El ‘streetwear’ y el lujo posan abrazados frente a la cámara de Eva Losada

14 de diciembre de 2018
14 de diciembre de 2018
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De las herramientas sociales que ayudan a identificar los distintos períodos históricos, la moda tal vez sea la más precisa de ellas. Basta con poner el foco en ese gran contenedor de tendencias llamado streetwear para detectar los rasgos definitorios del último lustro: el reciclado de ideas, la influencia de las redes sociales, el protagonismo de la diversidad cultural, la velocidad de los cambios, su agotamiento inmediato y la hegemonía del marketing como fábrica de hype.

Cuesta sacar una foto fija desde el tobogán en el que nos deslizamos, pero Eva Losada consigue hacerlo casi cada día.

Afincada en Londres durante los últimos siete años y medio, esta zamorana es una de las fotógrafas de moda más relevantes del momento, con presencia continua en editoriales como Vogue, Dazed, I-D y, especialmente, Highsnobiety, la biblia del streetwear junto a Hypebeast.

Primero estudió Ciencia y Tecnología de los Alimentos en Madrid, pero pronto se mudó a la capital inglesa atraída por su densa oferta cultural. Allí, Eva Al Desnudo –así se hace llamar en Instagram– fotografió la semana de la moda, subió el resultado a las redes y logró llamar la atención de una revista inglesa, que pidió publicar algunas de sus fotos. Fue el empujón necesario para enfocar su carrera en esa dirección.

Han pasado cuatro años de aquello y Eva no ha hecho otra cosa que prosperar. Una trayectoria idéntica a la del streetwear, que con su asalto al mainstream ha logrado, en un hito histórico, bajar a las grandes firmas del pedestal:

«Gracias al streetwear hoy ves a gente llevando Balenciaga o Gucci en cada esquina, lo cual es positivo, porque las grandes firmas por fin se acercan a la calle. Por otra parte, la calidad en la producción o el diseño de algunas marcas se ha visto resentida, pero no parece importar demasiado, pues la gente quiere tener piezas únicas y conseguirlas en cuanto salen más allá de la calidad en sí», explica la fotógrafa.

Ese deseo de adquirir piezas únicas ha sido el ariete con el que las firmas de streetwear han derribado los viejos estándares de la industria textil. El lujo, por ejemplo, ya no es un coto reservado a la burguesía blanca de los barrios altos, sino que se ha desplazado a una subcultura de skaters  y raperos apegados a la calle.

«Las grandes firmas necesitaban modernizarse y llegar a los jóvenes. Animadas por esa necesidad han encontrado el filón en la cultura de los drops de marcas como Supreme, que venden sus productos a cuentagotas y consiguen que camisetas, sudaderas y sneakers se conviertan en artículos de lujo por su exclusividad», destaca Eva Losada.

¿Exclusividad en la era digital? El streetwear sobrevive en la difícil paradoja de ser una comunidad de nicho amplificada por su sobreexposición en internet. En los 80 era una identidad. Hoy es un concepto aspiracional desprovisto de sus rasgos ideológicos, donde contracultural es simplemente una etiqueta comercial.

«Creo que la identidad aquí es casi inexistente. Con las redes y el rápido acceso a los productos nuevos la gente solo sigue el hype sin pensar en si va o no con ellos. En las fashion weeks ocurre algo parecido: cuando yo empecé –y no hace mucho de eso– la gente tenia mas personalidad, tenían un estilo y lo llevaban al show que fuera».

«Hoy eso ha cambiado a partir de la aparición de los influencers y las marcas que les pagan por ir vestidas de cabeza a pies. Ves a una persona llevando un total look de Chanel y una hora más tarde la misma persona va entera de Rick Owens».  

Todo ese hype unido a la cultura del drop y a la conceptualización de ciertas marcas –cuyo valor es la historia que narran– han preparado un escenario insólito bien resumido por el fundador de Highsnobiety: «Las marcas son las nuevas bandas».

La analogía compara la obsesión de los jóvenes actuales por marcas como Supreme, Off-white o Fear of God con el fervor despertado por algunos grupos en las últimas décadas del siglo XX. A falta de rockstars modernos, buenos son los diseñadores más notorios del streetwear, esos que asumen la dirección creativa en firmas de lujo: Demma Gvasalia en Balenciaga, Kim Jones en Dior o Virgil Abloh en Louis Vuitton.

