Cinco escritores que ahogaron la literatura en alcohol

16 de febrero de 2017
16 de febrero de 2017
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En ocasiones, algunos tienen que morir para que otros sobrevivan o, en casos menos dramáticos, para que muchos disfruten de derechos adquiridos tras el sacrificio. Probablemente nadie tenga el valor necesario para enfrentarse a quien debe dejarse ir y decírselo a la cara: «Eres el precio que hay que pagar para que los demás nos beneficiemos. Gracias. Hasta siempre». Sin embargo, en un universo de ese capitalismo existencial, el precio lo determina el mercado y hay que pagarlo sin remedio.

El precio que se tuvo que pagar para que la humanidad disfrutase de textos como El cuervo, El viejo y el mar, La campana de cristal, Mujeres o Suave es la noche fue alto, tanto como valiesen las vidas de sus autores; tanto como el hecho de que sus vidas quedaran condicionadas por estar regadas en alcohol. En cualquier caso, si alguien se pusiera a analizar la relación entre precio y beneficio, poca gente renunciaría a esos libros.

Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poe

 

Es duro que parezca que la vida de alguien no importa si se compara con su producción creativa, pero nadie dijo que tomar decisiones fuera sencillo. Por suerte, los designios del destino no se pudieron escoger y las obras de algunas de las mejores plumas de la historia se vieron condicionadas por la dipsomanía sin posibilidad de alternativa.

Al periodista Carlos Mayoral le ha dado por contar en Etílico parte de la vida de cinco autores asumiendo sin reparo la querencia al vicio de todos ellos. Mayoral dice que «las drogas en general y el alcohol en particular son apéndices de uno mismo, esquinas sin barrer en nuestra propia mente. Apuntado esto, afecta de una manera particular a cada proceso creativo».

El relato, presentado de forma novelada, traslada automáticamente a un viaje por cinco personalidades dadas a la autodestrucción: Charles Bukowski, Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Sylvia Plath y Edgar Allan Poe.

Sylvia Plath
Sylvia Plath

Los métodos para crear cuentan con matices particulares pero, para Carlos Mayoral, tanto la literatura como el alcohol son las tablas de salvación de los cinco escritores, su pasaporte para no acabar consigo mismos. De hecho, de esa relación emana el criterio para que sean esos cinco, y no otros, los escritores seleccionados. «Los cinco personajes cumplían con estas tres premisas: eran autodestructivos, eran genios de la literatura y eran amantes del vicio. Se quedaron muchos fuera, pero quería que no fueran personajes anecdóticos, que no fueran protagonistas de un simple párrafo y sí que se fueran macerando como personajes. Esto también fue clave en el proceso: los escritores abandonaron la realidad biográfica para convertirse en personajes».

En el caso de Charles Bukowski, el alcohol era el pasaporte a su mundo más particular, uno que se fabricó desde muy joven para huir del sobrio e irrespirable ambiente familiar. Empezaba por la cerveza barata y terminaba viajando al Burbank a beber aún más, a sudar como un cerdo, a mirar a las bailarinas, a comer sobras y, en definitiva, a destripar los bajos fondos y graduarse en underground. «El alcohol era el motor de su vida y de su temática», afirma Mayoral.

Charles Bukowski
Charles Bukowski

El feísta universo de Bukowski, la decadencia de cada uno de los pasajes de su vida, contrasta con la búsqueda de Scott Fitzgerald de la París más bohemia, aquella que veía desfilar a Gertrude Stein, Pablo Picasso o James Joyce. El propio Ernest Hemingway, también retratado en Etílico, era compañero habitual de borracheras parisinas a la vez que un persistente dolor de cabeza para Fitzgerald, ya que mientras él se dejaba la vida entre juergas, Hemingway producía literatura desde Europa a ritmo de hemorragia de trinchera. Los editores, claro, estaban encantados con este último mientras que el autor de El Gran Gatsby veía como tanto su editor como su amada Zelda exigían más producción.

En cualquier caso, lejos de la miseria que abrazaba, por ejemplo, el ecosistema de Bukowski, Fitzgerald siempre se había codeado con la clase alta. Todo iba bien cuando tenía dinero para quemar en botellas. Cuando no tenía, muchos de sus amigos, sin agobios, acababan pagando la cuenta. También bien.

Así, vaso a vaso, pasaje a pasaje, Mayoral va desgranando las existencias de estos insignes borrachos. También las de Sylvia Plath o Edgar Allan Poe que se suman a un viaje, a un mapa de ruta del alma humana, con toda la luz de la creatividad y la genialidad, y con toda la mierda que el descontrol etílico aporta.

Ernest Hemingway
Ernest Hemingway

El recorrido por las vidas de los cinco escritores etílicos es muy particular. Carlos Mayoral dice que cuando se puso a escribir se dio cuenta de que no le servían de mucho los ensayos y biografías acumuladas. «Era leyendo sus propios párrafos como iba desnudándolos». Así, extrajo como de un alambique el dibujo de cada uno, más a partir de las líneas escritas por ellos que de las escritas acerca de ellos. «Al leerlos, veía claramente un reflejo de los sentimientos que se guardaban en cada renglón. Cuando monté el corpus de Etílico, yo iba escribiendo cada arista de la vida en un cuaderno y así me di cuenta de que el libro estaba para hablar de cada una de esas aristas».

Todo el mundo aprecia el alcohol como algo pernicioso y, aun así, se mira con recelo a los abstemios como a los que huyen de masturbarse. Por algo será. Por eso no debe asustar un intento como este, el de Carlos Mayoral, de situar a la sustancia en el lugar del universo creativo que le corresponde. Aunque el hígado se queje.

Scott Fitzgerald
Scott Fitzgerald
Portada de Etílico, de Carlos Mayoral.
Portada de Etílico, de Carlos Mayoral.

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Óscar Giménez

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