Si nadie quiere publicar tu libro de artista, monta una Granja Editorial

la granja editorial

Hay un viejo dicho que dice que, si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña. Lo que no se explica es cuánto le costó alcanzar la cima, cómo fue el camino y si mereció la pena, aunque se intuye que la historia fue bonita.

Algo parecido puede aplicarse al origen de La Granja Editorial, creada por los ilustradores y diseñadores gráficos Álvaro Varograff y Lucía Ferreira. Este proyecto que ellos definen como «una editorial independiente de libros salvajes y pequeños» nació como plan B al original de buscar una editora grande que se animara a publicar los proyectos artísticos de Varograff. ¿No me lo publicas tú?, es más, ¿ni siquiera me respondes?, pues ya me lo publico yo.

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La idea nació en 2016 como proyecto de fin de grado de Álvaro al terminar Bellas Artes, aunque tardó aún un tiempo en tomar forma y empezar a funcionar. Podía haberse quedado en un proyecto de autopublicación que empezara y terminara en la obra de Varograff, pero, como el profeta, este ilustrador decidió seguir adelante para cumplir sueños ajenos. Amigos artistas como él tropezaban con el mismo obstáculo a la hora de querer publicar sus trabajos personales de ilustración y cómic y eso le animó, junto a su compañera Lucía Ferreira, a dar los primeros pasos para transformar su proyecto de fin de grado en uno empresarial.

«Como vimos que era bastante factible y se podía hacer fácil, decidimos también publicar a amigos. Y viendo que también salían cosas muy chulas y guais, decidimos iniciar este proyecto editorial para publicar a otros autores con ese espíritu emergente; autores que están empezando, pero que tienen un proyecto interesante», explica Varograff.

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El dinero que conseguían de las escasas publicaciones que iban haciendo a cuentagotas lo reinvertían otra vez en nuevos proyectos, algunos ya de más envergadura. Hasta que consiguieron una subvención del INJUVE, que supuso una inyección de dinero que les permitió publicar el primer cómic más largo.

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En paralelo, crearon la segunda pata de La Granja, un estudio gráfico para dar soporte a artistas, autores y pequeñas editoriales independientes que necesitaran resolver gráficamente sus proyectos (desde la idea hasta el diseño, la maquetación y la producción) y no supieran cómo. «Incluso ir a ferias: ¿cómo te enfrentas a ir a una feria?, jajaja», se ríe Álvaro.

La Granja Editorial no se limita a publicar libros gráficos sin más que se lanzan al mercado y se olvidan. Ellos tratan cada uno de esos proyectos como si fueran propios y los miman. Dan el acompañamiento en todo el proceso que a ellos mismos les hubiera gustado tener. Y lo hacen dando valor al papel, al formato impreso, porque piensan que ya hay demasiados proyectos digitales.

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«Nosotras damos esa importancia al papel porque damos importancia tanto al contenido como al continente. Entendemos el libro como un objeto sensorial con el que también tengas una experiencia, no solo con la lectura», aclara Lucía Ferreira. Ella y Álvaro coinciden en el placer del tacto, en la sensación de sentir el peso de un ejemplar, casi como una experiencia fetichista. Por eso el mimo y el esfuerzo, por eso invertir el dinero y la creatividad en el desarrollo de un proyecto impreso como respeto a esa experiencia. Convertir al libro en un objeto de valor y artístico tiene que merecer la pena.

«Es un proceso más divertido porque tienes que decidir muchas cosas», comenta Varograff. «Sí que es más limitante por tema incluso de costes. Al final, invertir en una publicación en papel es más costoso que hacer cualquier otro formato virtual, pero a nosotros nos merece la pena, nos gusta más. Lo virtual sentimos que hay demasiado todo el tiempo».

«Además, el hecho de tener esa limitación te ayuda a explorar más dentro de ella —incide Ferreira—. Si tienes un presupuesto limitado que solo puedes imprimir ciertos ejemplares en risografía, tienes que desarrollar el proyecto desde el principio enfocado a que lo vas a hacer en ese formato, así que eso también es un aprendizaje y puede ser interesante».

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En La Granja Editorial se da voz y visibilidad a autores noveles, pero también a otros que ya han conseguido destacar en sus campos (aunque son los menos), como Lui Mort o Julie Legrand. Los géneros son variados: novela gráfica, fanzines, álbumes ilustrados, libros de artista… todo lo que tenga que ver con la ilustración y el diseño y muestre la particular manera de ver y de hacer de cada autor tiene cabida en la editorial de Lucía y Álvaro. Aunque en la elección de lo que pasará el filtro para ser publicado influyen también los gustos personales de ambos editores, como reconocen. «Al final, terminamos proyectando lo que nos gustaría hacer a nosotros o incluso lo que nos gustaría comprar», confirma Lucía.

