualismo.
Hace una semana, un periodista de La Voz de Galicia le preguntó a Cecilio G.: «¿Qué opinas de que un filósofo haya escrito sobre ti y te considere un referente de la escena urbana?». Él contestó: «De puta madre. Un narcisista hablando de otro narcisista». Entonces le preguntó: «¿Tú te consideras un narcisista?». Y contestó: «Para hacer música, tienes que serlo». Yo iría más allá: a día de hoy, lo que resulta sospechoso es que alguien, a priori, no se considere un narcisista. El que se presenta como un altruista, cuyos defectos son ser empático y simpático, es el tóxico. Si uno no parte de ese narcisismo objetivo que internet ha construido con algoritmos que te devuelven especularmente tu imagen, no es capaz de construir un elemento en común.
Partiendo de esa base individualista, diría que el trap apunta a ciertos valores humanistas o colectivistas como el poliamor. En el libro replico el famoso dicho de Sartre «el existencialismo es un humanismo». El poliamor, en su sentido más profundo desarrollado por teóricas como Brigitte Vasallo, es también un humanismo. No implica irse a la cama con doce o trece personas; es jerarquizar las relaciones. Uno no pone a su pareja por encima de sus amigos, a sus amigos por encima de su familia, a su familia por encima de sus vecinos… El poliamor es entender que hay muchas formas de filiación y amor, y ninguna está por encima de las demás.
Ideología espiritual: hablan de Dios, de motivos católicos. Hablan de «el de arriba». Yung Beef cita el satanismo. En tu libro dices que el álbum LO▼E’S, de C. Tangana, está llena de referencias teológicas y hablas de la «visión de purgatorio que tiene el trap». Llama la atención en una época en la que lo espiritual está tan denostado.
Estoy de acuerdo con los filósofos del siglo XVI: decían que una sociedad de ateos es imposible. Equiparaban el ateísmo con el libertinaje, aunque yo diría que es al contrario. El ateísmo implica una asimilación del absurdo de la existencia, de la insignificancia de nuestras obras que a la mayor parte de las personas les conduciría a la locura. Vivimos en una sociedad absolutamente crédula. Secundo la tesis de Dostoyevski y los grandes pensadores rusos: cuando uno deja de creer en Dios, empieza a creer en cualquier cosa. Es lo que sucede en el presente. Conforme va declinando el catolicismo, comienza a crecer la creencia en fantasmas, chacras, auras… Puede que no se quiera expresar en público, por la misma razón que la gente lleva forrados los best sellers en el metro: para que nadie vea que está leyendo Cincuenta sombras de Grey o cosas de estas.
El trap se caracteriza por su pornografía emocional, que le lleva a exponer todo sin velos. En ese sentido, sí. La religiosidad, que atraviesa a todas las sociedades, se expresa como cualquier otro elemento en el trap. La religión se debe entender en el sentido amplio del término, como la entendía el filósofo español Xavier Zubiri: la religión no tiene tanto que ver con Dios cuanto con la religación de los hombres.
Toda sociedad se construye bajo una irracionalidad. La tesis fuerte de todo ateo filosófico es que Dios es un objeto de debate y el creyente cree por sugestión psicológica, por razones sociológicas. En el trap aparece la religión en este sentido de religación y aparece Dios vinculado con el propio éxito. En LO▼E’S, de C. Tangana, aparece Dios en un sentido aristotélico: él se equipara con Dios, que es acto puro, ente supremo. Volvemos a ese egocentrismo que está en el Dios de Aristóteles y se ve reflejado en C. Tangana, a quien analizo bajo esquemas teogónicos y observo su trayectoria conforme a la evolución de las diversas religiones.
Aman el dinero (el flush). Lo citan constantemente. C. Tangana habla del «arte negocial», dice que «hacer dinero es un arte».
Es una cuestión de época más que de clase. No todos los traperos provienen de la clase baja. De hecho, hay muchos fact checkers que muestran que las biografías oficiales de muchos de ellos están prácticamente inventadas. En el trap hay, por ejemplo, un hijo de un conseller de Cultura barcelonés.
En la cultura del catolicismo tener dinero llevaba a una vanidad mundana, pero en el presente se canta a aquello de lo que se carece. Muchos traperos están fardando de dinero cuando no llegan a fin de mes, esto también hay que decirlo. Artistas cojonudos como Pedro LaDroga aún están hablando de profesionalizarse, malvive de la música.
Se utiliza el dinero como una especie de tótem, de símbolo de la estabilidad que se busca, más que de la riqueza que se tiene en realidad. Respecto del dinero se puede decir lo mismo que del altruismo y el narcisismo: yo sospecho del que dice que el dinero no es importante. A ese es que le sobra, porque si no, no se entiende en qué mundo vive.
