En los medios se libra una guerra civil soterrada a escala planetaria desde hace años. La crisis la ha hecho más cruenta y evidente, pero está enquistada en su particular batalla del Ebro y, apenas avanza unos metros, vuelve al punto de origen. Eminentes teóricos de ambos lados arengan a las masas con sus diatribas y estadísticas, disparan con estudios más o menos creíbles y racionan las cifras para desmoralizar a los adversarios. La guerra por definir cómo será el medio del futuro.
Si estás mínimamente en contacto con los medios de comunicación habrás oído hablar de alguna escaramuza. Que si papel o web, que si gratis o de pago, que si última hora o análisis. Todas esas y algunas otras son las batallas que conforman la gran guerra, la que desde hace un par de décadas se libra en todo el mundo por el futuro de los medios de comunicación.
La guerra responde a dos motivaciones claras. Por una parte, un colapso del modelo: los periodistas cada vez hemos perdido mayor prestigio, fiabilidad y presencia pública precisamente porque nos hemos creído más de lo que somos. Ya pocos hacen reporterismo saliendo a la calle, ya pocos medios pueden pagar lo que cuesta tener una buena red de corresponsales y casi nadie valora tener a un corresponsal de guerra jugándose la vida.
Por otra parte, ha habido un profundo cambio en los destinatarios de la información. Vivimos en una cultura del ocio, donde el lector no suele estar interesado en un análisis de por qué la cumbre del Eurogrupo es importante para él, una cultura en la que los temas sexuales, morbosos y deportivos son casi siempre los más visitados en diarios de referencia de todo el mundo.
Si unos producen contenidos de menor calidad y los otros prefieren consumir otro tipo de productos es que hay un problema profundo. Pero cuando la cosa ya estaba bastante complicada por sí, vinieron dos circunstancias más a complicarlo todo: la revolución tecnológica de internet y sus consecuencias y una crisis económica que ha afectado de lleno a la industria mediática.
La cuestión del formato
La batalla más evidente es la del soporte, si el periodismo impreso está muerto o no y si el periodismo digital es futuro o presente. Hay argumentos realmente peregrinos en cada lado de la trinchera: que si el olor a tinta y la sensación de pasar páginas son irrenunciables, que si leer en una pantalla digital cansa o mancharse los dedos con tinta es incómodo. Pero, sobre todo, hay argumentos de peso a favor y en contra.
Cada uno tiene sus problemáticas evidentes y sus virtudes. En una publicación impresa no se puede actualizar la información, ni hay elementos multimedia (audio, vídeo, gráficos), ni enlaces que permitan ampliar la información, ni posibilidad de interactuación. En una publicación digital la batalla por ser los primeros hace que muchas veces no se contrasten informaciones, la dictadura de los buscadores condiciona los contenidos y la forma de enunciarlos y, en una constante lucha por la audiencia, se abusa de los temas curiosos por encima de los realmente importantes. Eso por hacer un resumen amplio.
El formato digital tiene ventajas irrenunciables que, a su vez, son su mayor problema. Por ejemplo el enorme abaratamiento de costes que permite que cualquiera pueda crear una página y publicar contenido, o lanzar una emisora de televisión o radio sin necesidad de tener licencia. Eso ha permitido una eclosión de proyectos independientes de menor tamaño con notable éxito (Yorokobu, Jot Down, ElDiario.es, Materia…). A la vez, en la parte mala, se ha producido una evidente saturación informativa y la pérdida de calidad del discurso.
Con todo este torrente creativo los medios online tienden a homogeneizarse (las radios llevan vídeos, los periódicos llevan audios y las televisiones llevan texto), lo que implica que también varíe la forma de trabajar dentro de las redacciones: una radio ya no sólo buscará locutores, ni una televisión a alguien telegénico. Todos los productos, a su forma, se parecen. Y la lucha por la audiencia ya no es sectorial, sino global: en la Red la competencia son todos, da igual el formato.
Ahora bien ¿vale cualquier profesional para cualquier formato? Evidentemente no: alguien que ha pasado su vida en un periódico no sabe hacer televisión, y alguien que ha pasado toda su vida en una radio no sabe de los tiempos y procesos que implica la producción de contenidos online. Periodismo es todo, claro, y el objetivo es crear un buen producto independientemente del formato. Pero el formato, evidentemente, es importante.
Pero ¿y si hubiera solución? Esta es la propuesta de MegaNews, un proyecto sueco de kioscos digitales a los que se enviaría desde las redacciones el PDF de la revista o periódico para imprimir bajo demanda y en dos minutos. Adiós excedentes de impresión, distribución, almacenaje y hola a una enorme cantidad de posibles nuevos medios de todo el mundo. La pregunta es ¿resultaría sostenible la impresión en alta calidad de un bajo número de ejemplares?