Hay una relación aún más estrecha entre la moda y la música, y Eva Losada puede dar buena cuenta ella. Su foto más viral exhibe al rapero Asap Rocky mostrando los grillz (dientes maqueados) después de un desfile de JW Anderson.

Es el retrato de los nuevos tiempos: hip hop y streetwear han conquistado el mercado con las mismas armas, enseñando los dientes. Ambos han estado opacados durante décadas por el refinamiento de las industrias culturales y ambos han encontrado en las redes el escaparate con el que despuntar.

En la actualidad, gracias a esa visibilización, el rap y la moda urbana acaparan muchos de los discursos más excitante del panorama cultural.

Las influencias de Eva Losada

En el índice de discursos excitantes aparece bien posicionado el diseñador of clothes maker japonés Yohji Yamamoto, cuyos diseños han cambiado la mirada de la industria textil.

«Hablábamos antes de cómo las marcas de lujo adoptan el streetwear y de lo que esto ha supuesto para la escena, con las grandes marcas saliendo a la calle y el streetwear subiendo a la pasarela –Louis Vuitton x Supreme–. Pues bien, antes de eso, Yohji Yamamoto, Rei Kawakubo o Martin Margiela lograron cambiar el lujo a través de los cortes, las formas y los acabados. Ellos hicieron que se pasara de la perfección a la imperfección en la manera de entender la belleza», relata Eva Losada.

Su elogio a Yamamoto no se acaba ahí: «Yohji empezó a fabricar ropa con la idea de proteger a las mujeres. Fue después de la Segunda Guerra Mundial, ayudando a su madre costurera. En la zona donde tenían el estudio había muchas mujeres que, por las condiciones de pobreza, tuvieron que trabajar en la prostitución, y él las veía frágiles y desprotegidas.

Desde entonces siempre ha tenido en mente crear ropa femenina con el objetivo de protegerlas y hacerlas fuertes. Un poco en la línea de McQueen, que quería que la gente tuviera miedo de las mujeres a las que que él vestía. Yo me siento identificada con esos diseños poderosos que crean la sensación de inaccesibilidad o de temor».

Otra influencia ineludible en el mapa de la fotógrafa zamorana es el belga Martin Margiela, gran defensor de la antimoda, la deconstrucción y la apropiación como recurso creativo. El último concepto –el de la apropiación– ha llegado a España en forma de crítica a la heterodoxia de Rosalía, pero Eva Losada considera que, siguiendo el ejemplo de Margiela, la cantante está en su derecho de fusionar corrientes culturales:

«Se está yendo un poco lejos con el tema de la apropiación cultural. En su día Margiela trajo los tabis –calzado japonés con un corte en la puntera– al resto del mundo y nadie dijo nada, pero hoy todo el mundo puede opinar fácilmente y se crean estas oleadas de odio contra algo/alguien demasiado rápido. A mí, personalmente, me gusta Rosalia. Estéticamente me parece increíble y sería interesante trabajar con ella en algún proyecto».

Lanzada queda su propuesta. En el repaso de la moda y la cultura, Eva Losada hace un último parón en la figura del fotógrafo Terry Richardson, acusado de abusos sexuales por modelos que trabajaron con él.

¿Se está haciendo algo en la moda para combatir este tipo de comportamientos? Según la fotógrafa, el tema Terry Richardson llevaba tiempo coleando, «pero las grandes revistas hacían la vista gorda y seguían trabajando con él». Lo hicieron, cuenta, hasta que la presión de las redes sociales se hizo insostenible y revistas como Vogue decidieron prescindir de él.

Desgraciadamente, Richardson no es un caso aislado: «Yo conozco a gente que ha tenido problemas de este tipo con fotógrafos hombres. Aún hay muchos casos en los que se aprovechan del poder que tienen, pero no solo los fotógrafos, también los grandes magnates del negocio de la moda.

No obstante, por fin se están haciendo cosas para evitarlo: en el backstage los fotógrafos ya no pueden estar presentes cuando las modelos se visten, y las fotos no están permitidas hasta que estas han terminado de vestirse.

Además, en la mayoría de ciudades tienen una zona completamente cubierta por si alguna modelo quiere más privacidad. Por su parte, las agencias controlan muchísimo más quién es el fotógrafo y dónde se hace el shoot, evitan la ropa transparente en ciertos casos y nunca facilitan el teléfono de las modelos».

En opinión de la fotógrafa son medidas adecuadas, pero falta lo más importante: que todas las concesiones de la industria textil deriven en un verdadero cambio de mentalidad.

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