En la soledad que se crea entre tú y tu teléfono hay espacio para el mundo entero, pero solo para un juicio: el tuyo. Otra receta de la sopa milagrosa de las abuelas italianas; «Fuera», piensas. Una frase. ‘Cuando se me decepciona, soy de los que desaparece sin dar explicación’. Reconfortante, simple, con algo de razón. «Sí, podría estar hablando de mí». Luego, otro video. Cómo arreglé la pieza de cerámica que se rajó en el horno: «A ver este». Después, una influencer habla de energías y de cómo se ha alejado de personas que no le hacían sentir bien porque no eran lo que necesitaba. «Tiene razón».
Hay algo en esas afirmaciones simples que engancha. Son las frases de azucarillo en sus diferentes versiones; la psicología barata en imágenes sobre fondos de cielos estrellados, la autoayuda del horóscopo, los post sobre cuidar tu propia energía. Las hay más motivacionales, de un estilo más individual —tú puedes, y todo ese rollo—; y las hay que hablan de relaciones entre personas, vestidas de autocuidado —aléjate de esa amiga que te roba la energía—. En sus versiones más boomer, milenial o Z, todos y todas las hemos escuchado en algún momento y seguramente también nos hemos creído alguna. Sin embargo, el prisma desde el que las leemos o escuchamos siempre es el mismo, y es el que nos engancha.
La satisfacción de creernos este tipo de ideas yace en el bienestar que nos produce vernos como víctimas —santos y santas— o héroes —mejores que el resto—, y alimenta nuestro ego de una forma que posiblemente esté bastante alejada de la realidad. Posiblemente muchos de nosotros nunca hayamos escuchado que valemos mucho o que tenemos que pensar en nosotros primero y luego en los demás. La descendencia de generaciones emocionalmente incultas ha crecido con hambre de validación y confort, así como de guías para interactuar correctamente con el resto. Pero por fin ha llegado, está en estas frases, en estos mensajes que se difunden como buenos consejos. Cubren una necesidad, un huequito en las autoestimas que, dañadas o no, se hinchan.
«Sigue, estás haciendo todo bien».
«Ya no veo a mis amigos porque están pasando por un mal momento y yo no puedo apoyarles, necesito pensar en mí».
«Géminis, eres demasiado buena, ten cuidado o volverán a hacerte daño».
En el silencio y la soledad que se crea entre tú y tu teléfono sientes reafirmación. Energía. Y confías en el único juicio que hay ahí, el tuyo. Pero te equivocas. Luego empiezas a escuchar esas frases en tu cabeza cuando tomas decisiones. Lejos del contenido que pueden publicar psicólogos reales, calan en nuestra cabeza ideas de fuentes dudosas que nos empujan a pensar a corto plazo y de forma poco empática. «Eres demasiado buena». Tengo que ser un poco más mala. «Esta persona me está dando mala vibra», así que dejas de hablar con ella. Y lo peor: crees que lo que estás haciendo está bien.
¿Hasta qué punto es sano pensar siempre en nosotros mismos? ¿Qué quiere decir priorizarse, y cuál es la diferencia entre ser alguien que se valora y ser un egoísta? ¿Y si somos nosotros quienes estamos haciendo daño a otros géminis?
Si una frase sobre un prado verde de fondo rezase «Tengo que dejar de mirar por mí mismo todo el rato y pensar un poco en los demás», seguramente no tendría éxito en los estados de WhatsApp. No tiene el lenguaje vago, inmediato y embriagador que tiene el resto. No te hace sentir bien ni mejor ni te invita a una reflexión que no es nada agradable hacer. Lo malo de este lenguaje embriagador de psicología barata es que, aunque pueda ser adecuado en algunos casos, aplicarlo sin ton ni son es peligroso. Igual no es mala vibra, son prejuicios. O puede que tu amigo no te haga sentir mal porque sea malo, sino porque te dice verdades que no quieres escuchar. Seguramente, aunque te encante hacerlo, también sea bastante arriesgado catalogar a tu prima de narcisista. Es así como nos equivocamos.
Al final, por mucho que manifestemos abundancia, energía alta y huyamos de las personas tóxicas, nadie es un santo ni es un héroe, y nuestra predisposición a creer que sí que lo somos no es ni más ni menos que otra extensión de la cultura wellness o del bienestar. Una cultura y negocio que se centra en los individuos y en sus necesidades sin tener en cuenta su contexto, o el conjunto de necesidades que les rodean (es decir, los demás). Es arrancando nuestros deseos del conjunto de la sociedad cuando dejamos de lado el compromiso, los cuidados y la empatía con el resto, convirtiéndonos así en egoístas. Olvidando que estamos interconectados. Es decir, que no tienes que priorizarte todo el rato. Paco, tampoco es tan importante que te eches una siesta en vez de echarle un cable a tu amiga con la mudanza.
Llevar un wellness individualista por bandera, al extremo, o como remedio psicológico ante los conflictos es prácticamente utilizar uno de los argumentos que más se escucha en La Isla de las Tentaciones: «Lo he hecho porque lo he sentido». Porque sentirse bien no es siempre lo correcto. Sentirse bien no es el fin que justifica todos los medios. Sentirse mal o fastidiarse con algo que no nos apetece es, de hecho, bastante importante cuando hablamos de cuidar a los demás. Y eso sí que es necesario en nuestras relaciones.
Al contrario de lo que afirman estas frases y afirmaciones, el bienestar de las personas, así como su buen hacer en el día a día, va mucho más allá de quererse a sí mismas a tope el cien por cien de las veces, o de alejarse de todo el mundo que no te baila el agua. El bienestar de las personas pasa por aceptar que a veces nos equivocamos y somos la mala vibra, somos la toxicidad y tenemos la energía baja. No pasa nada por aceptar que el resto de personas también se equivoca y son más que una etiqueta que hemos aprendido en TikTok. También debemos tener en cuenta que nosotros y nuestras necesidades no estamos solos en el mundo. En fin, que la vida es más compleja que un post busca-likes.
De manera que en la búsqueda de cómo mejorar realmente como personas y dejar de escrudiñar al resto tendremos que dejar de pensar «¿Seré yo de quien habla al decir esta frase?» para pensar «¿Habré hecho yo que alguien se sienta así?».