La Era de los Humanos Diminutos (EHD) se inició oficialmente el 5 de marzo de 2073, aunque ya se venía gestando décadas atrás. Aquel día, los Laboratorios One Drop dieron la bienvenida a Xiao Long, varón que pesó al nacer 650 gramos y cuyos genes modificados a nivel molecular estaban programados para formar un adulto de 65 centímetros de estatura y 12 kilogramos de peso. Un minihombre. El nombre no pretendía ser irónico: «Long» significa «pequeño» en chino mandarín.
(Ilustración de Juan Díaz Faes)
La EHD tal vez nunca hubiese sucedido si no hubiera estado precedida por la Era de los Hombres Gigantescos, aunque en este caso no fue reconocida y nombrada como tal hasta mucho tiempo después: «Ahora nos parece inverosímil, pero los humanos del siglo XXI habían alcanzado unas dimensiones desmesuradas: holandeses de dos metros, americanos de 150 kilos y jóvenes hipertrofiados en el gimnasio dejaron de ser la excepción para convertirse en la norma», consignaba un informe fechado en 2140. «No es que la superpoblación fuera un problema -que lo era-, sino que la biomasa total de la Humanidad (300 millones de toneladas) se había duplicado en apenas una generación, y su voracidad de agua, alimentos, aire y energía había aumentado al mismo ritmo».
En la primavera de 2024 nacía en Indonesia el humano 8.000 millones. Su predecesora en el «Club del Billón», la filipina Danica Camacho, aún no había cumplido los 14 años. La huella ecológica de la creciente (en todos los sentidos) especie humana disparó las alarmas en los despachos. La ONU convocó a las principales agencias de publicidad para lanzar una campaña global de persuasión en torno a la idea «lo pequeño es bello»: pequeñas casas, comidas frugales, vacaciones de cercanía, vehículos ligeros y no contaminantes.
El mensaje caló entre lo que quedaba de la clase media, más por resignación que por convicción, tras años de downshifting forzoso. El terreno estaba abonado para la llegada de los minihumanos, una idea original de un artista holandés que, para sorpresa de propios y extraños, fue ganando predicamento entre demógrafos y políticos.
La jibarización del ser humano, postulaba Arne Hendricks, permitiría reducir el consumo de recursos a entre un 2 y un 5% respecto al humano king-size que se había convertido en epítome del Antropoceno. En otras palabras, si toda la especie humana redujera su estatura a un máximo de 50 centímetros y 10 kilos de peso, la Tierra podría acoger a 200.000 millones de personas. Y bastante anchos, además.
¿Pero quién quiere que sus hijos sean más pequeños que uno? A fin de cuentas, los humanos tenemos tan inoculada la asociación entre prosperidad y crecimiento que mermar, aunque sea diez kilos de peso, nos parece un retroceso. En un alarde de optimismo impostado, los publicistas esbozaron una Arcadia de armonía y recursos abundantes que resonaba a Hobbiton. Puede que fuera un gigantesco bulo, pero lo importante es que funcionó.
A instancias de la ONU, la Fundación Bill Gates financió la primera fase del proyecto Micro Human Genome, piedra fundacional de la Era de los Humanos Diminutos. Esta pulsión por el control de la población no hacía sino confirmar que los Gates y otros millonarios de su cuerda eran, en realidad, eugenésicos con piel de filántropos.
Los primeros minihumanos no se encontraron un panorama fácil: además de sufrir en sus leves carnes las burlas de la última generación de Humamos Enormes, tuvieron que reinventar un mundo de objetos desmesurados que no estaba diseñado para ellos: escaleras insalvables, herramientas ciclópeas y botones para dedos gigantes jalonaban su desubicada peripecia vital.
Hasta que fueron mayoría.
A principios del siglo XXII, los minihumanos superaban en número a sus antecesores, a quienes se empezó a considerar como torpes, lentos y contaminantes, una rémora del sapiens ineficaz y mal diseñada. El Nuevo Humano apenas necesitaba un metro cuadrado de tierra para satisfacer sus necesidades energéticas y apenas cinco para conseguir cobijo. Como postulaba Darwin siglos atrás, no es el individuo más fuerte, sino el mejor adaptado, el que cede los genes a su estirpe. Los Humanos Diminutos surgieron por necesidad y se impusieron por imperativo moral.