Jason Molina se marchó con sus fantasmas el 16 de marzo de 2013. Aquel sábado, poco antes de cumplir cuarenta años, su cuerpo dejó de luchar contra la paliza a la que el autor americano le había sometido durante años, trago a trago, hasta que prácticamente se licuó por dentro.
Su maratón sobre el alambre no hizo la pérdida menos dolorosa y su huella como héroe musical casi anónimo es un tesoro que sigue esperando su descubrimiento para la mayoría. Después de ese hallazgo, Jason Molina no abandona nunca y se comienzan a hacer cosas raras como escuchar en bucle, durante treinta minutos, una misma canción para encontrar todas las aristas cortantes posibles que una partitura puede contener. 30 minutos viendo cómo la música alcanza el alma para someterla a un castigo atroz regado con litros de tristeza, soledad y desamparo. Lo excitante es que el músico es capaz de jugar con la mente, con los sentimientos y llevarlos por senderos tenebrosos. Para él, esos caminos son los habituales. Para el resto son un desafío emocional para el que no todo el mundo sirve.
Jason Molina vivió en más de 30 ciudades. Muchos de los nombres de las canciones de Songs: Ohia, por ejemplo, son de lugares de los Apalaches, como confesaba en una entrevista a The Faster Times en 2011. Sin embargo, ese nomadismo es sólo uno de los recursos con los que alimentaba las canciones.
En la misma entrevista en The Faster Times explicaba cómo articulaba su maquinaria creativa. «Pienso en una canción como en algo que se construye. No es algo que se hace, no es algo que te sale de las tripas. Es como tener ladrillos, mortero y un palustre. Aún no tienes un plano para construir, todo lo que tienes son los materiales; comienzas a construir y espera que salga algo bueno de ahí. […] Yo siempre lo he tratado como un jeroglífico. Son imágenes que encajan en una línea argumental completamente abierta a la interpretación de cualquiera que la escuche. Puede que incluso ni te guste la música. Si te sientas y miras a todas las letras de todas las canciones, verás que hay una temática en primera línea. […] Cuando menciono a una mula, realmente me refiero a una mula y cuando menciono al horizonte, realmente me refiero al horizonte».
Jason Molina mencionaba recurrentemente al diablo y a los fantasmas. Esas entidades le acompañaron durante años y, según su propia lógica, el autor de Ohio convivía con ellos con toda la normalidad con la que uno puede compartir espacio con lo que le destruye. «Les veo, les hablo, estoy completamente rodeado por ellos. He estado en una cama con estas figuras que me rodeaban haciendo círculos y nunca les temí», explicaba.
Esa seña de identidad, el recurrente paseo por el lado oscuro de la personalidad hacían del estadounidense un autor magnético y peligroso, aunque sea espiritualmente hablando. Las sombras le perseguían y él las arrojaba a sus canciones como el que tira del realismo cotidiano para contar su día a día.
Un rayo de luz
Tras sus primeros discos como Songs: Ohia, discos que ayudaron a que el sello Secretly Canadian sea lo que es hoy, llegó el año 2003. El trabajo de aquel año se llamo Magnolia Electric Co. y Molina vio la luz, aunque fuese de manera momentánea, hasta tal punto que se abrazó a los músicos que grabaron aquel LP y rebautizó la banda con el nombre de ese disco que supuso un hito vital: Magnolia Electric Co.
Bajo ese nombre firmó algunos de los discos más emocionantes, ya no en su género de country alternativo o como quieran llamarlo, sino algunos de los mejores discos de la última década. Acerca de la manera de armar un disco alrededor de un concepto —Molina no concibe un LP de otra manera— explicaba que para él es algo así como álgebra compositivo. «Encuentro un ángulo que es normalmente una canción o un riff que sé que va a ser la piedra angular de todo el disco. […] Escribo ocho canciones y desecho siete. Una parece interesante y trato de perseguir aquello que tiene de interesante. De esa manera, tejo el tapiz de todos los temas líricos para cada canción. He escrito cada disco para que sea una sola pieza».
Jason Molina comenzó a rascar casi cada disco desde un desconchón de dolor. A partir de ahí, seguía hurgando en la herida para extraer melodías hermosas, desgarros dulces y arreglos mínimos, capaces de crear composiciones íntimas que hablan al oyente cara a cara.
De tanto jugar a ser equilibrista, acabó cediendo en 2009. Fue en ese momento en el que tuvo que apartarse de las luces y comenzó una serie de tratamientos y rehabilitaciones para dejar de beber. La misión acabó fracasando.
No estamos cerca del aniversario de su muerte. No se ha producido ningún lanzamiento de material inédito que lleve guardado en cajas algunos años. Sencillamente, el silencio de los campos de interior abrasados por el sol, el rumor del viento entre las espigas de cereal, la compartida sensación de estar solos en un sitio siquiera por un instante encienden la memoria de los fantasmas de Molina. Nunca es un error regresar al legado que dejó el escritor nómada. A esa suerte, a la de volver a repasar sus discos, sólo la supera la de aquellos que le descubren por primera vez. Aunque uno se dé cuenta de que, otra vez, llega tarde al encuentro con el mito y se va a perder la intensidad de su presencia en directo.
siempre se me ha echo algo interesante el trabajo de Jason Molina
Y tambien muy original
y también muy original
Tuve la grandísima suerte de asistir a un directo suyo en 2005.
Nada me ha acompañado con más intensidad y profundidad que la música de este tío, especialmente la de Didn’t It Rain y su oscurísimo Ghost Tropic.
Esta noche me tomaré unas cervezas en memoria del señor Molina y también a su salud, don David
23 de junio de 2007 en Granada. Magnolia Electric Co. Un teatro pequeño, el Teatro Alhambra, que ni siquiera estaba lleno. De lo mejor que he visto en mi vida.
Abriré cervezas en la distancia. Salud.
Recuerdo verle en directo en la gira del Magnolia Electric Co. hace cerca de 13 años. El póster del concierto estuvo en mi pared mucho tiempo, aunque no profundicé mucho en su música en aquel momento. Años más tarde, tirando del hilo del que fue su amigo y colaborador Alasdair Roberts, redescubrí ese disco y a Molina en general y me di cuenta de la maravilla que me estaba perdiendo, aunque ya era tarde. Curiosamente, aunque sirenas conocía su obra por entonces su muerte me impactó mucho, más de lo que me ha afectado recientemente la de Prince o en su día la de Michael Jackson. Con Jason Molina perdimos a un grande y lo peor es que ni lo sabíamos.
Siempre tuve la idea de escribir una serie en Yorokobu que se llamaría «Héroes chiquititos», figuras enormemente creativas que no conoce nadie y que han dejado un legado brutal. Cuando murió me pasó algo parecido a ti, me machacó. Y me quedé alucinado cuando vi que estaba machacado por dentro antes de los 40. Me habría esperado, por ejemplo, un suicidio. Y le echas de menos porque es el típico tío al que esperabas ver en directo muchas veces en tu vida.
Da gusto leer algo nuevo sobre Jason de vez en cuando… Todavía nos acordamos y añoramos! Muchas gracias por el artículo.