Jerusalén, Belfast, Berlín, Nicosia, Beirut, Mostar y hasta Ceuta son ciudades partidas en dos por la religión, la etnia o la política. En algunas, el conflicto que enfrenta a ambas partes sigue vivo, en otras hace décadas que desapareció. Pero, con la excepción relativa de la capital alemana, ninguna podrá florecer mientras sigan en pie los muros reales e imaginarios que las separan. En estos lugares, el urbanismo y la educación en una memoria compartida, hoy olvidada por la imposición de una amnesia oficial por parte de los políticos, son vitales para fortalecer las débiles conexiones que siempre hay entre las dos partes.
(Artículo de la revista Materia)
Durante casi 10 años, investigadores de varias universidades británicas han estudiado más de una decena de ciudades europeas y del Próximo Oriente que llevan la división en el alma. Unas, como Bruselas, viven el conflicto de forma pacífica. Pero otras, como Vukovar (en la actual Croacia) o Belfast (Irlanda del Norte) han vivido años o décadas de enfrentamientos sangrientos. Todavía hoy en sitios como Jerusalén el conflicto sigue vivo y en Beirut (Líbano) o Nicosia (Chipre) puede revivir en cualquier momento. Arquitectos, ecólogos, sociólogos y politólogos presentaron sus resultados, que convertirán en libro, en Londres la pasada semana.
“Las ciudades divididas no florecen y son casi imposibles de reunificar. Berlín es el único ejemplo de un éxito razonable, e incluso entonces, ha sido lento, caro y todavía hay vastas extensiones de tierra en el centro que están abandonadas”, dice Wendy Pullan, del departmento de arquitectura de la Universidad de Cambridge y directora del proyecto Conflict in Cities.
Otra de las principales conclusiones de su trabajo es que, a diferencia de las guerras tradicionales, la firma de la paz no supone el fin de los problemas y el inicio de la recuperación. Es un error ver los conflictos como un fenómeno con dos estados posibles, guerra y paz. Los investigadores aportan un tercer estado intermedio donde, durante un periodo indeterminado de tiempo, la violencia puede reaparecer. Pero, al mismo tiempo, las instituciones urbanas pueden ir consiguiendo una ciudad cada vez más abierta e integrada.
“El término post-conflicto es engañoso, aunque se utiliza mucho. Esto implica que hay una luz al final del túnel, una especie de nirvana post-conflicto al que por lo general creemos que se llega por un tratado de paz. Pero incluso con un acuerdo, las propias ciudades están muy dañadas. A menos que sean educadas, recuperadas, incluyendo a todos los ciudadanos, nada va a cambiar y en algunos casos, los conflictos se enquistarán, como en Bosnia”, sostiene Pullman.
De las ciudades analizadas, Berlín es un caso especial. Aquí la división tenía un origen geopolítico y no religioso ni étnico. Desaparecidas las causas que crearon las dos Alemanias, la reunificación ha sido relativamente sencilla. “Tener la misma lengua y origen étnico lo ha hecho más fácil, especialmente porque la gente de ambos lados quería. Pero incluso así, las zonas este y oeste de Berlín se han desarrollado de forma muy diferente a lo largo de estos años”, cuenta Pullman.
LA DIVISIÓN PERMANECE TRAS LA PAZ
En otros lugares, la paz ha regresado pero la división permanece. Nicosia sigue partida en dos desde 1974 y una llamada Línea Verde separa a turco chipriotas de los greco chipriotas. En Beirut suníes y chíies se han repartido los barrios de la ciudad. En las localidades ex yugoslavas de Mostar y Vukovar, croatas y musulmanes en la primera y serbios y croatas en la segunda apenas coinciden. En muchos sentidos, Belfast sigue ese patrón. Hay paz pero la reunificación parece lejos. Aunque los planificadores urbanos han conseguido convertir el centro de la ciudad en una especie de zona neutral donde el ocio y los eventos culturales atraen tanto a católicos nacionalistas como protestantes unionistas, la vida se sigue desarrollando en barrios separados.
En el extremo contrario está Jerusalén. Allí el conflicto sigue tan vivo como la propia división. De hecho, en especial por parte de las autoridades israelíes pero también los extremistas religiosos de ambos lados, se está acentuando la separación de judíos y palestinos. Las soluciones temporales para evitar el conflicto, como los controles de seguridad o incluso el muro, tienden a convertirse en permanentes, impidiendo una reunificación futura.
Y sin embargo la ciudad insiste en conservar o crear nuevos espacios compartidos. ”Los mercados y sorprendentemente los centros comerciales son particularmente buenos espacios para la interacción”, dice Pullman. En la zona comercial de Mamilla, en el centro de la ciudad, judíos y palestinos comparten el ir de compras. A su situación neutral ayuda la globalización representada por marcas mundiales o el hecho de que los carteles y letreros están en inglés y no en hebreo.
“Cuando entrevistamos a israelíes y palestinos, la mayoría dicen que Jerusalén son dos ciudades y que nada tiene que hacer con el otro lado. Pero nuestra investigación muestra que en realidad ellos interactúan más de lo que creen o están dispuestos a admitir”, explica la investigadora. Para ella, “los espacios compartidos son importantes porque aunque las personas no tengan que comunicarse entre ellas, tienen una experiencia y memoria del espacio compartidos”.
Para los investigadores, una solución política que ignore la visión urbana está condenada al fracaso. En buena medida, en las propias ciudades divididas está la clave para su reunificación.
CEUTA ¿CIUDAD DIVIDIDA?
Puede sorprender que Ceuta aparezca en la misma lista que Jerusalén o Belfast. Pero, aunque en el enclave español del norte de África no hay un conflicto violento, sí existen los elementos propios de una ciudad dividida.
“Ceuta se puede considerar una ciudad dividida porque sus patrones de desarrollo físico expresan que hay diferentes territorios ocupados por los dos principales grupos poblacionales (españoles y musulmanes), es decir que existe un fenómeno de segregación que se expresa en el crecimiento físico de la ciudad”, asegura Felipe Hernández, del departamento de arquitectura de la Universidad de Cambridge. Junto a su colega Max Sternberg, Hernández realizó una investigación sobre la ciudad ceutí para el proyecto Conflict in Cities.
“El trabajo examina el Plan General de Ordenación Urbana del 2006 (no el que fue implementado este año) y analiza en detalle la distribución etno-territorial. También se examinan las estrategias usadas para mantener dicha separación en el presente”, explica Hernández. En su opinión personal, “el hecho de que las barriadas del príncipe sean estereotipadas como zonas marginales peligrosas que se desarrollan al margen de la ley, también expresa un tipo de segregación que corresponde con otras regiones del mundo donde grupos étnicos minoritarios se ven con malos ojos y tienden a ser excluídos. Esto conlleva el desarrollo de un urbanismo marginal, o informal, comparable con el de países menos desarrollados en África y América Latina donde, por cierto, se han desarrollado estrategias mucho más efectivas que las usadas en Ceuta para mejorar las condiciones de vida en zonas de conflicto donde varios grupos étnico-religiosos coexisten”.
Para Hernández, la arquitectura y el urbanismo pueden contribuir a reducir el conflicto creando espacios urbanos que permitan la negociación de diferencias culturales, pero sería inocente creer que el planeamiento urbano lo arreglaría todo. “La solución está menos en la arquitectura y más en la implementación de programas educativos, culturales y sociales para reducir el racismo y la caracterización étnico-religiosa, ambos fenómenos de gran magnitud en España”, sostiene.
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Fotos: Conflict in Cities