Las historias de valor de un grupo de (semidesconocidas) exploradoras que no tuvieron miedo a intentarlo

10 de septiembre de 2018
10 de septiembre de 2018
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Treinta y dos mil kilómetros, 52 pares de zapatillas y dos fracturas por fatiga después, la británica Rosie Swale Pope se convirtió hace unos años en la primera persona en dar la vuelta al mundo corriendo. Tenía 57 años cuando, en octubre de 2003, decidió embarcarse en esa aventura, justo después de enviudar –su marido falleció debido a un cáncer de próstata y ella quiso concienciar a la población sobre esa enfermedad y recaudar fondos para organizaciones benéficas en Rusia, Nepal y EEUU–.

Cinco años después de aquello (y tras enfrentarse, entre otras cosas, a neumonías, congelaciones, atropellos y golpes), Swale logró completar su gesta y volver a casa. No es de extrañar, por tanto, que fuese recibida como una especie de heroína en su pueblo, un tranquilo lugar costero al sudoeste de Gales.

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Su historia es una de las muchas que conforman el libro Intrépidas: los excepcionales viajes de 25 exploradoras (Editorial Pastel de Luna), de Cristina Pujol Buhigas, un homenaje a un grupo de valientes aventureras que, en muchos casos, fueron olvidadas con el transcurso de los años.

Algunas llegaron a sus metas y otras no, pero todas tienen en común que desoyeron a aquellos que les decían que no podrían hacerlo. «Ellas querían vivir una experiencia, realizar un viaje, y escucharon a su corazón, en lugar de a todas las voces que les aconsejaban que se quedaran viviendo la vida que se esperaba de ellas», señala la autora del manual, un libro ilustrado por Rena Ortega.

«Fueron muy valientes. Y eso no quiere decir que no tuvieran miedo. Muchas de ellas lo relatan, como Elspeth Beard, que dio la vuelta al mundo en moto. Cuenta que cuando comenzó el viaje estaba aterrada y llorando a mares. Pero se lanzó a la aventura», explica Pujol.

La escritora comenta que trabajar en el libro ha supuesto una de las experiencias más gratificantes de su vida. «Gracias a sus protagonistas tengo una perspectiva distinta de la ambición, del riesgo o la valentía», manifiesta a Yorokobu la también periodista.

«Ninguna de ellas era una supermujer, no se veían como tales y no se comportaban como heroínas. Tendemos a pensar que las personas excepcionales hacen cosas grandes y que el común de los mortales se tiene que conformar con vivir una vida corriente. Pero cuando lees cómo se sienten estas mujeres cuando toman la decisión de explorar, te das cuenta de que son personas normales. Eso cambió mi perspectiva de la realidad».

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Pujol hace hincapié en la idea de que siempre hay que intentarlo, que uno nunca debe sentirse poca cosa ni pensar que no puede. «Y si no llegamos a la meta que nos hemos marcado, no pasa nada; habremos vivido la experiencia de intentarlo. Creo que todos tenemos un lado intrépido y que queda asfixiado por el miedo al qué dirán, a exponernos y fracasar», dice.

Insiste, además, en que con el libro pretende transmitir a los niños el mensaje de que el éxito no lo es todo, y que el viaje es lo importante: «Quitando la presión de la consecución de la meta, el miedo a intentarlo decrece».

Pujol hace en el libro un recorrido por distintos momentos históricos, empezando por la viajera y escritora hispanorromana del siglo IV Egeria, y terminando con algunas viajeras de la actualidad. Y admite que las que más le han tocado el corazón son aquellas exploradoras que murieron pensando que su viaje no había valido para nada.

«Investigando sobre ellas ves el impacto que tuvo su vida en otras personas y, de algún modo, entiendes que tuvieron algún tipo de justicia histórica con el paso de los siglos.  Como Jeanne Baret, la primera mujer en dar la vuelta al mundo en barco», comenta Pujol.

Lo sorprendente es que Baret lo hizo disfrazada de hombre, en el siglo XVIII. «Fue repudiada y murió sin ningún tipo de reconocimiento. Se hablaba de ella como la amante de Philibert Commerson, el botánico. Se decía que había emprendido el viaje alrededor del mundo en una expedición científica francesa para acompañar a su amante. Ese era su único valor, el de mujer enamorada», expone.

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Pero la labor de investigación de una historiadora americana llamada Glynis Ridley demostró que, en efecto, Baret también era botánica y que muchos de los descubrimientos del viaje fueron suyos. Hallazgos como el de la planta Buganvilla. «Hace pocos años, un botánico norteamericano, Eric Tepe, escuchó una entrevista con esta historiadora y le impactó profundamente. Puso el nombre de Jeanne a una flor que descubrió en Sudamérica. De alguna manera, se cerró el círculo», señala la autora.

Algunas de las exploradoras seleccionadas son relativamente conocidas. Tal es el caso de Junko Tabei, la primera mujer que subió al monte Everest; Valentina Tereshkova, la primera cosmonauta, o la oceanógrafa Sylvia Earle, premiada en 2018 con el premio Princesa de Asturias de la Concordia.

Sin embargo, pocos saben realmente cómo llegaron a realizar sus viajes estas mujeres. «Normalmente, nos quedamos en la fecha y el logro, no se habla de las dificultades emocionales o sociales que vivieron para conseguirlo. Pero nadie sabe que Sylvia Earle vivió dos semanas bajo el agua en un experimento de la NASA o que Junko Tabei tuvo que coser sus propios sacos de dormir en el Everest porque nadie la patrocinaba», revela la autora.

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Cada uno de los relatos sorprende al lector por los arrestos que tuvieron todas estas mujeres. Valientes como Gudrid, la vikinga que llegó a América 500 años antes que Colón. Atrevidas como la alemana Clärenore Stinnes, que fue la primera persona en dar la vuelta al mundo en coche, y que dinamitaba montañas para poder avanzar porque todavía no había carreteras. O atrevidas como la estadounidense Lynne Cox, que con sus travesías a nado intentó desbloquear la Guerra Fría.

La moraleja propuesta por la autora es clara: «Estas no son proezas sin más; son relatos de su vida, de sus sentimientos. Queremos que los niños empaticen con ellas y entiendan que fueron valientes porque superaron el miedo. De esta manera, les estamos educando a que acepten que pueden sentirse inseguros, pero impedimos que por ese miedo dejen de perseguir sus sueños».

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