«Hace poco nos preguntaban cuál era esa cosa que nos definía, y creo que son proyectos personales. Y que, en cierta manera, necesitamos que el público empatice y conecte con ese libro. No nos importa tanto la forma de narrar, sino el sentido que tenga la propia historia y cómo conecte con la gente», aclara Álvaro. «No nos interesan historias ilustradas que ya se han contado, sino historias personales del propio autor, o su manera de ver las cosas, y eso, de alguna manera, yo creo que también diferencia. Nos hemos dado cuenta de eso ya viendo los que hemos publicado, donde todo es muy personal, parece que queremos siempre indagar en el estado del autor». «Sí, siempre hay la broma de que publicamos solo cosas tristes, jajajaja», bromea Lucía.

No hay dos libros iguales en su catálogo. Cada uno tiene su propia personalidad y estilo, porque tampoco son iguales los autores que publican con ellos. Ferreira y Varograff trabajan codo con codo con cada uno de los creadores, aconsejándoles, buscando la manera de innovar también en la producción y maquetación para dar coherencia al trabajo. Lo suyo, dice Lucía, es como una dirección de arte, donde la ilustración y el trabajo creativo corre de cuenta de cada autor, aunque la maquetación, como confirma Álvaro, es siempre de La Granja. «Luego siempre proponemos cosas del propio libro, y si se nos ocurre que puede ir bien para la historia que la encuadernación sea de cierta manera o que el libro sea en un formato que el autor no esperaba, también se lo proponemos».

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El objetivo, explican, es que todo el libro como objeto (tipo de impresión, papel, etc.) cuente la historia que contiene en su interior ya desde el propio formato. Y ponen como ejemplo Me perdí, del propio Álvaro Varograff, un libro que habla de la pérdida impreso sobre papel negro con tinta negra que obliga al lector a esforzarse en investigar y leer, lo que le mete más de lleno en lo que le están contando. «De esta manera, ya no es un libro tradicional, sino que se convierte en esa cosa de objeto que hablábamos, que te esté contando la historia de otra manera. Además, este libro viene con un mapa, para darle ese contexto real de que te has perdido. Así que siempre intentamos innovar en cuanto a añadirle al objeto cosas que te cuenten esa historia».

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En realidad, lo que hacen en La Granja es seguir sus propios principios para crear un buen libro de ilustración. «Por ejemplo, algo básico, pero que muchos libros no terminan de entender que va con la propia trama, es la tipografía —afirma Álvaro—. La tipografía con la que estés hablando en el libro te está contando una historia u otra. Si es algo muy innovador, no veo que tenga tanto sentido una tipografía con serifa, más clásica. Debería ser algo más rudo, a lo mejor; o delicado pero sin serifa».

Dirigirse al público objetivo y tener claro quién es es otro de esos diez principios que han recopilado en un librito descargable desde su web. «Mucha gente idea el proyecto sin pensar a quién se lo está dedicando o quién lo va a leer. Y luego se da cuenta de que no funciona para el público que había pensado inicialmente».

Por supuesto, el diseño (lo que incluye tanto la portada como la propia maquetación) es algo que debe estar también muy pensado. «Una buena maquetación es muy importante para facilitar la lectura», confirma Lucía Ferreira. Y el presupuesto, claro, investigar y saber muy bien cuánto va a costar la producción del libro para ver hasta dónde se puede llegar con el dinero que se tenga, «porque, de esa manera, vamos a acotar los recursos que tenemos y a empezar a trabajar desde algo —remarca Álvaro Varograff—. Si tengo que imprimir a una tinta porque con cuatro no puedo por cuestiones económicas, podré trabajar desde el principio para adaptar el trabajo a una tinta. Tiene que dejar de ser tabú contar cuánto cuesta la producción de un proyecto».

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No se sabe si a Mahoma le resultó fácil o no llegar a la montaña que no quiso saber de él, ni importa. Seguramente lo hizo despacio, paso a paso, saboreando el camino. En los proyectos grandes, bien sean montañas o crear editoriales con personalidad, no importa el tiempo que lleve logarlos, sino empezar a andar y tener clara la meta. Puede que la historia esté en esas pequeñas hazañas, pero está claro que no basta con ser contada. Un buen relato, además, ha de ser bonito y coherente en su diseño. Y en eso están Álvaro y Lucía desde su Granja.

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Patrick Thomas

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