Budapest es una ciudad preciosa atravesada por el Danubio. Edificios neoclásicos, barrocos y comunistas, fuentes y baños públicos, cerveza de alta calidad… y además el skatepark más grande de Europa. Este enorme complejo de rampas y plataformas ha vuelto a saltar a la fama gracias a Balázs Jassek, un patinador en la treintena tan obsesionado con el patinete que abrió su primera tienda de este deporte en su hogar paterno a los 13 años y cuya ambición final, cual Pablo Iglesias de las ruedas, es lograr una revolución y poner a todo el mundo a patinar.
Fundó ya más mayorcito la mejor tienda de skate de todo Budapest, Stég, justo a mitad de las años 90, cuando este deporte urbano estaba en pleno auge. Pero desde entonces, los chavales cada vez se interesaban menos por hacer piruetas sobre la tabla y la escena en la capital de Hungría estaba desapareciendo. Jassek quería solucionar esto tanto por asegurarse las lentejas como por compromiso por su pasión.
Armado con tablets, cámaras, drones y tecnología en la nube, Jassek convocó a los tres mejores skaters de Hungría para que le ayudaran a hacer un película en la que priman los planos aéreos y la cámara lenta, rodada con una técnica llamada Phantom, que permite registrar 4.000 fotogramas por segundo. El objetivo era simplemente lograr congregar dos meses después a toda la comunidad patinadora del país en un macrofestival. Jassek, como buen pionero, tuvo que luchar duro. Pero el resultado, como se puede ver por su cara de felicidad, mereció la pena.