Seguro que si preguntamos a John Lasseter lo que significa la palabra Yorokobu responde al instante. El jefazo de Pixar le debe mucho a la cultura japonesa y por eso le rinde tributo en cuanto tiene ocasión. «¿Existe algo más molón que el gato-autobús de Mi vecino Totoro? Si te fijas, te darás cuenta de que tiene la sonrisa de Miyazaki», dice.
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Su pasión por los dibujos animados rebasaba límites que él mismo considera inapropiados. «Un adolescente debería estar entre chicas y coches, no con cómics y dibujos de la tele», confiesa ahora en una de sus muchas visitas al Festival de Cine de Tokio. No parece que en realidad esté muy arrepentido. Esa obsesión le ha convertido en un tipo verdaderamente importante en la industria del cine y tampoco se puede decir que destruyera su vida personal:
«A mi esposa me la ligué gracias a Miyazaki -admite con cara de pícaro-. Es algo que nunca le he contado, pero es otra de las cosas que le debo agradecer».
Reivindica al mítico animador japonés desde mucho antes de que la Academia de Hollywood considerara los méritos de quien es el próximo Óscar Honorífico. La relación entre ambos es casi de profesor y alumno y los amantes del anime bien saben de las poco disimuladas referencias que se pueden encontrar en las películas de Lasseter.
Él nunca lo ha negado. De hecho apunta a la influencia nipona como el bastón con el que le dio un meneo al aburrido panorama de la animación occidental. Justo antes de empezar un nuevo proyecto en Pixar obliga al equipo a ver un par de secuencias de Miyazaki para inspirarse.
«En una película americana tiene que pasar algo todo el tiempo o el espectador se va a por palomitas. En cambio él sabe celebrar los momentos de silencio en el cine», reivindica.
Cuando Lasseter todavía era un retraído y regordete alumno de instituto, encontró en la biblioteca un cómic. Al ver la firma de su autor cayó en la cuenta de que se podía vivir de ello. En esos momentos sus sueños pasaban por trabajar para Disney. Poco después compartía clase con Brad Bird y otras futuras estrellas del género en la CalArts (Escuela de Artes de California).
«Nuestras aficiones eran muy similares. Alucinábamos con La Guerra de las Galaxias. Yo quería hacer algo así con dibujos. Películas para todos, no solo para niños», recuerda.
Una vez recibieron la visita de unos colegas japoneses que querían aprender de ellos. Al final resultó ser justo al contrario. Uno de los estudiantes le pasó un VHS con tres secuencias de una película llamada El castillo de Cagliostro, protagonizada por el ladrón de guante blanco Lupin III y dirigida por un tal Hideo Miyazaki. El jovencito Lasseter se quedó en estado de shock. En ese momento supo qué era lo que quería hacer con su carrera.
«Era una película que no trataba al espectador como a un niño, que contenía una de las escenas de acción más brillantes del cine. ¡No estaba solo en el mundo!», celebra, como si la epifanía estuviera ocurriendo de nuevo por vez primera.
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Después de ver la cinta decenas de veces se la mostró a una chica llamada Nancy Tigg. Y le gustó tanto como a él. En ese momento supo que quería casarse con ella. Desde 1987 Lasseter no ha parado de viajar a Japón. Hay dos rituales que son imprescindibles cada vez que visita el país. Uno es el de ampliar su colección de toys. Fue allí donde se le ocurrió la idea de contar la historia de un juguete cobrando vida. Tin Toy se llamó el cortometraje y ganó el Óscar en 1988, antes de convertirse en la saga Toy Story. El otro hábito que nunca falla es el de visitar a Miyazaki en sus estudios Ghibli. Primero solo, luego con su mujer y poco a poco con sus cinco hijos.
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Ahora que el japonés se ha retirado, su herencia en las creaciones de Lasseter cobra un nuevo significado. El protagonista de la nueva película 6 Héroes recuerda a su admirado Totoro y vive en San Fransokyo (San Francisco + Tokio), una divertida fusión entre los mundos de ambos animadores. La declaración de amor es más que evidente: «Solo puedo dar las gracias a él y a su país por hacerme como soy».
Carta de amor de John Lasseter a Miyazaki
