La motivación y el mito del talento instantáneo

No descubro nada nuevo cuando digo que la vida va muy rápido. Lo queremos todo ya. Vivimos en una sociedad líquida que busca la inmediatez y en la que nada toma forma por mucho tiempo. El aprendizaje lleva tiempo, mucho tiempo. Lleva también muchos errores, mucha humildad, mucha paciencia y perseverancia.

Desde el Cola-Cao instantáneo (¡qué rápido se disuelve!), pasando por los reels cada vez más cortos y las prisas que llevamos siempre, sobre todo en ciudades como Madrid, desde la que escribo. No sabemos disfrutar del camino porque tenemos tantas ganas de llegar que nos pasamos la mayor parte de nuestro tiempo ansiando algo que, cuando llegue, si llega, durará un instante. De hecho, la ciencia, en concreto la neurociencia, ya sabe que, cuando llevamos tiempo persiguiendo un objetivo, el pico de dopamina no está en el instante, sino en el momento previo al instante, en la acción y no en el objetivo. El Dr Huberman, en su pódcast Huberman Lab, habla constantemente de esto gracias al trabajo de investigación que realiza en la Universidad de Medicina de Stanford.

Él dice que la conexión entre la dopamina y la motivación es bidireccional: así como la dopamina aumenta las sensaciones subjetivas de motivación y fuerza de voluntad, perseguir activamente una meta también eleva los niveles de dopamina. 

El gran enemigo de la motivación es la frustración. Como bien dice el locutor de radio americano Ira Glass en este vídeo, durante los primeros años que haces cosas, sobre todo hablando en el sector creativo, normalmente no son muy buenas. Están intentando ser buenas, tienen potencial, pero todavía no lo son. Sin embargo, tu gusto, lo que te metió en el juego, sigue ahí, sigue siendo excelente. Y tu gusto es la razón por la que tu propio trabajo te decepciona. Muchos nunca superan (¿o superamos?) esta fase; se rinden. Muchos casi ni lo intentan, recurren (de forma inconsciente) a la procrastinación

 

Pero la visión está ahí, ese impulso que te llevó a crear por primera vez, esa inercia y esa energía salieron de tu visión. Y la ambición es la semilla de la visión, mientras que la visión es el motor principal de la motivación. El poder cognitivo que tenemos de proyectar una realidad que todavía no existe es una gran fuente de motivación. 

Asimismo, la motivación es la que nos ayuda a perseverar. Y perseverar solidifica el talento.

Y hablo de solidificar y no de crear, porque es innegable que hay personas que tienen ciertas facilidades para ciertas disciplinas. Quizás no sea algo innato, sino adquirido en la infancia. Quizás sí es algo genético o simplemente es hábito. ¿De donde viene un talento que no ha requerido esfuerzo, que se ha desarrollado y ha crecido junto al individuo? Es talento en bruto, es un talento líquido que no tiene forma. Es innato, pero no instantáneo: necesita ser modelado, pulido y domado. Es un potencial que puede estar mal gestionado y malgastado.

La creatividad se alimenta del estímulo. Nuestro cerebro construye nuevas ideas a partir del conocimiento, la experiencia y las vivencias que acumulamos. Cuantos más inputs tenemos, más conexiones podemos generar. Un terreno fértil da lugar a ideas fértiles; un terreno árido, a ideas más pobres.

Y cuidado, porque el talento se desarrolla. Puede que tengas menos visión espacial que otras personas, pero si inviertes el tiempo necesario, potenciarás esa capacidad, cualquiera que sea su nivel actual (es de manual). Tiene más valor la perseverancia que el talento innato.

Parece que hay personas que han nacido con un don, pero no. Se han pasado muchas horas aprendiendo y desaprendiendo. Con batallas internas y externas, con frustraciones y desmotivados para volver a motivarse, y han navegado este carrusel de emociones incontables veces. Personalmente, no sé si llegará el día en que mi trabajo esté a la altura de mis ambiciones. 

Hasta entonces, si es que llega, intento disfrutar del camino y me repito constantemente las sabias (y bonitas) palabras de Machado«Caminante, no hay camino, se hace camino al andar». Aunque sé que ni hay un camino predefinido en la vida ni si hay dos trayectorias iguales, a menudo me planteo si voy por la correcta. A veces siento que me pierdo, que avanzo muy despacio, pero me recuerdo que cada uno lleva su ritmo. Lo sé: vivimos en el mundo de la inmediatez, y es fácil sentir que te quedas atrás. Pero disfrutar del proceso es mi motor. No hay talento sin tiempo, ni visión sin ambición ni motivación sin una razón que la alimente. Y esa razón no está en llegar antes, sino en no dejar de caminar.

En Japón tienen una palabra para eso: ikigai. Si no sabes qué es, atento, porque si has llegado hasta aquí, te va a flipar. Significa «la razón de vivir» o «la razón de ser». El ikigai no está en la meta ni solo en el presente, sino en el equilibrio entre lo que amas, lo que se te da bien, lo que el mundo necesita y lo que te puede dar sustento. Es, en cierta forma, un punto de encuentro entre la ambición y la calma. Entre la visión y el camino. Quizás de eso se trate todo: de encontrar un propósito que no te arrastre al futuro ni te ancle al pasado, sino que te sostenga y motive mientras caminas.

 

Como escribió Kaváfis, «lo importante es el viaje, no el destino».

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Patrick Thomas

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