«La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios». Calma: no lo rubrica un fanático contra la libertad de expresión. Lo escribe Borges en su breve cuento Utopía de un hombre que está cansado, el relato de una visita a la casa de un hombre del futuro que vive sus últimos días y que nos informa sobre su más allá.
Ahí se ha escogido el latín como lengua universal, no hay nombres propios, en las escuelas se imparte la duda y el olvido, no hay pobreza ni riqueza, no hay ciudades, posesiones ni herencias. Uno se mata cuando quiere (normalmente, cumplidos los cien años), los viajes espaciales y los gobiernos cayeron en desuso («los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos») y no existen las enfermedades. No se lee, solo se relee.
Una termina de leer el cuento sin saber si Borges ha erigido el mundo perfecto o el peor de los mundos. ¿Qué salvaría el genio argentino de esa vida utópica y destructora? Ante la incógnita, regresamos a la cita que abre este artículo y que remite a la importancia que entrañaba la relectura para Borges, como así lo hizo saber a lo largo de su vida («Yo he tratado más de releer que de leer. Creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído»).
¿Es mejor poco y bien escogido que mucho y con poco que rascar? ¿Qué diría ahora, en tiempos bárbaros de impresión sin límites, en los que los libros tienen la vida útil que el librero les concede antes de retirarlos de la concurrida mesa de novedades?
Sobre saturación editorial ya se han escrito vastos reportajes e informes que alertan de un exceso de publicaciones en un país en el que más del 40% de población no lee nunca o casi nunca, según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros de 2017, el más reciente del que disponemos hasta la fecha.
Por contra, de acuerdo con los datos de la Agencia del ISBN, el sector editorial español registró 87.292 nuevos títulos en 2017, incrementando así el número de títulos registrados un 7,3% con respecto al año 2016.
¿Hay lector para tanto libro? En este artículo se pretende ir más allá de esa pregunta y lanzar otras acaso más controvertidas, radicales, pero pertinentes: ¿Se edita más de lo necesario? ¿Dónde está la línea y bajo qué criterios se establece? ¿Qué es una buena obra hoy en día? ¿Cómo de exigente es un autor consigo mismo? ¿Se plantea antes si va a aportar algo al panorama ya existente? ¿Cómo seleccionan los periodistas las obras que reseñan? ¿Y los libreros?
Responden a estas y otras cuestiones varios de los implicados: dos editores, una librera, una periodista y un escritor que a su vez es crítico y editor.
Emilio Sánchez Mediavilla, editor de Libros del KO: «En la dinámica loca de publicar muchas novedades han caído tanto las grandes como las pequeñas»
Está claro que hay una sobresaturación editorial en España que es insoportable. Habrá muchas razones estructurales que expliquen por qué incluso en España se acaban publicando más títulos que en países como Francia o Alemania, donde se lee más, no lo sé. Lo que sí veo es que en esta dinámica loca de publicar muchas novedades han caído tanto las grandes como las pequeñas. No todas, pero sí muchas de ellas, en mayor o menor medida, han caído en este juego de publicar mucho.
Una de las primeras lógicas del editor es «cuanto más publique, voy sumando pequeñas ganancias y al final me dará algo». Eso unido a cómo funciona la distribución: en un primer momento colocas los libros; meses después, esos libros los devolverá la librería a la distribuidora y la distribuidora te descontará ese dinero a ti, pero dentro de cuatro meses habrás sacado otra novedad que te va a dar dinero otra vez… Entonces entras en una dinámica en la que no se puede parar.
Nosotros estamos publicando no más de diez libros al año, a veces ocho o nueve, y es la cifra en la que nos encontramos cómodos porque también hay un trabajo detrás de edición que no somos capaces de hacerlo más rápido, ni tampoco queremos. Publicamos menos libros, libros en los que confiamos mucho y que siempre vamos a mantener vivos.
¿Qué pasa? Que al final te comen; te comen el resto, te comen las grandes. Llevan un ritmo de publicaciones que te echan de la mesa de novedades. Luego ese libro igual funcionará muy mal y les dará mucho menos dinero que otros, pero a nosotros nos está quitando visibilidad en la mesa de novedades, de cara al público, de cara a la prensa.
La prensa especializada tiene que estar probablemente superada. Si yo dirigiese algún suplemento de libros, me hubiese pegado un tiro o hubiese dimitido. Se ha creado un monstruo.
Lo que sí me da la sensación, y puedo equivocarme, es que los prescriptores clásicos de literatura han perdido capacidad prescriptora. Hay una cosa que es un poco macabra: la tendencia periodística a lo de las listas. Crean contenido un poco simple, muy convencional y a golpe de actualidad.
Hacen una serie de clasificaciones muy rápidas. Ves que muchas veces hay una selección casi aleatoria: me imagino a un redactor al que le han encargado de golpe que haga eso y en diez minutos hace una búsqueda en Google y recomienda los diez primeros que le salen. Insisto: no es ni mucho menos general, pero sí que creo que a veces ocurre eso.
