El hippy gallego que revolucionó el diseño en San Francisco

Aunque no seas hippy ni hayas pasado el medio siglo de edad, es posible que la estética del movimiento te suene. El color, los fractales, las curvas y las amebas resultaron una liberación formal en el diseño y el epicentro de toda esta explosión estaba en la costa californiana, en San Francisco.

Lo curioso del tema es que el, quizás, mayor responsable de que la estética gráfica del hippismo trascendiese al futuro no es californiano, ni siquiera estadounidense. Nació en el pueblo gallego de Oleiros, en 1936, y se llama Víctor Moscoso. Aún sigue vivo.

El diseñador gallego que conquistó el mundo en los hippies años 60

Cualquier mañana, te levantas de la cama, te haces el desayuno y te sientas a tomarte el café mientras echas aceite en tu tostada de tomate. Ahí, coges el móvil, abres Facebook, te roba los datos y, mientras, tan pancho como siempre, te comunicas con tus amigos.

Hay un evento el viernes y así te lo anuncian los carteles que iluminan tu pantalla, las imágenes de ese evento de Facebook. Terminas de desayunar, sales a la calle y las paredes de la ciudad que aún se despereza muestran lo que está por venir las semanas subsiguientes.

Así transcurre el día, normal, como otro, en el que decenas de impactos visuales configuran tus gustos y tus ganas de botar en un pogo de punk, de ver una obra de Aristófanes o de engullir la última exposición del gran museo de tu ciudad.

Para que la cultura gráfica llegase hasta aquí, hubo pioneros en todo el mundo que depuraron la técnica y el lenguaje visual hasta convertir los carteles en arte. Es habitual que muchos de los afiches anunciadores de conciertos, que comenzaron como mera publicidad, sean ahora obras expuestas en las paredes de miles de hogares. Uno de los responsables es Víctor Moscoso. Si el nombre no te dice nada, su propuesta seguro que sí.

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Uno de los movimientos con más personalidad del siglo XX fue el Movimiento Hippy, que tuvo su epicentro en San Francisco, durante los años 60. Lo que ocurrió allí, configuró una sociedad que adoptó valores mucho menos rígidos que los de las generaciones anteriores. La libertad, la música, el pensamiento y el orden social, reventaron los corsés y declararon el inicio de una nueva era.

Todo aquello quedó ilustrado con carteles coloridos, líquidos y plásticos, llenos de imaginación y vacíos de los rigores geométricos del pasado. Aquellas propuestas formaban parte de un todo cultural en el que los aires de libertad tuvieron tanto que ver como la explosión del LSD y la psicodeliaPues allí estaba Moscoso, que no inventó nada, pero que sí llegó con el suficiente afán profesional y con la preparación académica necesaria como para elevar aquellas propuestas a sus niveles más excelentes.Además, fue quizás el productor de gráfica lisérgica más prolífico de su momento.

Lo gracioso de todo esto es que Moscoso no era de San Francisco ni de cerca de California. Víctor Moscoso era gallego, de Oleiros, y nacido en 1936. Llegó en 1959 a la ciudad estadounidense después de estudiar Bellas Artes en Nueva York y Yale, y se quedó prendado de la efervescencia creativa de todo lo que rodeaba a la comunidad de Haight-Ashbury.

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El gallego fundió en una coctelera el modernismo, el surrealismo y un poquito de ácido y llegó a componer más de 60 carteles en el año 1967. Era habitual que muchas de las salas de conciertos de la ciudad californiana le encargasen los carteles anunciadores de sus actividades y, justo en aquel sitio y en aquel lugar, el volumen era casi hemorrágico.

El nombre de Moscoso figuró siempre junto al de otros grandes artistas psicodélicos como Wes Wilson y Bonnie McLean. Cuando el hippismo se fue extinguiendo, la evolución apuntó al mundo del cómic, que ya había empezado a cultivar simultáneamente que el de los carteles. Víctor Moscoso sigue vivo y residiendo en Estados Unidos y su obra forma parte ahora de museos como el MoMA.

