Las gafas de realidad virtual que salvaron al capitalismo

«¿Lo ves? Está sucediendo»
Eslogan de la Unidad VR Lenovo Nidra.

Dos de la tarde de un día especialmente caluroso en Badalona, junio de 2019. Los cinco miembros de la familia Fawaz engullen el preparado proteínico de pasta de soja que distribuye el gobierno catalán entre las familias más necesitadas. Pero cada uno de ellos está degustando su plato favorito: pato a la naranja para Ahmed, el padre. Cous-cous de cordero y pasas para Fátima, la madre; Whopper y otras delicias del fast-food para los pequeños.
(Ilustración de Juan Díaz Faes)
Los manjares llegan a sus pupilas a través de las unidades de realidad virtual Nidra, fabricadas por Lenovo en China e importadas masivamente por la Generalitat a imitación de otros Estados y corporaciones del orbe, con objeto de llevar la ficción de la opulencia a las clases más desfavorecidas, los excluidos del consumo por el decreto-ley de la oferta y la demanda.
(La última versión de Nidra no solo reproduce fielmente el aspecto de los manjares, sino que transmite a la zona cortical del cerebro del usuario la información fiel del aroma y el sabor de los alimentos).
La Gran Hambruna de 2022 pudo ser vadeada gracias a una doble actuación: la puramente alimenticia, propiciada por la FAO/Monsanto, que logró sintetizar un compuesto nutricional a partir de la soja, distribuido con el evocador y equívoco nombre de P.A.N., siglas de Primer Alimento Nacional y adquirido masivamente por China, India, Egipto, Nigeria, sudeste asiático, los países del Cuerno de África y del Mediterráneo.
Ahmed eructa satisfecho y activa en su UVR la opción «puro habano Cohiba». La Nidra inunda el centro de placer de su cerebro con una descarga de nicotinoides electrónicos de amplio espectro. Entre sus dedos sostiene un lapicero sin punta.
Pero si calmar los estómagos fue una cuestión de empeño científico y músculo logístico, mucho más complicado resultó someter la frustración de una enorme porción de la población, excluida casi totalmente del trabajo y, por ende, del consumo.
Hasta las primeras décadas del siglo XXI, la televisión había sido el colaborador necesario de la sociedad de consumo, espoleando el deseo y azuzando la ostentación de los consumidores, una carrera por el estatus transversal a latitudes y clases sociales.
Sin embargo, en determinado punto, la máquina del deseo dejó de funcionar: los excluidos del sistema ya no recibían de sus pantallas reclamos de coches, chismes electrónicos y cruceros para una vida mejor, sino únicamente ofertas de créditos «al instante» con los que no descolgarse de una vez por todas del implacable tren del consumo.
Y la realidad virtual llegó a nuestras vidas.
Y llegó, nada sorprendentemente, desde China, donde millones de campesinos habían abandonado sus campos para migrar a las ciudades atraídos por las promesa de abundancia del turbocapitalismo socialista, ese oxímoron.
Escaparates que niegan lo que muestran. Masas depauperadas. Una olla a presión, calcularon los líderes del PCCh.
Lenovo recibe generosas subvenciones para llevar al próximo nivel el concepto enunciado por las Google Glasses: realidad mejorada frente a realidad aumentada y, sobre todo, un coste ridículo, exprimiendo los límites de la Ley de Moore y las posibilidades físicas del grafeno para crear una reinterpretación tan precisa de la realidad que convierte a Matrix en una grabación de Super 8.
Las masas están tranquilas. La revolución queda en suspenso hasta nuevo aviso.
Interior día, hora de la siesta. Fátima hace el amor con su marido. A través de la pantalla de sus gafas Nidra puede ver, palpar y oler el apolíneo cuerpo de Tom Hardy. Fundido en negro.

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