Creo que hay muy poco riesgo a veces en el mundo editorial, en los editores, en la crítica y en el público. Cada vez valoro más algo que me sorprenda o que intuya que hay un cierto riesgo detrás o que el autor o la autora ha hecho un esfuerzo por aportar algo nuevo.
Creo que se apuesta muy poco por autores jóvenes españoles. Hay un exceso de traducciones de libros que ya han funcionado en el extranjero y a los que a veces la crítica hace más caso que cuando se publican autores jóvenes nuevos con mucho talento.
Iolanda Batallé, editora en :Rata_: «¿Nos gustaría ver en todas partes los mismos quince títulos? Creo que no»
Ciertamente, cualquiera que entre en una librería puede quedar abrumado con la cantidad de novedades, pero ¿cuándo no ha sucedido eso? Cuando era una niña y entraba en una librería, siempre las veía llenas a rebosar. Siempre se ha publicado mucho, en los 80, en los 90 y ahora. ¿Preferiríamos lo contrario? ¿Nos gustaría ver en todas partes los mismos quince títulos? Creo que no.
Nacen muchos libros y nacen muchas pequeñas editoriales, cosa que me parece aún mejor. Está bien que existan grandes grupos o grupos medianos, pero como lectora y también como editora, me siento feliz cada vez que tengo en las manos un libro que me seduce y descubro que lo ha puesto en el mundo una editorial nueva.
¿Quién no desea ver su nombre en la portada de un libro? Todo el mundo desea publicar un libro, e incluso algunos toman esa decisión antes de preguntarse qué libro van a publicar. Pero un libro es el fruto de la suma de la voluntad de un escritor y la de un editor, y puestos a ser exactos, cabría añadir la voluntad de un librero y de un lector. En todo caso, quien se pregunta si ese posible libro aporta algo es el editor y cada editor tiene sus criterios y sus motivos para publicar o no.
Dado que poner un libro en el mundo es relativamente asequible, un editor puede tener la tentación de publicar, en caso de duda; de publicar por si acaso, no sea que, por lo que sea, ese libro funcione. Es un error pensar así porque al final uno termina devaluando su sello.
Mi criterio editorial en :Rata_ es estricto y solo publico textos en los que tenga la absoluta convicción que su autor haya empeñado la vida, y no solo su oficio, prestigio o talento. Antes que editora soy escritora y tengo claro qué me exijo cuando escribo.
Como editora y lectora pido lo mismo. Es algo sobre lo que prefiero no teorizar, es algo intangible pero muy intenso, que sucede de manera diferente en cada texto y que en cada texto me empuja hacia un lugar u otro.
Dirijo otros tres sellos editoriales y cada uno tiene sus exigencias, pero en :Rata_ me propuse algo único y me conmueve cada vez que intuyo eso que sentí en un nuevo un lector o una lectora de :Rata_.
¿Cómo saber si ese manuscrito es necesario? Pues, cuando lo estés leyendo, ¿sientes que alguien que conoces necesita leer ese libro? ¿Quién? ¿Por qué? Si tienes respuestas concretas, ese libro es valioso. No necesitas mucho más. Simplemente sientes el deseo urgente de hacer llegar ese libro a gente que aprecias. En eso consiste editar :Rata_.
Maite Aragón, librera cooperativista de Librería Caótica: «Por supuestísimo que hay libros que no deberían publicarse»
A la pregunta de si se edita demasiado en España: sí. El océano de novedades es ingente. Si se hace el cálculo, estoy segura de que no hay suficientes lectores para todos los libros que se imprimen ni suficiente vida de una persona para leerlos. Por supuestísimo hay libros que no deberían publicarse. Y no queremos señalar a ninguno, son miles y miles, no nos da tiempo. La línea y los criterios las fijan los editores. Sus motivaciones oscuras para publicar basura las desconocemos.
Los grandes grupos editoriales saturan el mercado con cantidades de novedades, pero como les es tan barato imprimir sus miles de ejemplares, con los pocos títulos que le funcionan bien amortizan la inversión. Y, además, lo soportan precarizando el trabajo de los integrantes del sector.
Las librerías estamos saturadas y no podemos soportar la estructura que haría falta para gestionar de manera adecuada los fondos y que el mismo fondo no consuma todos los recursos de la librería y muchas tengan que cerrar. Da la sensación de que los que realmente ganan son los grandes grupos editoriales (que se autodistribuyen) y las distribuidoras. Los editores independientes tienen estructuras pequeñas y difícilmente se mantienen. Con menos libros en la calle y más visibilidad del fondo, creo que nos iría mejor a todos.
Se está editando para satisfacer modas. Fenómeno Millenium (y millones de copias y auge de la novela negra); fenómeno 50 Sombras (y millones de copias); fenómeno Ilustrado para adultos (y millones de copias)… Ahora toca fenómeno Feminismo, que queda excusado por el valor de que el feminismo cale en la sociedad, así sea atiborrando de libros y propuestas para todos los gustos.
A la pregunta «¿cómo acertará el lector ante tal cantidad de libros?», responde Joaquín Sovilla, otro de los libreros socios trabajadores: ahí está el valor de las librerías de libreros. Según qué librería visitas, ya la oferta ha pasado un filtro (por la selección que realizamos) y tiene un criterio de interés probado y de calidad literaria (cosa que no pasa en las cadenas, ni en los grandes almacenes).
