No se trata de hacer un ejercicio de nostalgia, sino de reconocer que ciertas cosas o personas que fueron objeto de nuestro desprecio o burla en épocas pasadas ahora vuelven a nuestra memoria con el baño redentor que solo el cerebro humano puede dar a los recuerdos. Conozco bien el sabor de mis palabras, porque llevo toda la vida tragándome lo que digo, y se ha convertido en un sano ritual de digestión de ideas.
Larry Flynt, cuya tormentosa biografía fue llevada al cine por Milos Forman (“El escándalo de Larry Flynt, 1996) es el fundador del grupo editorial Hustler, dedicado al entretenimiento para adultos. Su forma de apoyar la causa demócrata fue poner un anuncio en Los Angeles Times donde ofrecía 3000 dólares para hacer un casting de dobles de Sarah Palin. El resultado fue el inolvidable filme porno-satírico “Who’s nailin’ Palin?”.
Un avión ruso se estrella en el jardín de la gobernadora de Alaska, y dos apuestos pilotos le piden ayuda. El escote de la actriz (con un asombroso parecido a la auténtica Palin) y el vodka hacen perder la cabeza (y todo lo demás) a los uniformados… Es este un ejemplo de redención de una figura odiosa y su transformación en alguien entrañable.
Muy lejos de Alaska y cien años antes, las zarzuelas, ese llamado género chico, era el último reducto para el talento de los grandes compositores de la época, porque otra cosa aquí no podían hacer, ya que la ópera le venía grande al español de entonces. Por eso es de recibo reivindicar “Doña Francisquita”, del maestro Amadeo Vives o incluso “La verbena de la Paloma”, de Tomás Bretón. La zarzuela, además de ser un plato de pescado, es una delicatessen musical que cuanto más pasa el tiempo más cool se vuelve.
El proceso es más o menos así: nausea, rechazo, indiferencia, aceptación, alineación y añoranza. A veces terminamos echando de menos cosas que en su momento nos parecieron espantosas. Dado que las obras (películas, canciones, libros) son inmutables, y así lo gritan silenciosamente desde nuestras estanterías, la única explicación plausible es que nosotros cambiamos.
Desconfíe de quien nunca muda de opinión. Hoy día Internet y las hemerotecas hacen sonrojar a cualquiera que proclame una idea inamovible, enfrentándoles a sus anteriores posiciones, defendidas con tanta bravura como imprimen ahora a sus sentencias contrarias. Los bits no perdonan.
Cambiar de idea es olvidar y enterrar la anterior.
Por mucho que nos pueda irritar Belén Esteban, Bisbal, Alejandro Sanz, Alaska o Isabel Pantoja, por poner cinco ejemplos, su repentina desaparición nos sumiría en una especie de desconcierto generacional. Cuando ellos se marchen (si no lo hacemos antes nosotros), también morirá un pequeño fragmento de los tiempos que nos ha tocado vivir.
Cuántos han ridiculizado aquel famoso y ya casi legendario “No siento las piernas” que decía Stallone en la piel de John Rambo. Vilipendiado por mal actor, pocos se habrán fijado en su pequeño papel en “Bananas” (1971) de Woody Allen, su gran interpretación de un poli honesto y medio sordo en “Copland” (James Mangold, 1997) o sus sobresalientes habilidades como director en la cuarta entrega de Rambo. Muy a nuestro pesar, y quizás a escondidas, si Stallone muriera antes que nosotros es probable que nuestros ojos se humedezcan por una inesperada empatía casi familiar.
La película “Los bingueros” (Mariano Ozores, 1979) protagonizada por Pajares y Esteso, ofrece una descarnada y magistral radiografía de aquellos años, y bajo su esmalte cómico se oculta una obra imperecedera. Nadie implicado en su rodaje y producción habría sospechado estos extremos cuando estaban haciendo su trabajo, alimenticio y sin pretensión alguna de posteridad.
Aun así, no comparto con Álex de la Iglesia esa fascinación por los años 70 ibéricos, que para mí fueron en blanco y negro y con la ubicua presencia de los payasos de la tele y ese escalofriante grito de “¿Cómo están usteedeeeeees?”. Sin embargo, la memoria me ofrece una versión dulcificada del pasado, que sé que es falsa, pero que acepto de buen grado.
Modificamos nuestros recuerdos para adaptarlos a nuestras creencias. Por eso escribimos un email a la expareja al regresar a casa sin compañía y con el ánimo herido, o idealizamos aquellas vacaciones en Benidorm con nuestros padres, en una España que ya no existe y que, probablemente, nunca existió.
Y es que hay pequeñas mentiras, grandes mentiras… y recuerdos.