Los restaurantes chinos y la Transición española

7 de enero de 2015
7 de enero de 2015
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Este es un viaje nostálgico y un rendido tributo a un fenómeno social que se infiltró despacio entre nosotros, y que abrió las puertas de la restauración a la clase media en nuestro país. Debemos romper una lanza a favor de la abnegada tarea que han desempeñado estos modestos establecimientos en el tejido social de aquella España de los años setenta y ochenta, hasta nuestros días.
La primera vez que viajé fuera de España recalé en París con un grupo de amigos mochileros. Lo magro de nuestras economías nos obligó a merodear por el barrio Latino, donde encontramos por fin algo familiar: ¡un chino!
Buscamos en la carta Rouleau de Printemps o Rice Trois Delices en vano. Fue la primera vez que supe que los restaurantes chinos que había en España no servían comida china, sino que habían inventado un milagroso ecosistema culinario que evocara, bien con los nombres de los platos, bien con su presentación, el lejano Oriente; pero que era absolutamente español.
Nunca encontraremos las mencionadas tres delicias ni el rollo de primavera en ningún otro lugar del mundo… ¡y mucho menos en China, puedo dar fe de ello!… a no ser que proceda de un restaurante chino de inspiración española… concretamente de Barcelona. Veamos por qué.
[pullquote class=»left»]«Nunca encontraremos las mencionadas tres delicias ni el rollo de primavera en ningún otro lugar del mundo… ¡y mucho menos en China, puedo dar fe de ello!…»[/pullquote]
No está del todo claro, pero parece que el primer chino de España abrió en la Ciudad Condal en 1958, y se llamaba Gran Dragón. Su impulsor, Peter Yang, abrió el local en el número 5 de la calle Ciutat. Quince mesas, sesenta comensales y cien platos en la carta… Como dato curioso, el pintor Joan Miró era un habitual del Gran Dragón, ¡y ahí aparecieron por primera vez los rollitos de primavera! Hoy día es un estudio de grabación, y el señor Yang (el auténtico padre intelectual de los rollitos) falleció hace poco a los 97 años de edad… Su historia es tan increíble que merecería un artículo él solo, pues era un sacerdote católico nacido en Shanghai que se ganó el favor de la jerarquía eclesiástica franquista de la época… Hoy en Barcelona hay casi 180 restaurantes chinos, y muchos de ellos todavía conservan la palabra «Dragón» en sus marcas.
Sin embargo, habrían de transcurrir décadas y enfriarse el cadáver de Franco para que la gente comenzara a mirar más allá de la tortilla de patatas y el jamón serrano. El hambre de nuevas experiencias que trajo la vilipendiada Transición también tuvo su reflejo en la hostelería…
Familias que jamás pudieron permitirse comer en un restaurante de pronto veían al alcance de sus bolsillos compartir mesa todos juntos, ser atendidos por serviciales y sonrientes camareros e invitados a un chupito de licor de manzana, sin tener que ir al Zalacaín o al Lhardy o al Vía Véneto, totalmente fuera de sus posibilidades. Por primera vez alguien les hacía sentir importantes. Los restaurantes chinos desempeñaron un papel social que solo la perspectiva que nos brinda esta segunda década del siglo XXI nos permite apreciar en su justa medida.
Además hicieron que volara nuestra imaginación con platos que lucían nombres tan exóticos como Sopa de nido de golondrina, Familia feliz o el sugerente maridaje de la Ternera con salsa de ostras.
Los rollitos han unido a generaciones. En los chinos todavía hoy es fácil ver a familias enteras con abuelos, padres, nietos y primos degustando la sopa Won Tun y pasándose la salsa agridulce como si fuera el Bálsamo de Fierabrás.
La primera vez que me atreví a llevar a una chica a cenar fue a un chino de Moratalaz. Yo intentaba fingir aplomo (creo que tenía diecisiete años), y recuerdo perfectamente que los camareros me trataron como a cualquier otro cliente habitual, lo que me infundió la confianza necesaria para, tras pagar la cuenta (muy modesta, aunque yo llevaba ahorrando semanas para el ágape), pedir a la chica que subiera a mi casa, ya que mis padres estaban milagrosamente fuera aquel fin de semana. Que las cosas luego no salieran bien entre las sábanas no tuvo nada que ver con la salsa de soja…
[pullquote class=»left»]«Los restaurantes chinos desempeñaron un papel social que solo la perspectiva que nos brinda esta segunda década del siglo XXI nos permite apreciar en su justa medida»[/pullquote]
El restaurante chino más antiguo de Madrid es El Buda Feliz que, a diferencia del Gran Dragón, sigue abierto, funcionando y sirviendo su estupendo pato asado estilo Pekín. Situado en el número 5 de la calle Tudescos, junto a la Gran Vía, se caracterizaba porque sus camareros no eran orientales, aunque sí los cocineros y el matrimonio propietario. Ha logrado sobrevivir, y mi propia biografía no podría explicarse sin este lugar en el que se cruzan todas las líneas de mis huellas dactilares.
Han transcurrido muchos años después de que se abrieran estos primeros establecimientos, y las cosas han cambiado… pero no tanto.  Ahora podemos encontrar cuatro tipos de restaurantes chinos:
1) Los de toda la vida, que mantienen sus precios imposibles (generosos menús del día a 7,50 euros).
2) Una nueva oleada de locales, que se autodenominan asiáticos, fusión oriental, thai, wok… para diferenciarse de sus modestos ascendentes y, de paso, duplicar o triplicar los precios de sus cartas.
3) Una élite de restaurantes chinos tan caros que anidan en hoteles de lujo (el Palace, el Villamagna, el Puerta de América por poner tres ejemplos)
4) Por último, y gracias a la consolidación y expansión de la colonia china en España, hallamos establecimientos auténticamente chinos, de esos en los que antes de sentarte te avisan con mucha educación de que «la comida es china de verdad». No hay en sus cartas ni rollitos, ni arroz tres delicias ni lichies de postre… Y olvídense de los cubiertos, solo podrán comer con palillos. ¡Como debe ser!
Un servidor se declara ferviente usuario del primer grupo, los del menú baratísimo. Jamás me he intoxicado ni hice caso a ciertos intereses tendenciosos de la hostelería local, que difundían las famosas leyendas urbanas de la carne de rata y otras lindezas.
No exagero al afirmar que la Transición española se consolidó y tomó conciencia de sí misma gracias a los restaurantes chinos. En la periferia de las grandes ciudades, en Leganés, Getafe, L’Hospitalet, Mislata, el sevillano Polígono de San Pablo, el bilbaíno Otxarcoaga… allí nació el sentimiento de clase media. Como muy acertadamente define Santiago Segura, «clase media» significa que cuando el creador de la saga Torrente sube a un taxi, el taxista le reconoce y se ponen a charlar de cine… Resulta que al final los dos tienen una pantalla de plasma del mismo modelo.
Los chinos poco a poco se fueron atreviendo a introducir platos más exóticos en la sección llamada «Platos Especiales», donde inicialmente podíamos encontrar el Ku-Bak, y ya en no pocos lugares uno de mis favoritos, que se llama Hormiga sube al árbol. No es broma, pruébenlo, es riquísimo y muy divertido. Reproducimos junto a este post algunas páginas de un menú ¡en pesetas! de hace 25 años. El restaurante en cuestión ya no existe, pero conservo esta carta, con las fundas de escay acolchado y letras doradas, como mandaban los cánones.
En fin, si usted se siente demasiado exquisito como para ir a uno de estos establecimientos, créame, tarde o temprano, y de un modo u otro… todos los restaurantes serán chinos.
Y yo lo celebro.
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