Hay una exaltación a la figura de la madre: el «amor de madre» de los tatuajes de los 70 se canta en el trap.
Es algo muy habitual en una sociedad con un índice tan alto de divorcio y donde tantas personas del lumpen vienen de familias desestructuradas. El arquetipo del trapero en Estados Unidos viene de una familia de clase baja, de color, monoparental, donde la madre se tiene que hacer cargo de sus hijos, sin una figura paterna porque, normalmente, está metido en la cárcel. Está muy bien reflejado en la serie The Wire. En España no ocurre tanto porque en el mundo católico, la familia resiste más los embates del capitalismo. De hecho, buena parte de mi generación no hubiera salido adelante sin el apoyo de sus padres y sus abuelos.
Además, la figura maternal tiene más importancia en el catolicismo que en el protestantismo. Hay un gran culto a la Virgen y hay muchas santas en un estatus casi politeísta. Esa es una de las críticas que se suele hacer al catolicismo: no es un monoteísmo, porque la Virgen tiene un papel crucial y el resto de santos y santas tienen un estatus casi divino. Que se lo digan a los que salen de procesiones por Sevilla.
El papel de la madre y de la Virgen como mater dolorosa es muy importante en una escena como esta, donde hay un elemento emo y suicida. A muchos traperos, como Yung Beef, les gustaría ingresar en el club de los músicos que mueren a los veintisiete años. Es ingresar en la categoría de Jesucristo, un tipo muy raro que en vez de enterrar a sus padres, es enterrado por ellos y luego, incluso, regresa de entre los muertos. Y eso es algo muy típico de nuestra sociedad: esa vocación romántica, emo. Sobre todo en una escena donde muchos matan a su yo del pasado, con un determinado alias, para resurgir con otro. Crema renace como C. Tangana, D. Gómez renace como Kaydy Cain, etcétera, etcétera.
Rimas. En el rap los versos tienen medidas matemáticas. En el trap la rima es más suelta, más facilona (sin sentido peyorativo), más parecida a las rimas juguetonas y sin pretensión literaria de los años 80, tipo «No te enteras, Contreras». Es un sonido mucho más espontáneo. «Todas quieren verte muerto / quieren calzarte en el huerto / y cada vez que no has vuelto / yo en la calle como un gato tuerto», canta, por ejemplo, La Zowi en Llámame.
Sí. En el libro acuño la expresión «simplicidad en la complejidad» para referirme primero a las letras de Somadamantina, que es la que más explota ese tipo de juegos facilones. También lo hace Lory Money, que no tiene el castellano como lengua materna y que ha sido el que más ha aprovechado estos neologismos como el ola k ase. Esta simplicidad en la complejidad rompe con la pretensión literaria que estaba en ciertos raperos que se llamaban a sí mismos escritores, que se equiparaban a sonetistas y a poetas, que no entendían que se estaban moviendo en el ámbito musical y no en el ámbito literario, y que cualquier canción, por bien escrita que esté, cuando pasa al papel termina siendo risible. Como pasa con Joaquín Sabina o con Bob Dylan, un Nobel de Literatura, a mi juicio, inmerecido o, por lo menos, desmantelaba los fundamentos de ese premio.
No hay que equiparar la música con la literatura. Buena parte de la mala comprensión elitista del fenómeno del trap consiste en estos comentarios posirónicos en los que alguien se las quiere dar de listo diciendo: «La Zowi está al mismo nivel literario que Valle-Inclán». En el libro tomo ese ejemplo. Un periodista compara a La Zowi con Valle-Inclán e inicia una serie de hilos de comentarios, cada uno refutando al anterior, en esta dinámica autorreplicante propia de las redes sociales y de YouTube como red social musical.
¿Es el trap una escena con mucha testosterona?
Borja Bagunyà y Max Besora, los autores del libro Trapología, sostienen que La Zowi y buena parte de las trap queens son una masculinización de la figura de la rapera clásica. Yo creo que no: identificar la violencia y la chulería con la testosterona implica construir un arquetipo de lo femenino que está dentro de los patrones que el patriarcado entiende como el eterno femenino. Las mujeres, para el patriarcado, tienen que ser modestas, recatadas, no pueden permitirse el manspreading. Lo que hace el trap y la actitud que muchas mujeres están tomando en el presente es buscar ese contramodelo: dejarse de pudor y adoptar la chulería, la promiscuidad y el exhibicionismo que siempre han tenido los hombres.
Hay mucho beef en la escena urbana y está muy concentrado en el mundo de los varones. Salvo Albany, ninguna trap queen ha hecho una tiraera respecto de otra artista urbana. Bien sea porque se respetan entre ellas, bien sea porque objetivamente las mujeres tienden más a la sororidad que a la competición. Esa es, al fin y al cabo, la lectura del feminismo de la segunda ola, que entiende que si las mujeres gobernaran no habría guerras porque tienen una visión más conciliadora. Yo creo que no: Margaret Thatcher, Esperanza Aguirre, Andrea Levy… No sé, no sé. ¿Necesitas más nombres? Incluso algunas que manejan una imagen de abuelita entrañable, como Carmena, también son unas maquiavélicas de tres pares de narices.
