Si algo cuesta ahora, cuando se piensa en España, es imaginarla sin turistas. De hecho, las cantidades de visitantes que salen a conocer los diferentes lugares del país son muy elevadas: las cuentas apuntaban en junio que en el año 2023 habían llegado ya 37 millones de visitantes.
España es uno de los principales destinos turísticos en todo el mundo, tanto que en algunas ciudades y áreas el problema no es tanto la ausencia como la masificación del turismo. Y, sin embargo, no siempre fue así. A diferencia de otros países, a España no siempre iban los turistas en masa.
España había permanecido al margen del Gran Tour, el que se podría considerar el primer gran circuito turístico. El Gran Tour era el nombre que recibía el recorrido que realizaban los aristócratas ingleses por la Europa continental. Era parte de su proceso de formación, pero también servía para asentar ciertos lugares como «must see».

Lo que hoy es Italia ya era, junto con Francia, un destino al que tenías que ir. De ahí se llevaban obras de arte, influencias, souvenirs y las recomendaciones para que los siguientes viajeros pasasen por esos mismos lugares. No ocurría lo mismo con España, que quedaba al margen de esos recorridos y que no parecía antes del siglo XIX un lugar de visita obligada.
Las cosas cambiaron en ese siglo, como explica en El descubrimiento de España el historiador Xavier Andreu Miralles. La Guerra de Independencia y la invasión napoleónica pusieron a España en las noticias, por así decirlo, y sirvieron para que se estableciera un primer contacto.
De esos años salieron memorias, recuerdos y libros que descubrieron al resto de Europa ese espacio, y que se vieron multiplicados en los años siguientes, cuando más viajeros dejaban por escrito sus experiencias. El Romanticismo le salió rentable a España: se convirtió en un «país romántico»; eso sí, no en el sentido romántico que hoy conectamos a sitios como París, sino en sintonía con la percepción del período.
Era un sitio lleno de bandoleros y pasiones, explica Miralles en su libro, pero también, se podría decir, una opción para un Orientalismo low-cost. A medida que se iba poniendo de moda la idea de Oriente, España permitía acceder a todos esos mitos sin irse muy lejos, señala el historiador.
De hecho, esa España a la que viajan los turistas extranjeros y a la que se dedican libros de viajes, cuadros y novelas es, básicamente, Andalucía. La herencia de Al-Andalus la convierte en el destino deseable. Muchos mitos que han tenido una vida muy larga arrancan, escribe Miralles, en esos años y, desde dentro de la propia España también se abrazaban algunas de estas ideas.

Para esos nuevos turistas, España era lo exótico, lo peligroso, pero no tanto (peligroso como para que mole, pero no tanto como para que dé miedo visitarla) y lo más o menos pintoresco. Era un lugar al que podían ir los viajeros que buscaban aventuras. Por supuesto, es una visión muy estereotípica, pero muy de su momento.
No menos importante: el siglo XIX es también cuando empieza el turismo moderno, el momento en el que los viajes se popularizan y se vuelven mucho más accesibles. El veraneo, como recuerda Sasha D. Pack en La invasión pacífica, ya existía en la España de 1900. Si se leen los medios de esas primeras décadas del siglo XX, las noticias sobre la escapada veraniega al mar son recurrentes.
De hecho, lo eran también a un nivel más amplio entre las clases sociales, porque a medida que iba avanzando el siglo y se iban popularizando los medios de transporte de masas, también se iba poniendo de moda las excursiones de un día que hacían que las clases obreras de más bajos salarios pudiesen acceder al turismo. Es más, en España, las propias compañías de ferrocarril ponían «trenes baratos» para ir a las playas.
Pero, volviendo a los primeros turistas que estaban descubriendo España, si el siglo XIX fue ese momento de emergencia de la España romántica, el final del siglo y el principio del siguiente fue el de profesionalización del turismo. La infraestructura turística española estaba muy lejos de la que ofrecían los países con una amplia trayectoria turística.

Exposición Internacional Barcelona, 1929. Colección BNE, GMC/35/365
Una exposición hace unos años en la Biblioteca Nacional, Visite España, recuperaba la historia de estos inicios del turismo y, en una de sus vitrinas, se podían leer las quejas de uno de esos visitantes. No había TripAdvisor, pero ese viajero ya dejó por escrito su incomodidad en una pensión en la que había pulgas.
Aun así, España protagoniza guías de viajes —como la famosa Baedeker, tan popular entonces como las Lonely Planet lo son ahora— y mapas para viajeros. Se abren hoteles y se crean polos de atracción al borde del mar. También es la época de los grandes balnearios. Y, como se lee en el catálogo de Visite España, el propio país empieza a intentar seducir a los turistas.
Empieza la propaganda de viajes. España crea su Patronato de Turismo, que no solo abre hoteles (es el inicio de los Paradores Nacionales), sino también hace marketing. Aparecen las oficinas de información y la cartelería turísticas. En los años 20 los hacen los grandes ilustradores del momento, que dejaron carteles art déco de algunos de los destinos entonces de moda.
Los visitantes iban en aumento. A finales del siglo XIX ya había crecido bastante, como apuntan varios investigadores en un artículo en la revista Investigaciones de Historia Económica – Economic History Research. La palabra turista entra en el diccionario de la RAE en 1925. En 1930, España ya era uno de los 13 países más turísticos del mundo.
La guerra y la posguerra frenaron el crecimiento del turismo en España y difuminaron el recuerdo de esos primeros turistas. Sin embargo, el turismo volvería a partir de los años 50 y 60. Y con muchísima fuerza.
Fueron los años del Spain is different y un modelo que apostaba, como señala Pack en el libro citado, por «la fusión de exotismo y bajo coste» para captar a un público todavía más deseoso de viajar de lo que lo habían sido los de medio siglo atrás.
Fueron los años en los que se vendía sol y playa y en los que cogieron fuerza esos grandes destinos al borde del mar que ahora todo el mundo identifica como los grandes espacios turísticos españoles.