En su país de nacimiento, España, muy poca gente sabe que uno de los iconos de la gráfica musical de los años sesenta salió de un pequeño municipio coruñés.

Una pausa musical psicodélica, de ahora y de Madrid

Y mientras, en España…

Moscoso es una de las fuentes, pero ya en el presente y ya aquí, en España, otros autores son responsables de muchos de los mejores carteles que ves cada día.

Es el caso de Álvaro Pérez Fajardo, más conocido como Álvaro P-FF, ilustrador criado en Malasaña, crecido al son del rock del barrio y mitad del estudio creativo The Fly Factory, que comparte con su hermano Juan, fotógrafo.

Álvaro, como tantos otros, quería ser estrella del rock. Como las musas no le dieron talento para crear música, lo que hizo fue dedicarse a contarla a través del diseño. Muchos de sus amigos acabaron montando bandas para las que Álvaro P-FF comenzó haciendo sus primeros trabajos. «Mientras estudiaba en la universidad, empecé a crear pósteres y portadas para todos los grupos de mis amigos: Protones, Berracos, Vinillos…», contaba a Yorokobu cuando le entrevistamos hace un tiempo.

Como rockero canónico, sus influencias brotan de lo mejor de cada época, psicodelia y Moscoso incluidos; también de la cultura del surf y el skate o de la imaginería religiosa mexicana. Dice que admira a diseñadores como Coop, Frank Kozik o Shepard Fairey y nombres nacionales como Toño Camuñas, Mik Baro, Don Rogelio J, Roberto Argüelles o Borja Buenafuente.

Por su lápiz y su ordenador han pasado decenas de nombres y, entre los últimos, destacan Bunbury, Jean Michel Jarre, Depedro, Korn, Ed Sheeran o Green Day. El mérito reside en que, tras hacer su propia interpretación de bandas tan diferentes, su estilo sea reconocible. ¡Ah!, y en estar orgulloso del trabajo propio.

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Óscar Giménez es uno de los cartelistas más finos de nuestro país. Y lo es por afición y devoción por el rock. Se curtió contando conciertos con una sola mirada en Entradas agotadas, un webzine musical en el que ilustraba las crónicas escritas por su compañero Txemi Terroso.

Alcanzaron casi las 200 crónicas ilustradas y pusieron palabra e imagen a conciertos de Ocean Colour SceneThe Black KeysDominique AMark LaneganBon Iver, Jon Spencer Blues Explosion, Arctic Monkeys, Manel, Sr. Chinarro o Julio de la Rosa. Cincuenta de ellas, acabaron en un libro impreso en papel, Sold Out: Crónicas ilustradas de 50 conciertos irrepetibles, e incluso su arte y método forman parte de un curso de Domestikaque enseña a cualquiera que esté interesado cómo se empieza en esto del cartelismo.

La creatividad de Giménez trata de contar historias, de hacer trascender conceptos, sensaciones y mensajes que hagan al espectador detenerse a pensar. Y de eso va un poco todo esto: de hacer que un concierto no sea solo una entrada en la agenda, sino una experiencia que comienza a vivirse desde mucho antes de comprar la entrada; desde el momento mismo en el que un cartel, en la calle o en tus redes, te hace notar un picorcito interior que hace imposible que uno no acabe cantando en el bolo con la vena yugular tan gruesa como un rotulador Edding.

Ojalá tuviéramos más superficie de paredes en casa para colgarlo todo.

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Nos vamos con un cómic con el que estamos alucinando

Lo que más me gustan son los monstruos, de Emil Ferris. Todo lo que rodea al libro editado por Reservoir Books es sobrecogedor: la historia de su autora –es producto de un largo y doloroso proceso de rehabilitación–; la historia de la edición del libro –fue rechazado decenas de veces y, cuando se iba a publicar, quedó paralizado por la quiebra de la naviera que lo llevaba al país de venta–.

También la historia de Karen Reyes, una chica que prefiere ser lo que entendemos por un monstruo antes que ser lo que somos en realidad los humanos: verdaderos monstruos.

Y, por último, la técnica: está hecho con bolígrafos de colores. Es sublime.

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Patrick Thomas

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