Aunque si bien es cierto que las trap queens no se lanzan beefs entre ellas, siempre están entrando en polémica con sus propios espectadores. La provocación respecto a los machirulos y los ofendiditos es constante, sobre todo, en La Zowi, que vive y sobrevive gracias a la beligerancia que le prestan todos estos imbéciles.
En tu libro dices: «Las artistas urbanas ofrecen lo que los babosos y pajilleros compulsivos demandan».
Hoy cada uno es empresario de sí mismo. La actitud es crucial y la fortaleza psíquica es esencial para mantenerse ante los cientos de adversarios que te salen al paso a poco que tengas un poco de éxito en las redes sociales. El trap va a ser percibido como machista o feminista en función de la sociedad. Esto tiene mucho que ver con lo que yo califico como «capitalismo violeta».
Me refiero, por ejemplo, a Brisa Fenoy, una artista urbana que lo mismo hace reguetones feministas que anuncios de productos lácteos donde la ideología feminista está operando por detrás. Se habla de yogures libres de grasas y azúcares refinados al mismo tiempo que se habla de la libertad de las mujeres y los hombres para pintarse las uñas. ¿La sociedad actual es machista o feminista? Esa es la pregunta más interesante.
Desde una visión marxista clásica de que todo está determinado social y económicamente, el trap será machista o feminista dependiendo del marco de recepción social. La letra de una canción como El imperio contraataca de Los Nikis puede ser vista como una burla al Imperio Español o puede tomarse en serio en una pinchada en el evento las ‘Cañas por España’ de VOX. El trap se caracteriza por su ironía y por no tomarse muy en serio a sí mismo.
En 2016 La Zowi y Yung Beef publicaron unas fotos y un vídeo que dan una visión poderosa y erótica del embarazo. Ella está de pie y él, de rodillas, le pinta las uñas de los pies. Es muy interesante porque, en una época de embarazos cuidados hasta el delirio, introducen otros asuntos, como la sexualidad.
En los últimos años ha habido un bum de libros sobre la maternidad, las nuevas maternidades y las maternidades subversivas. Incluso de las paternidades subversivas. Estamos en un contexto de crisis demográfica en la que, de nuevo, se canta lo que se pierde. Es un contexto en el que el padre es algo inusual: hasta un secretario general de un partido político puede hablar de su baja de paternidad como el que va a Vietnam. Dice: «He vuelto de cambiar pañales». Pues que pongan también una medalla a mi abuelo porque cambió pañales primero a sus hijos y luego a sus nietos. Ahora la gente se cuelga medallas por tener hijos: es la gran aventura.
Volvemos al tema del narcisismo. Hay una espectacularización de la maternidad en las redes sociales: son los propios padres los que violan la privacidad de sus hijos. Me río cuando veo que en los medios de comunicación pixelan la cara de los niños. ¿De qué estamos hablando? Pero si están todos en Facebook. Esa es la red social del pederasta.
El modelo de relación de La Zowi es el poliamor y su modelo de maternidad tiene que ver con el neotribalismo que reivindicaba Carolina del Olmo en 2013. Ella decía que los niños son criados por el conjunto de la tribu. Yo sostengo esa misma teoría: no podemos culpar a los colegios, los institutos y las universidades de la mala o buena formación que tienen los estudiantes porque son formados en esas instituciones pero también en el conjunto de la sociedad. Internet y las redes sociales son instrumentos pedagógicos. Incluso en política se habla de hacer pedagogía con gente que no piensa como ellos.
Los milenials han hecho de los tatuajes algo común. Pero había un lugar intocable: el rostro. En tu libro explicas que, para los traperos, «la cara es un espacio de creatividad y performatividad como cualquier otro». La cara era la última frontera y ellos la han derribado.
Sí. Era intocable por esto de que la cara es el espejo del alma. La ideología espontánea que todo el mundo tiene respecto a sí mismo es que es una persona libre de prejuicios, abierta al mundo, no encasillada y que son los demás los que son obtusos, fundamentalistas, fanáticos. La ideología son los otros y uno es siempre el librepensador. Uno se encasilla, no se enmarca, no se encuadra, frente al trapero que no tiene ningún miedo en enmarcarse y tatuarse cualquier cosa. Hasta el punto de que Yung Beef hizo un crowdfunding en el que si alguien pagaba mil euros, se tatuaba el nombre de esa persona en la cara. Recibió varias ofertas, no de particulares, sino de empresas que querían fijar ahí su sello y ya Yung Beef se puso un cierto límite a sí mismo de hasta dónde estaba dispuesto a transgredir los límites de la personalidad y la individualidad.
