Las cortinas laminadas y amarillentas, las moquetas susurrantes, la luz enferma y debilitada que mana de los fluorescentes, la disposición de las mesas… Nada es casual en una oficina. Aunque pasemos gran parte de nuestra vida entre estas cuatro paredes, sus secretos muchas veces nos pasan desapercibidos. El fotógrafo y diseñador gráfico Juan de Marcos se ha propuesto exponerlos a la luz de su flash. Y el resultado es más bien inquietante.
Juan de Marcos tiene fobia a la oficina. Su malestar no está clasificado como trastorno en ningún manual de psicología; ni siquiera él está seguro de que se trate de una fobia. Puede que sea una simple incomodidad, un rechazo a salir de su zona de confort. «Quizá por ello hago fotografías, para ahorrarme un psicoanalista», comenta con sorna este director de arte reciclado en fotógrafo. El caso es que dejó de ir a la oficina porque no lo soportaba más. Se convirtió en freelance y dedicó su tiempo libre a realizar Binomios, un curioso proyecto fotográfico que reflexiona sobre la personalidad aséptica de las oficinas y la forma en que los trabajadores se relacionan con estos espacios.
La repentina aversión que desarrolló De Marcos hizo que empezara a interesarse por los orígenes de la oficina moderna y llegó a la conclusión de que «el principal objetivo no es realmente la productividad sino el control». «Un control», asegura, «que nace de un miedo a perder el lazo de unión con el empleado. La empresa quiere sentirse dueña». Pero antes de llegar a conclusiones vamos a explicar las premisas. La oficina moderna es un prodigio del diseño y la psicología. Su distribución nace de distintos estudios realizados en la mitad del siglo XX y perfeccionados en los años siguientes.
Los modelos más destacados son la oficina abierta y la distribución por cubículos. El concepto de open office fue patentado por un grupo de diseñadores de Hamburgo allá por los años cincuenta. Prometía fomentar las sinergias y el sentimiento de equipo. Hacer que las ideas fluyeran. Robert Propst propuso una década después un concepto opuesto. Este diseñador americano creó los primeros cubículos modulares para que los trabajadores tomaran «el control de sus destinos profesionales». Distintos estudios han demostrado que los últimos fomentan el ostracismo mientras que los primeros acaban con la privacidad e instauran un reinado del control en el que todos nos convertimos en guardianes de nuestros compañeros.
Esto fue lo que le pasó a De Marcos. Él no recuerda el día en el que fue consciente de que no quería ir a la oficina. No tiene en mente ninguna anécdota concreta. Pero sabe con exactitud cuál fue el punto de inflexión, el momento en el que todo empezó a cambiar. Fue cuando pasó «de trabajar en unas oficinas donde había cierta intimidad a un lugar diáfano donde todo el mundo ve lo que hacen los demás». «Era terrible», comenta De Marcos, «incluso yo entraba en el juego de vez en cuando, espiando la pantalla de otro compañero, juzgando su manera de trabajar, si estaba pasando un rato en Facebook, ojeando las noticias o si estaba viendo la cartelera de los cines».
El control en las oficinas del siglo XXI es pluridireccional. Ya no es el jefe el que está pendiente de nuestros movimientos, sino los propios compañeros. Más allá del flujo de energías y de la disminución del espacio, el principal motivo por el que el concepto abierto ha triunfado en todo tipo de empresas es el control, la instauración de un régimen de trabajadores que fiscalizan el trabajo ajeno y maximizan el propio por el miedo al qué dirán.
Espacios simétricos, asépticos e inmaculados. Espacios vacíos de vida se iluminan ante el flash de Juan de Marcos. Los detalles que reflejan sus instantáneas no son casuales, ni las expresiones de sus modelos, narcotizadas, alienadas de vida. Reflejan la perfección distópica de las oficinas modernas diseñadas para aumentar la productividad, pintadas en tonos neutros, con muebles ergonómicos, perfectos. Todo el trabajo de Binomios está fotografiado en oficinas reales. «Diría que el 90% de ellas son lugares en los que he trabajado y el otro 10%, oficinas de amigos o espacios en los que voy de paso», asegura el fotógrafo. Sin embargo la repetición de estética, distribución y estilo es evidente en sus fotografías. También la sensación de los trabajadores.
Puede que catalogarlo de fobia suene excéntrico, pero el malestar que sufre Juan de Marcos no es ni mucho menos algo anecdótico. Afecta a la mayoría de personas que trabajan en un espacio abierto. Unos años antes de que la agencia de publicidad en la que trabaja remodelara sus oficinas, una compañía petrolífera canadiense decidió hacer lo mismo y apostar por un concepto abierto. Para asegurarse de que el cambio era a mejor, pidió a un grupo de psicólogos de la Universidad de Calgary que hicieran un estudio sobre el bienestar de los trabajadores.
Los psicólogos evaluaron la satisfacción de los empleados con su entorno, así como su nivel de estrés, el desempeño laboral y las relaciones interpersonales antes y después de la transición. Las conclusiones fueron demoledoras: el nuevo espacio se reveló como perjudicial, estresante y complicado de manejar. En lugar de sentirse más cerca, los compañeros de trabajo se sintieron más distantes, insatisfechos y resentidos. Y la productividad empezó a caer.
La cantidad de análisis que ha tomado la oficina como campo de investigación es considerable y todos llegan a los mismos resultados. Un estudio realizado por la consultora Ipsos y la marca Steelcase asegura que el 85% de la gente está poco satisfecha con su ambiente de trabajo, al que culpa de su falta de concentración. La práctica totalidad de los 10.000 trabajadores encuestados (el 95%) aseguraba que tener un entorno más privado era importante para ellos, pero solo el 41% podía permitírselo. Otro estudio, este realizado por la Cornell University, concluyó que los trabajadores expuestos al ruido de una oficina abierta sufren un considerable incremento de epinefrina, una hormona conocida popularmente como adrenalina que en exceso produce desánimo, agotamiento, problemas para dormir y falta de concentración. El experimento llegó a otras conclusiones: estos trabajadores se sienten menos motivados y acaban siendo menos creativos.
A pesar de estudios que dicen lo contrario, los beneficios de las oficinas abiertas, al menos para el empresario, son tangibles. Baja la creatividad y la satisfacción del trabajador, pero aumenta, en muchos casos, su productividad. Los empleados se convierten en engranajes de una fábrica de montaje, peones obedientes en un tablero de diseño perfecto. Las distintas cuadrículas del mismo son analizadas y expuestas en el trabajo de Juan de Marcos, que pretende convertir en un libro que él mismo va a editar. «Quiero tener el control total del proyecto», justifica. En él podremos observar en detalle su evolución, centrándonos en el presente y analizando un pasado que ayuda a comprenderlo. Un ejemplo. Tras la revolución industrial, el diseño de las oficinas cobró importancia, siendo la principal motivación que las personas consiguieran una productividad similar a la de las máquinas. Huelga decir que esto es imposible, pero varias décadas después podemos decir que estos estudios consiguieron parte de su cometido. La oficina es hoy menos humana que nunca.
Fobia a las oficinas