La cuestión del pago
En la Red uno de los grandes debates es precisamente ese: ¿por qué va a pagar el usuario por informarse cuando puede conseguir las cosas gratis? En esa batalla los ideólogos más afines al papel señalan el origen del problema: el sector se arruina porque si la información se da gratis, ¿quién paga a quienes la producen?
El debate, sin embargo, es engañoso. Porque ¿pagan mucho los medios con lo que venden? Apenas nada: los medios hinchan sus cifras de difusión (difusión, que no venta) regalando ejemplares en medios de transporte e instituciones oficiales. Con esas cifras trucadas luego acuden a los anunciantes para cobrar más cara la publicidad, mientras que lo que recaudan con la venta de ejemplares, al menos en la prensa impresa, apenas da para cubrir una pequeña parte de los costes.
Los medios viven básicamente de la publicidad. De hecho, el único formato mediático que habitualmente ha cobrado por su venta es el impreso, ya que ni radio ni televisión lo han hecho (hasta la llegada de la televisión por cable no hace demasiadas décadas). La producción televisiva es muchísimo más cara que la de un medio impreso, y vive de la publicidad, muchísimo más cara. El problema aquí es de masa crítica (mucha más gente ve la televisión que lee medios impresos) y de producto (lo que ve la gente en la televisión no es información, sino entretenimiento y ficción).
En 2003 El País ensayó en España una fórmula que le supuso un fracaso del que apenas se recupera ahora: cerró completamente su edición digital para que sólo se pudiera acceder mediante pago. Ahí está el origen del dominio online de El Mundo, que supo hacer un excelente producto, alejado de la ideología en la Red hasta hace apenas unos años y con un reparto compensado de la información de última hora y de la producción propia de su edición impresa.
Con el repunte de la crisis, acuciados los medios digitales por la caída del precio de la publicidad y sin el cómodo colchón que los medios de papel supusieron durante años en los grupos mediáticos, se resucitó la idea de cerrar contenidos con la esperanza de que el mercado estuviera ya más maduro. Otros decidieron diversificar negocio creando proyectos paralelos (o comprando otros preexistentes) que dieran audiencia a sus medios (portales inmobiliarios, amagos de redes sociales, juegos online…). Pero mientras las redes sociales viven de masa crítica y segmentación publicitaria, los medios quieren abarcar todo sin llegar a casi nada.
Así han vuelto los llamados ‘muros de pago’, pero lo hacen con modelos e intensidades bien distintas: hay medios que cierran todo su contenido si no pagas, medios que cierran sólo las exclusivas, medios que cierran su contenido pero te permiten verlo si das tus datos -y te fríen a publicidad, que es como se cobran darte acceso- y medios que ensayan modelos de suscripción voluntaria dando algunas ventajas adicionales -primicias, comentarios destacados, o pertenencia a un grupo de seguidores selecto-, como es el caso de ElDiario.es o PeriodismoHumano.com
La cuestión del contenido
Una de las grandes revoluciones que ha traído consigo internet en el ámbito mediático es la actualización continua de contenidos. Las portadas de los medios digitales cambian cada segundo y las noticias se siguen de forma frenética a lo largo del día. Se crean nuevos perfiles profesionales para responder ante la avalancha de informaciones, escupidas por las agencias y apenas tratadas por secciones de actualidad cuya misión es remozar artículos, ponerles imágenes, enlaces y negritas y darlos a un portadista y un community manager que deben ser rápidos a la hora de lanzar cada historia.
Los medios son grandes metralletas de actualidad muchas veces irrelevante. Se intenta ganar notoriedad por volumen ¿Cuál es el foco? Todo, y rápido. Cuando todo es importante es que nada es realmente importante. La identidad de los medios se diluye en una carrera desenfrenada por ser los primeros y, a veces, producto de las prisas, se cometen errores fatales. Pero como se puede actualizar, se modifican los errores y arreglado. La última hora informativa ha elevado a los altares el uso del ‘acusa’, del ‘supuesto’ y del ‘presunto’.
Pero hay otras vías. Está la vía de la exclusiva, de intentar marcar agenda, de intentar levantar historias que hagan que los demás estén obligados a hablar de tu trabajo. Es una situación que hemos visto varias veces en varios medios en las últimas semanas. Ese es el ideal del periodista: ser tú quien marque la agenda, y no la agenda la que te marque a ti. Pero eso requiere tiempo, paciencia e inversión, porque las fuentes no se consiguen en un día y las historias de verdad no salen a la primera.
