No se precipite al responder porque todavía no lo sabe.
Algunos artistas abrigan la fatua creencia de que sus obras les harán inmortales, pero todos se equivocan, es exactamente al revés: sus obras sobreviven y ellos no.
Todos recordamos a un atribulado Christopher Lambert en Los inmortales (Russel Mulcahy, 1986) viendo cómo el amor de su vida se extinguía entre sus brazos convertida en una anciana, mientras la voz de Freddy Mercury nos erizaba el vello con los versos de Who wants to live forever?
Un ser mortal sustituye sus recuerdos por otros nuevos debido a su limitada capacidad de almacenamiento, pero alguien eterno no. Por tanto llega un momento en su vida en el que adquiere tal cantidad de referencias que finalmente ya nada tiene significado, como bien explicaba Umberto Eco en torno al título de El nombre de la rosa.
En todo ser inmortal hay un punto de su desarrollo biológico en el que deja de envejecer. Nadie puede saber si un bebé es o no eterno, pues su crecimiento será idéntico al de los demás bebés, al menos durante un tiempo. La pregunta es: ¿qué puede determinar o desencadenar que en un momento preciso de nuestra biografía comencemos a desafiar las leyes implacables de la decrepitud? En el caso de los vampiros la respuesta es meridianamente clara: el instante en que son mordidos con la intención de que se conviertan en seres de la noche. Pero esto, por desgracia (o por fortuna), es sólo literatura.
Si usted es inmortal, tardará tiempo en darse cuenta, más incluso que las personas de su entorno más próximo. Y cuando comprenda en toda su dimensión la responsabilidad de no temer a la muerte, tendrá el doloroso deber de mantenerlo en secreto y para ello renovar periódicamente a todos sus seres queridos. Sus saberes y habilidades se irán incrementando a lo largo de los decenios, por lo que no tendrá problemas para ganarse la vida, pero deberá evitar a toda costa la notoriedad.
El ser humano está programado para vivir suficientes años como para atisbar las respuestas a algunas grandes preguntas, pues sólo el paso del tiempo añade experiencia y capacidad para entender el mundo. Pero esa programación también hace que la muerte nos visite (en el mejor de los casos) en torno a un siglo de existencia, para los más afortunados. Y con cien años no basta para alcanzar esa comprensión que hoy nos está vedada.
Con el transcurso del tiempo las heridas del corazón cada vez se hacen más profundas, y el peso asfixiante de tanto conocimiento puede convertirse en una espinosa carga que, sumada al tedio que produce una vida que ya no tiene nada que ofrecer, provocará el terrible tormento de idear mil maneras de morir y fracasar en todas ellas.
Si usted es o no inmortal, sólo el tiempo lo dirá, pero en cualquier caso sea paciente, cuídese y sepa que la eternidad a veces también se logra cerrando los ojos bajo una noche estrellada.