Las subvenciones y el cine español

18 de noviembre de 2015
18 de noviembre de 2015
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Quien espere encontrar en este artículo las habituales invectivas contra nuestro cine y los mantras de que es un sector de paniaguados se va a llevar una sorpresa. Hoy día lo valiente es dar un paso y defenderse de la intoxicación, y eso es lo que voy a hacer durante las siguientes líneas, aunque me caiga la del pulpo, que ya me conozco el percal. Este artículo podría llevar el subtítulo: Cosas que usted no sabe sobre el cine español y que a lo mejor debería saber.
El pasado viernes 13 tuvo lugar en la sede de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, en lo sucesivo, la Academia, un encuentro con Pedro Sánchez, candidato del PSOE a la presidencia del gobierno en las próximas elecciones.
En la Academia somos alrededor de 1.200 miembros. La cifra se mantiene más o menos invariable por dos razones: a) el número de académicos que se mueren cada año coincide con el número de nuevas admisiones; b) no existe una política activa para reclutar nuevos valores y regenerar el tejido humano de la institución (es el único lugar del mundo en el que me siento un jovenzuelo, y estoy a punto de cumplir 47).
La Academia se autofinancia. Además de los patrocinios privados cada académico paga una cuota anual de 240 euros, que nos da voz y voto en las asambleas, recibimos en casa la revista bimestral y podemos alquilar un esmoquin y acudir a la gala de los Premios Goya. De estas tres prebendas la más interesante y menos utilizada (doy fe de ello) es la primera, aunque para muchos sea la tercera la más valorada.
Y les voy a contar otra cosa. ¿Saben ustedes lo que significa un «estreno»? Pues bien, según una normativa redactada hace tres décadas (no existía internet), una película se considera película, valga la redundancia, cuando ha sido proyectada durante al menos una semana durante todas las sesiones, en la misma sala y cobrando entrada. Esto, que deja de lado los pujantes estrenos online por los que apuestan plataformas tan poderosas como Netflix, o que propicia que títulos como Diamond Flash de Carlos Vermut no existan oficialmente, es más difícil de cambiar que la Constitución Española. Lo peor es que la norma ha abierto la puerta a prácticas tan despreciables como el llamado estreno técnico. Lo resumo en una frase: «Dame tres mil euros y te estreno tu peli en un cine que tengo en un pueblo de Albacete». ¿Lo pillan? Desde mi humilde posición, estamos intentando revisar ese concepto y actualizarnos, pero no está resultando nada fácil.
El aforo del coqueto auditorio de la Academia no es para tirar cohetes, 176 personas. Y jamás he visto que nadie en una asamblea se quede fuera o tenga que estar de pie. Eso reduce a un 15% el número de académicos que asistimos regularmente a estas reuniones (dos o tres veces al año). Y de esos aun somos menos quienes alzamos la mano en el apartado de Ruegos y Preguntas. Yo soy uno de ellos.
Pues bien, el viernes tomé la palabra, me dirigí a Pedro Sánchez y mi pregunta fue, más o menos así:
[pullquote]El pasado 5 de noviembre se publicó en el diario El País que ya está listo el borrador de la nueva Ley de la Cinematografía, que regulará a quién, cómo y por qué se otorgarán subvenciones para hacer largometrajes. Si esa ley prospera tal y como está redactada, se acabó el cine independiente y de autor. Porque establece dos condiciones para poder acceder a una subvención.
La primera es que el presupuesto ha de ser como mínimo, de un millón de euros.
La segunda es que debe tener garantizada la exhibición en, al menos, 40 salas simultáneas.
La primera es injusta, y constituye un certificado de defunción para todo el cine independiente y de autor de este país.
La segunda es absurda, por cuanto ningún distribuidor y exhibidor se compromete sobre proyecto a un número de salas. Y, por supuesto, se sigue obviando el peso creciente de los estrenos online.
Ni Gente en sitios, de Juan Cavestany, ni Diamond Flash de Carlos Vermut, ni Loreak, de Garaño y Goenaga, que nos representará este año ante los Óscars, podrían optar a ayuda alguna si esta ley prospera».[/pullquote]
Tras un incómodo silencio en el que Pedro Sánchez pareció decir con la mirada a nuestro presidente, Antonio Resines algo así como «No me consta, no tengo ni idea, ¿qué contesto?», Resines salió en su rescate, aleteó con la mano como restando importancia a la cuestión, y sin micrófono, es decir, medio auditorio no le escuchó, me dijo: «Eso está en fase de alegaciones». Y punto.
Tan fuera de lugar estuvo la reacción que al día siguiente, Gregorio Belinchón, también en El País, recogía la anécdota y el contenido de la pregunta, subrayando que Pedro Sánchez no contestó a la misma.
El asunto es medular.
El odio y desprecio al cine español es transversal. No se trata de ideología ni de colores políticos; si ustedes leen los comentarios de los lectores a cualquier noticia relacionada con nuestro cine en La Razón, El Mundo, El País, El Periódico, La Vanguardia… comprobarán que en una cosa se han puesto de acuerdo los españoles: los cineastas patrios somos unos paniaguados subvencionados, que vivimos del erario público a pesar de la ínfima calidad de nuestras abominables películas.
[pullquote]¿Es mejor el cine francés que el español? No. ¿Está más subvencionado? Sí.[/pullquote]
Les voy a dar dos datos que se mencionaron en la mencionada comparecencia de Pedro Sánchez en la sede de la Academia. El primero es que este ejercicio, el cine español ha sido dotado con 30 millones de euros. Y el segundo, y mucho más esclarecedor, es que en Francia la cifra alcanza los 400 millones de euros, y no hay un solo francés de a pié que cuestione estas ayudas. ¿Es mejor el cine francés que el español? No. ¿Está más subvencionado? Sí.