Esa otra opción tiene otro ritmo, otro tempo, alejado de las prisas y asumiendo el riesgo de que la historia al final no salga adelante. Un ritmo más ‘de papel’, al parecer, incompatible con lo que la mayoría hace en la web, y con un riesgo evidente: cuando son los demás los que llevan el pulso de la actualidad, quedarte sólo con la construcción de las grandes historias te puede llevar a la irrelevancia, a ser un medio complementario: uno de esos que la gente lee después de haber leído otros en los que sí se entera de lo que pasa.
Hay una vía intermedia, que es a la que la mayoría se acogen: ni actualidad ni periodismo de investigación, sino explicar la realidad, analizarla y hacerla entendible. Una propuesta muy loable que, en la mayoría de casos, intenta acercarse más al prestigio de la opción anterior y acaba siendo un medio más de los de primer apartado.
Los medios ya no dominan el discurso
Pero si hay una batalla que los medios están perdiendo es la de la pérdida de protagonismo. Quizá sea consecuencia de todo lo anterior: la crisis económica, el cuestionamiento del modelo, el no saber qué tipo de contenido hacer, el discutir hasta la saciedad el formato… Y mientras los lectores se han cansado de escuchar a las voces de siempre y han empezado a crear sus propios foros, sus propias ágoras donde ser ellos mismos los que crean y difunden la información.
Se ha pasado en pocas décadas de un espectador al que se suponía que le afectaban directamente todos los estímulos llegados de los medios, a uno ante el cual mediaban unos ‘líderes de opinión’ a los que se dirigían los medios a otro que interactuaba con estos. Ahora vamos a más: con la Red primero los espectadores se convirtieron en ‘prosumers’, es decir, consumidores de contenido que a la vez producían contenido (blogs, redes sociales).
Esto, que en sí es una ventaja para los medios porque alcanzan una mayor audiencia gracias a la replicación que los usuarios hacemos de sus contenidos en nuestros círculos de influencia de las redes sociales, es a la vez un doble peligro. Por una parte por la otra acepción de la palabra ‘replicar’, en sentido de contestación o crítica (lo que pasa en Twitter cuando un medio comete un error o saca una portada polémica, por ejemplo) y segundo y principal, que los usuarios empiezan a no necesitar tanto a los medios.
No fue en los medios, sino en las redes sociales, donde se alimentó la plataforma contra la Ley Sinde, donde se organizaron los ‘indignados’ y se les dio cobertura, donde se articulan movimientos de activistas de sofá a golpe de firma o donde sonrojaron a El País con su portada de Chávez.
Los usuarios han constituido sus propios ‘medios’ de comunicación y los medios de comunicación intentan acercarse a su contenido no tanto por interés en lo que cuentan, sino por intentar adueñarse de una audiencia que ya no les pertenece. Cuando un vídeo ha arrasado en YouTube, por ejemplo, no tiene sentido que lo cuelgues en un medio porque si ha arrasado en YouTube es precisamente porque la gente ya lo ha visto. Y así con mil ejemplos más.
¿Sólo puede ganar un bando?
Las guerras se suelen plantear como una gran dicotomía: dos combaten y uno gana, aunque en una realidad mucho más poética en las guerras realmente perdemos todos. En esta guerra en contrario puede pasar al revés: el papel no tiene por qué desaparecer, la Red no tiene por qué no ser confiable, la audiencia puede aprender a interesarse por lo importante si se le cuenta bien y los medios pueden y deben aspirar a seguir el pulso de la actualidad, explicar las realidades complejas y marcar la agenda informativa.
El problema, claro, es tener claro qué se quiere hacer y adecuar los equipos humanos para ello. También confiar en los equipos, atreverse a arriesgar sabiendo que hacer lo mismo que otros llevan haciendo desde hace tiempo sólo aboca al fracaso (para qué ver en tu página lo que otros hicieron antes igual) e invertir.
Son tiempos tan convulsos para el sector mediático que, visto lo que pequeños proyectos están pudiendo hacer, un inversor con ganas, valentía y dinero podría hacer maravillas ahora mismo y lanzar un medio realmente potente a un coste moderado (hay mucha mano de obra sobrecualificada disponible, por desgracia). ¿Y para qué sirve un medio?, preguntarás. Para muchas cosas: lanzar determinadas marcas publicitarias en un mercado concreto, ganar influencia, dar visibilidad a determinadas realidades…
Y, a veces, entre batalla y batalla, para informar.
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Foto portada: Wikimedia Commons
La guerra del miedo en los medios
