Un estudio pormenorizado confirma lo que ya sospechábamos: los cachas la tienen pequeña.
La madre de Schwarzenegger estaba convencida de que su hijo era gay, la única explicación plausible a aquel despliegue de imágenes de hombres musculados en cueros en los muros del cuarto del joven Arnold. Si aquella buena señora austriaca se hubiera parado a “escrotar” las fotos se hubiera dado cuenta de otro hecho asombroso: los culturistas –esos gays de sí mismos- apenas marcan paquete.
A esa conclusión llegó Sam Shuster, un dermatólogo inglés jubilado y, por tanto, con muchísimo tiempo libre. Al doctor Shuster siempre le llamó la atención el ridículo volumen de la entrepierna de los culturistas, así que, ni corto ni perezoso, decidió estudiar el asunto a fondo. Tras descartar la opción científicamente recomendable –la observación directa, demasiado riesgosa- el investigador se hizo con una colección de imágenes de culturistas, otra de bailarines de ballet y una tercera de modelos de bañadores, estas dos últimas para usarlas como grupos de control.
Armado de escáner y Photoshop, Shuster midió los píxeles que ocupaban los respectivos paquetes de cada uno de los grupos y confirmó que el área relativa de la entrepierna de los culturistas era un 60% del de los bailarines y un 50% del de los modelos de bañadores, el colectivo más “marcón”. Como señala el científico, puede que el tamaño de los genitales sea un criterio de selección para escoger los tipos que aparecen en los catálogos de bañadores, pero no así para los bailarines, que suelen reclutarse por su habilidad para las cabriolas y no por las dimensiones de su huevera.
Ya estoy imaginando las pegas de los puristas: los culturistas tienen menos paquete en proporción a su corpachón, mucho más grande que el del resto de los mortales. El hábil investigador supo esquivar este inconveniente: hizo su cálculo a partir de las caderas de los modelos, es decir, utilizó como referencia la masa ósea en lugar de la musculatura de los modelos. Los resultados volvieron a ser tercamente contundentes: los testículos, que no el pene, de los culturistas ocupaban la mitad que el de los modelos de Turbo y compañía.
El buen científico no se queda en la recopilación de los datos sino que sabe elaborar una hipótesis que explique los mismos. La explicación más peregrina puede ser que los hombres con los cojones pequeños sean más proclives a dedicarse al culturismo. Factible aunque un tanto osado. Ha de haber otras. El siguiente sospechoso habitual es obvio: ¿qué tal los anabolizantes y esteroides, que corren por las taquillas de los gimnasios y que, se dice, consumen el 6% de los españoles que acuden habitualmente al gimnasio, unos 20.000?
Efectivamente, esos armarios roperos con cuello de pit-bull cosechan músculo a cambio de perder fertilidad, potencia sexual y, sí, volumen testicular, según advierten los especialistas en medicina sexual. Los anabolizantes producen una revolución hormonal en el cuerpo del culturista: crece la barba, cambia la voz, se achican los cojones.
Pero incluso si no hay doping de por medio parece que el exceso de ejercicio afecta al sistema endocrino. Otros estudios igual de libidinosos que el de los culturistas han demostrado que las patinadoras de hielo y las bailarinas tienen las tetas más pequeñas que la media.
Por cierto, durante el estudio de los paquetes de los culturistas, Sam Shuster levantó en su mujer las mismas sospechas que Schwarzenegger en su madre: “Creo que deberíamos hablar de tu nueva afición y del futuro de nuestro matrimonio”, le dijo.
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Iñaki Berazaluce es autor del blog Strambotic
Ilustración de sants serif