Dejemos de lado las cinco o seis películas con las que desde los dos grupos de televisión privada, MediaSet y AtresMedia saturan sus parrillas con campañas de promoción extenuantes (¿Recuerdan las de El Niño, La isla mínima o los Ocho apellidos vascos el año pasado?). Jamás una de esas películas cambiará el rumbo del cine ni será recordada más allá del año de su estreno, aunque revienten la taquilla. Todas están subvencionadas. Si este borrador de Ley prospera ese será el único cine que verá la luz en nuestro país, puesto que ha sido urdido precisamente desde los despachos de estos grupos mediáticos. ¿El corte? Un millón de euros de presupuesto.
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Las ayudas del ICAA (el organismo público dependiente de Cultura que se dedica a la cinematografía) suelen convocarse en el mes de marzo, y el plazo suele terminar en abril. Presentar una solicitud de ayuda es un proceso arduo, y es preciso aportar muchísimo material, incluyendo el guion. Si se presentan 300 cada año (cifra estimativa, pero contrastada con otros colegas) es simplemente imposible que los 300 guiones sean leídos, eso sin contar con los proyectos cinematográficos que no tienen guion, que los hay, y créanme, sé de lo que hablo.
La próxima vez que lean el nombre de Penélope Cruz, Javier Bardem o Fernando Trueba, por citar algunos de los más detestados en las redes sociales, piensen que ninguno de ellos acude jamás a una asamblea de la Academia. Somos un colectivo estigmatizado por la sospecha de la eterna subvención y es hora de terminar con esta intoxicación. En este país cainita, quien tiene éxito es automáticamente señalado por sus compatriotas, y los tres mencionados más arriba tienen éxito, y mucho. Y muy merecido.
En España la gente se gasta dinero en comprar vidas de Candy Crush o de Frozen, pero se bajan películas de manera ilegal porque se sienten legitimados para ello. Esa es una de las razones por las que, en general, los cineastas independientes no tenemos un duro. Estamos tiesos. Creemos que el Estado debe apoyar la creación cinematográfica, y eso no se logra premiando solo a películas con un millón de euros de presupuesto. Se pueden rodar maravillosas películas en las que todo el mundo cobre y se sienta bien remunerado, con presupuestos de seis e incluso de cinco dígitos.
Si esta ley redactada con una terrible mezcla de insidia y desidia tiene luz verde finalmente, jamás podremos disfrutar de cintas como las mencionadas más arriba ni ninguna que haya sido realizada con la ilusión y el esfuerzo de equipos entregados de profesionales. Ninguna de las tres cumpliría los requisitos para obtener una pequeña ayuda del Estado. Además, el borrador denota una notable miopía política en el asunto. Es mucho más barato colgarse una medalla por echar una mano a un filme de 300.000 euros o de 80.000, que a uno de tres millones.
[pullquote]¿Imaginan ustedes lo que contestaría cualquier francés si se le pregunta qué le parece que desaparezca su Ministerio de Cultura?[/pullquote]
Cualquiera que se dedique a fabricar uralita, a exportar vino, a cultivar lino o soja, a ensamblar coches disfruta de subvenciones y ayudas que harían palidecer al más rico de nuestros cineastas, que no soy yo, por cierto. Este gobierno se cargó el Ministerio de Cultura nada más llegar al poder. ¿Imaginan ustedes lo que contestaría cualquier francés si se le pregunta qué le parece que desaparezca su Ministerio de Cultura? ¿Qué es un país sin cultura? Pues más o menos en lo que se está convirtiendo esta península, exceptuando Portugal, cuya política garantiza la financiación del cine a través de tasas sobre la publicidad emitida en las televisiones, así como de tasas impuestas a los operadores de servicios audiovisuales y a las propias televisiones.
¿Alguno de ustedes sabe decirme, a la de tres, quién es el máximo responsable de Cultura en España en este momento? Por supuesto que no. Quien fuera de lejos, el peor ministro de cultura de nuestra democracia, el señor Wert, está disfrutando de un dorado y bien remunerado retiro en París junto a su flamante esposa, otra alta funcionaria. ¿Qué podemos esperar de un país así, en el que todos sabemos deletrear el apellido del ministro de Hacienda pero nadie sabe quién está al frente de Cultura?
A pesar de que entre las paredes de esta casa, a la que estoy muy orgulloso de pertenecer, se dirimen todos los aspectos que afectarán a su vida profesional, no esperen ver en ninguna asamblea de la Academia a cualquiera de los actores o actrices de moda. Todos ellos son académicos, por haber participado en al menos tres largometrajes estrenados comercialmente, o por haber ganado algún Goya, en el caso de los más afortunados.
Pero nunca acuden. Ni votan. Ni hablan. Tampoco esperen ver a los expresidentes. Ni Álex de la Iglesia ni Ángeles González Sinde, aunque por fortuna contamos con la sensatez y presencia de Enrique González Macho, autoridad de facto en la sombra.
Quiero ser francés o portugués o catalán (bueno, esto no lo tengo tan claro). Quiero pertenecer a un país que cuide su cultura y que ayude económicamente a su cinematografía, y no solo a la de grandes presupuestos, sino a la pequeña y valiente, que necesita mucho más apoyo.
Y me gustaría que la próxima vez que aparezca un artículo en algún periódico español acerca de nuestro cine no haya doscientos comentarios ignorantes y cargados de desprecio.
Y ya puestos a pedir, me gustaría que me tocara la lotería y no necesitara el soporte de nadie para hacer una película.
Y ser un poco más alto.
Y delgado.
Y ya.

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