La sobreexplotación comercial de Frida Kahlo

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Ni Dalí, ni Andy Warhol, ni Picasso ni, por supuesto, maestros clásicos como Velázquez, Goya, Rafael, Miguel Ángel o Rembrandt. El pintor más icónico y reproducido de la historia reciente es pintora y se llama Frida Kahlo.

El rostro de la artista mexicana puede encontrarse en todo tipo de productos. Cuadernos, agendas, esmalte de uñas, lápices, pósteres, estuches de maquillaje, botellas de tequila, camisetas, cojines, libros para colorear, broches, pendientes, cuentos infantiles, pañuelos, alfombras, jabones, calcetines, sellos, grafitis, relojes y, atentos, compresas.


La fridamanía está llegando a puntos delirantes. En la Riviera Maya ha abierto sus puertas un nuevo Museo Frida Kahlo que no contiene ninguna obra original de la pintora. Todas son reproducciones para disfrute de los turistas de la zona que, a cambio, pueden degustar de un menú Frida en el restaurante anexo al museo. De nuevo, la vida y la obra de la pintora es la excusa para una propuesta comercial y gastronómica más propia de Disneylandia que del Palacio de Bellas Artes de México.


En todo caso, tampoco las instituciones de arte con más prestigio se quedan atrás en esta locura: el Museo de Arte de Dallas convocó en junio de 2017 la mayor quedada de Fridas Kalho del mundo. Más de 1.100 personas disfrazadas de la artista mexicana con un único fin, ¿homenajear a la artista? No. Batir un récord Guinness.

Esta proliferación de productos sobre Kahlo está estrechamente relacionada con el efecto que provoca en el público la personalidad de la pintora. Una mujer de exótica belleza que fue capaz de sobreponerse a múltiples desgracias, que estuvo locamente enamorada de Diego Rivera y que se comprometió políticamente en la defensa de los derechos de los más desfavorecidos.

En definitiva, aspectos vitales que gustan por igual a los románticos, a los militantes políticos, a los amantes del arte, a las personas que han sufrido desgracias en su vida, a las feministas, a los gays, a los defensores de las comunidades indígenas… Tal es su versatilidad para encajar con tantos y tan diferentes perfiles que la revista Vanity Fair llegó a definirla como «una heroína políticamente correcta para cada minoría herida».



Dejando las maldades de la prensa rosa a un lado, lo cierto es que ese compromiso social y político que manifestó en vida hace que muchos se planteen si la pintora estaría o no de acuerdo con esta sobreexplotación de su imagen. Algunos afirman que estaría espantada; otros, que este fenómeno solo es un paso más en su discurso artístico. Los que defienden esta segunda teoría afirman que si ella se representó constantemente en sus cuadros, también aceptaría aparecer en esos productos. Definitivamente, algunos no encuentran diferencia entre el lienzo de un cuadro y la celulosa de una compresa.

A pesar de todo, habida cuenta de que la artista no dejó instrucción alguna sobre cómo quería que se gestionase su obra, ambas interpretaciones son válidas. Separada de Diego Rivera y sin hijos que la heredasen, sus pinturas y propiedades pasaron a ser gestionadas por el Diego Rivera y Frida Kahlo Museums Trust, que es propiedad del Banco de México. Cualquier exposición y explotación gráfica de la obra de Kahlo para fines académicos debe ser aprobada y gestionada a través de esa institución, que también administra la famosa Casa azul en la que vivieron Kahlo y Rivera.



Sin embargo, alguien se dio cuenta de que esa administración del legado de la artista tenía una rendija legal: la explotación de la imagen de Kahlo y de su marca con fines ajenos al circuito de arte. De esta forma, Isolda Pinedo Kahlo, sobrina de la pintora, hizo valer sus derechos como heredera y fundó en 2007 en Estados Unidos la Frida Kahlo Corporation.

Dicha compañía es la que en la actualidad otorga las licencias para poder utilizar la imagen de la pintora en cualquier tipo de producto. Además, persigue, gracias al músculo de los abogados estadounidenses, aquellas reproducciones que no pasan por caja.

Aunque, en teoría, una de las funciones de esa corporación es la de velar por el legado de Kahlo, a la vista de ciertas licencias, algunos expertos lo ponen en duda. En declaraciones a la publicación Artsy, Anna Raginskaya, asesora en asuntos financieros de artistas, patrimonios y fundaciones en Morgan Stanley, afirmaba que «un producto malo puede cambiar la percepción del público sobre la práctica del artista en general, y un producto es malo cuando no se alinea con el ethos o el legado del artista».

Si bien el razonamiento de Raginskaya es inapelable para una escuela de negocios, la realidad lo desmiente. En la actualidad, se producen miles de unidades de productos relacionados con la artista que se venden con éxito, a pesar de que gran parte de ellos podrían vulnerar los principios o las ideas que rigieron la vida de la pintora.

Incluso políticos como Theresa May, de derechas y poco amiga de respetar a los más desfavorecidos, han lucido pulseras con la efigie de Kahlo. Por si no fuera suficiente, algunos de esos productos podrían haberse fabricado en condiciones de precariedad laboral y con mano de obra infantil, algo que hubiera espantado a la pintora. Sin embargo, no parece que a los afectados por esta fridamanía les importe demasiado. Al menos por ahora.

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