El tatuaje en la cara es una forma de quemar las naves, de atravesar un punto de no retorno, porque en muchos trabajos, sobre todos los de atención al público, hay una ley no escrita que dice que los tatuajes no son bien recibidos. Esto puede cambiar en la medida en que han dejado de ser un elemento asociado al lumpen y ahora es muy difícil encontrar a un joven de mi edad que no tenga un tatuaje. Es un cierto culto a lo efímero, al solo se vive una vez y a la imposibilidad de imaginar tu propio futuro.
Muchos jóvenes son edadistas: miran con malos ojos la ancianidad porque no son capaces de ponerse en el lugar del viejo que van a ser. Esto ha sido un quebradero de cabeza para muchos filósofos: ¿la sociedad sería racista si tú supieras que te vas a convertir en negro cuando cumplas cuarenta años y en chino cuando cumplas ochenta? La sociedad es edadista, es racista con los viejos, a pesar de que todos saben que se van a hacer viejos. Lo que pasa es que vivimos en una clausura de las expectativas y de los horizontes históricos tan grande que nadie cree que vaya a vivir más allá de 2050, cuando, según las expectativas de todos los expertos en ecología, van a acabar las reservas fósiles y comenzarán los juegos del hambre.
Mucha gente no solo siente que viva una vez; vive como si no fuera a vivir mañana. Pero es que es un lema muy filosófico: estudia como si fueras a vivir para siempre; vive como si no fueras a vivir mañana.
En El trap dices: «La subversión sociocultural sigue siendo un espectáculo económicamente muy rentable». ¿Ha sido esta escena urbana un gran espectáculo para la industria de la música y los medios de comunicación con sus beefs, su poliamor?
C. Tangana, con Los chikos de Madriz, la canción con la que responde a Los pollos hermanos, de Los chikos del maíz, dice: «No quiero hablar de mi vida / Lo aprendí bien desde chico / No vale na si todo es mentira». Lo que yo interpreto es que él es consciente de que si no hubiese espectacularizado su vida, por ejemplo pidiéndole matrimonio a Carlotta Cosials o lanzando el beef con Los chicos del maíz o todas las polémicas que ha tenido después, no hubiera conseguido el estatus que ha alcanzado.
Hay artistas urbanos que, a base de modestia y trabajo, sí han ganado popularidad. Es el caso de Rels B o Don Patricio. Han alcanzado una popularidad mayor que la que pueden tener gente más polémica o que busca el clickbait. Por un lado, está el espectáculo del que todos han sido conscientes y del que todos se han aprovechado y, por otro, hay artistas que, con su esfuerzo y trabajo bien hecho, han sabido colocarse en el nuevo panorama.
Los traperos hablan mucho de la actitud. ¿Crees que ven la vida como arte y espectáculo?
Sí. Esto se hereda del dandismo: la vida propia es la mayor obra de arte. Esta concepción holista del arte lleva a entender la propia biografía como gesamtkunstwerk (la obra de arte total de la que hablaba Richard Wagner). En el presente, la sociedad entiende el arte cuando se vincula con el artista. Lo que atrae no es tanto la música como el músico, no es tanto la filosofía como el filósofo. Esta sociedad malinterpreta el arte porque está fascinada con el artista. En literatura, el género supremo es la autoficción. Vivimos una época en la que, aparte de que no es posible imaginar utopías políticas y alternativas al capitalismo, resulta muy difícil encontrar una ficción sólida que no se construya desde materiales biográficos. Los libros más interesantes que se han publicado en los últimos años parten de ese estrato biográfico y tiene que ver con la actitud. La principal mercancía es la imagen del artista en vez del producto.
Dijiste que a Yung Beef no le ha gustado la portada de tu libro pero era lo que esperabas. Era la actitud previsible.
Sí. Yo estoy lanzando pequeños troleos en varias entrevistas. En esta me lo he ahorrado. Y el próximo va a ser que las puyitas que me lanza Yung Beef por las redes sociales están pactadas y que, en realidad, él está a sueldo de Errata Naturae y que todo es una especie de beef más pactado que el tratado de Versalles.
Así cerramos el círculo: ¡Tú formas parte de este espectáculo!
Sí. La idea básica que aprendí en primero de Filosofía, cuando estudié a Jean Baudrillard, fue su idea del simulacro. Él dice que lo que muere cuando surge el espectáculo no es tanto la verdad como la mentira. En eso consiste la posverdad: en el presente, es indiscernible lo verdadero de lo falso. Solo existe la coherencia dentro de las posiciones. Sí, vamos, yo soy parte del espectáculo. El primero.
Saludos Masajista Santiago