Los romanos, que ya lo veรญan venir, separaron el latรญn hablado del escrito. Al primero lo llamaron vulgar y al segundo, culto para que unos pocos pudieran darse el pisto y marcar la diferencia.
Asรญ, durante siglos, el mero hecho de saber leer y escribir era tarjeta de presentaciรณn mรกs que suficiente para abrir la puerta de los trabajos mejor remunerados.
Pero entonces Gutenberg, solo por incordiar, inventรณ la imprenta. Y la escritura se extendiรณ lo suficiente como para que el mero hecho de manejarla ya no fuera discriminatorio. Entonces, los de siempre tuvieron que inventarse nuevas formas de marcar distancias.
En profesiones como la medicina y la abogacรญa comenzaron a proliferar los escritos compuestos por palabras que tan solo entendรญan los iniciados. Una costumbre muy fea que ha llegado hasta nuestros dรญas.
Para legitimar tanta verbosidad surgieron las titulaciones acadรฉmicas. La รบnica forma, se decรญa, de acceder a conocimientos complejos. Pero eso es discutible. Si vemos los centenares de palabras especรญficas que se precisaban en el siglo XVIII para diferenciar el casco, los aparejos y la arboladura de un velero, su aprendizaje deberรญa resultar imposible para un analfabeto. Sin embargo, todos los marineros las conocรญan al dedillo.
En literatura la cosa no resultรณ tan sencilla. Porque los escritores tambiรฉn querรญan demostrar que estaban por encima del comรบn de los mortales, pero a su vez necesitaban que esos mortales les entendieran si querรญan vender sus libros.
Asรญ, surgiรณ una especie de virtuosismo literario que al mismo tiempo que contaba historias comprensibles para todos, incluรญa algunos guiรฑos de connaiseur para las รฉlites cuya valoraciรณn perseguรญan.
Dichos guiรฑos suelen castigar la repeticiรณn de palabras en el texto, algo propio del lenguaje hablado. Y, en cambio, premian los vocabularios ricos en acepciones poco comunes.
Esto es algo que se ha perpetuado a travรฉs de los tiempos en la gran mayorรญa de las obras literarias. Desde el Quijote hasta Cien aรฑos de soledad.
Veamos el caso de el Quijote, donde las primeras lรญneas de la novela de Cervantes son un claro ejemplo:
ยซEn un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivรญa un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocรญn flaco y galgo corredor. Una olla de algo mรกs vaca que carnero, salpicรณn las mรกs noches, duelos y quebrantos los sรกbados, lentejas los viernes, algรบn palomino de aรฑadidura los domingos, consumรญan las tres partes de su haciendaยป.
Sin duda todo un alarde de voluptuosidad literaria con el que el Manco de Lepanto querรญa demostrar desde el principio que nos encontrรกbamos con una obra de altura. Pero, ademรกs, tenรญa que gustar a lectores mรกs habituados a los ripios y las repeticiones propias de la poesรญa popular del Siglo de Oro. Tal vez por eso Cervantes incluyรณ tambiรฉn en su novela esos guiรฑos con la intenciรณn de contentar a todos:
ยซLa razรณn de la sinrazรณn que a mi razรณn se hace, de tal manera mi razรณn enflaquece, que con razรณn me quejo de la vuestra hermosuraยป.
O tambiรฉn:
ยซLos altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandezaยป.
Por supuesto que en estos dos ejemplos subsiste el derroche culto, pues las palabras, siendo las mismas, cobran un significado distinto en cada frase. Una forma muy ingeniosa de conseguir que un mismo texto tenga diversas lecturas dependiendo de la persona que lo afronte.
Asรญ, la cuestiรณn permanece hoy en dรญa: ยฟescribir para presumir o para que te entiendan? ยฟPara una minorรญa exigente o para una mayorรญa complacida?
Los mejores escritores son los que consiguen ambas cosas, sin duda. Pero si el pรบblico o el talento personal nos llevan a tener que elegir, tal vez deberรญamos escuchar de nuevo las palabras que ya en el siglo XVI dijera Garcilaso de la Vega hablando de su amigo Juan Boscรกn:
ยซGuardรณ una cosa en la lengua castellana que muy pocos la han alcanzado, que fue huir de la afectaciรณn sin dar consigo en ninguna sequedad; y con gran limpieza de estilo usรณ de tรฉrminos muy cortesanos y muy admitidos de los buenos oรญdos, y no nuevos ni al parecer desusados de la genteยป.