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Ni una lágrima por las estrellas del porno

Los 90 pintaban bien para las estrellas del porno.

Tras unos convulsos años 80 donde la aparición del VHS y las cámaras de grabación domésticas habían revolucionado la industria, y en los que el SIDA había acabado con algunos de sus actores más célebres, la última década del siglo XX se presentaba en comparación como una balsa de aceite. Ni siquiera la aparición de nuevos formatos como el DVD parecía un gran problema. Y en esto, surgió Internet. Bueno, más concretamente la World Wide Web.
La industria del porno, que ya había demostrado una enorme adaptación al cambio (seguro que conocen la intrahistoria que dice que su apoyo al VHS fue la principal causa de la victoria de este frente al Betamax), abrazó rápidamente las posibilidades de la Red. Desde su nacimiento, la WWW fue evolucionando al ritmo que le exigía la industria (¿o era al revés?): las primeras formas de pago en la Red, antes siquiera que se pensase Paypal, nuevas formas de publicidad, un mayor ancho de banda que permitiese la descarga rápida de imágenes, mejor compresión de los vídeos…
Y a nuevo medio, nuevos hábitos de consumo. Ya no hacía falta alquilar una película completa. Con unos (pocos) minutos bastaba. La calidad tampoco suponía un gran problema, con lo que los vídeos amateurs comenzaron a inundar las redes. En fin, la industria, otra vez, patas arriba.
Aunque parezca una obviedad, Internet cambió la industria para siempre. Pero aún no he visto a nadie soltar una sola lágrima por las estrellas del porno que tuvieron que «sufrir» esa época.
Quizás si los responsables de las discográficas hubiesen prestado más atención al porno en vez de limitarse a copiar su estética para los vídeos musicales de la MTV, la historia hubiese sido diferente. Porque es posible que el porno fuese la primera gran industria a la que Internet cambió para siempre, pero ya sabemos que no fue la única.
En 1999 apareció Napster, un sistema de intercambio P2P creado por dos chavales de 20 años (el que interpreta Justin Timberlake en La Red Social y otro) y la música ya no volvió a ser igual. Bueno, en realidad la música no cambió tanto. Solo que la gente dejó de comprar discos. En España, del record de ventas de 626 millones de 2001 pasamos a los 119,8 de 2013. [1]
Esta vez sí, la llamada «crisis de la música» se convirtió en tema de conversación en los medios de todo el mundo. El término «piratería» se hizo de uso común mientras los artistas insultaban a sus fans en las entrevistas llamándoles ladrones y pidiendo a los gobiernos nuevas leyes para meterlos en la cárcel. ¡Y eso que todavía no existía Twitter!
Mientras estábamos todavía extasiados con el espectáculo de la caída de una industria que había conseguido convertir a Alejandro Sanz en una superestrella, de repente nos enteramos de que la gente había dejado de ir al cine… Y no, esta vez no estoy hablando (solo) de cine porno.
Aunque aguantaron de manera bastante digna unos años más, a partir de 2004 la tendencia fue imparable (de 691 millones de recaudación pasamos a 507 en el pasado año) [2]. Al ataque a sus espectadores «piratas» añadieron una nueva y original estrategia: insultar a aquellos que sí que pagaban por ir al cine o comprarse un DVD amenazándoles en el pase previo a la película. Ya saben: «la piratería es delito».
Aquello comenzaba a tener visos de epidemia, sobre todo cuando nos enteramos (por internet, claro) que también afectaba a la venta de periódicos, en continuo descenso de ventas en la última década. ¡Si hasta la gente dejó de comprar el Marca!
El siguiente ataque de los piratas se centró en los libros. Si usted ha vivido en una burbuja en los últimos años podría pensar que, después de asistir al hundimiento de música y cine, el sector editorial se habría preparado con algunas contramedidas. Y bueno, hay que reconocer que algo está haciendo: copiar una a una las medidas de la industria discográfica y el cine. Ya saben: reclamar leyes más restrictivas y cierres de webs, justificación de precios «por culpa de las pérdidas ocasionadas por la piratería» y, por supuesto, insultos a sus lectores. Con exitosos resultados: la venta de libros ha descendido un 20% en los últimos 4 años.
Y cuando todos pensábamos que los piratas de internet se iban a limitar al sector cultural, el ataque continúa. Porque ahora la cosa ya no va solo de bajarse música, películas y libros, sino también de viajar (Airbnb, Blablacar, Uber…) y disfrutar de las mismas cosas que la gente normal. ¡Si hasta quieren emprender como personas de bien (Kickstarters, Indiegogo… ), pero saltándose a los bancos!
Afortunadamente, el sector hotelero, financiero y el de transporte ya están avisados y han comenzado sus propias campañas antipiratería. Ya saben, siguiendo al pie de las letras las tácticas que tan bien han funcionado anteriormente: pedir un endurecimiento en la legislación y comenzar a publicar estudios (propios) con las (supuestas) pérdidas ocasionadas por los piratas.
Así que no se sorprendan si la próxima vez que cojan un taxi, reserven una habitación de hotel o pidan un crédito, les insulten no solo con la elección de la emisora, el café aguado del desayuno o los intereses del préstamo… Nadie quiere convertirse en el último negocio fagocitado por internet.
Sin embargo, ninguno de ellos ha pensado que quizás el modelo a seguir frente a los piratas no sea el del enfrentamiento y la negación al cambio que enarboló durante años la música o el cine, sino el de la aceptación que hace más de 20 años inició la industria del porno.
Aunque quizás el problema sea que en este país no se ve suficiente cine porno.
 
[1] Mercado de la música grabada en España. Año 2013. Promusicae.
[2] El cine y el vídeo en datos y cifras.   
 
Dani Monléon (@siestanfacil) es responsable de Marketing Digital en MASmedios. 

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