Lorena G. Maldonado, periodista de cultura en El Español: «No se respeta la literatura, la han convertido en una máquina de hacer churros».
Los románticos de la literatura siempre hemos pensado que la publicación es algo medio sacralizado. También le pasaba a Cortázar, que no quiso publicar con su verdadero nombre hasta muy tarde porque no quería prostituir su firma como muchos de sus amigos sí hacían. Bueno, pues yo creo que ahora es el efecto totalmente contrario, hay que copar el mercado con tu firma, hay que repetirla hasta que la gente la lea y a mí me da una tristísima sensación de mercantilización del arte a otro nivel.
Está claro que el mundo editorial no es una ONG, pero sí que tiene otras responsabilidades artísticas y sociales que yo creo que no está cumpliendo. Podemos ver el ejemplo de Pérez Reverte, el autor más prolífico de España, que ha sacado Falcó, Eva y ahora Los perros duros no bailan. Y creo que en octubre saca otra.
Lo que nos demuestra es que no se respeta la literatura, la han convertido en una máquina de hacer churros y es imposible que las obras sin tiempo de reposo, sin nuevas miradas, sin cuidarlas y sin reeditarlas tal vez hasta la locura vayan a tener una trascendencia en el tiempo.
La gente evidentemente no se plantea si lo que está aportando al mercado editorial es novedoso o interesante, se alimenta de su firma. En tiempos de mitomanía, que son los que vivimos ahora, la gente ya no se preocupa tanto por hacer una buena obra, no se descubre a sí misma en la obra, sino que se presenta a sí mismo en su firma y la obra es solamente un anexo.
Me da la sensación por toda la cantidad de envíos de editoriales que recibo al día que ahora se escriben libros como aquel que hace un TFM o como aquel que no lo hace, como Cristina Cifuentes. Hemos perdido ese poso, esa tranquilidad, ese respeto al texto, esa capacidad de borrar, y por supuesto creo que estamos huérfanos de buenas obras en general.
Se ha perdido la intención. Es tal la burbuja: publicar, publicar, publicar… gastar papel sin saber bien a dónde irán los tiros y sin saber muy bien qué queremos transmitir con este tipo de publicaciones… Ahora publica un libro hasta mi prima la del cuarto. Me cuesta mucho elegir ejemplos de autores españoles que realmente rompan en cada uno de sus trabajos. La gente adquiere una línea cómoda que funciona con un público poco exigente, con un lector absolutamente hastiado.
Yo creo que hay cosas que cualquiera con dos dedos de frente sabe qué tiene que cubrir en cualquier tipo de medio. Por ejemplo, si Fernando Savater saca un panfleto, dicho por él, sobre el separatismo, tú sabes que hay que cubrirlo, encima en un momento de auge.
Si Eduardo Mendoza saca algo sobre la crisis catalana, hay que leerlo porque son grandes autores y sobre todo porque están exentos de polvo, porque se están involucrando en el mapa actual. O Michael Wolff con la biografía no autorizada de Trump, donde cuenta todos los tejemanejes de los primeros meses en el poder; incluso Arcadi Espada hablando de Camps también es un tema que nos apela.
Te puede gustar más o menos el autor, pero creo que hay buenas firmas o firmas de peso que además se están preocupando en sacar temas que están sobre la mesa y que de alguna manera hay que tratar.
A mí lo que más me interesa es el ensayo, sobre todo, o algo que proponga una mirada nueva hacia algo que esté pasando en la actualidad (por ejemplo: Lo que esconde el agujero, de Analías Iglesias y Marta Zhein; o Tiran al maricón, de Brice Chamouleau). Hay algunas voces que no podemos obviar, pero cada día recibes tantos libros que van cogiendo polvo, uno sobre otro en la redacción y que no te despiertan ningún interés. Es una verdadera tristeza.
Alberto Olmos, crítico, escritor y editor: «Una buena obra hoy en día seguramente es aquella que vende mucho, que gusta mucho»
Se edita mucho más de lo que puede leerse. Yo no puedo leer ni el 30% de lo que me interesaría leer, dentro del 100% de los libros que se editan, digamos, pensando en un lector como yo. Y ese 100% quizá solo es, a su vez, el 30% de todo lo que se edita. Es imposible leer, en definitiva.
Hay libros que no deberían publicarse, lo que pasa que eso lo sabes luego, lo sabe el editor después, cuando no vende. Si publicas un libro que sabes malo pero te cubre los gastos de edición de todos los demás libros buenos de tu sello, haces muy bien. Pero si ese libro malo que parecía ir a dar mucho beneficio naufraga, entonces es fácil decir que no debía haberse publicado.
Creo que se publica mucho simplemente porque algo tiene que funcionar, ser leído; porque hay muchas formas de ver la buena literatura, y un buen editor no publica solo libros que le gustan a él, sino libros que quizá gusten a otros.
También se publica mucho por diversas sinergias y vicios del mercado editorial que tienen que ver con las distribuidoras y los pagos adelantados, o con los premios de patrocinio municipal, que no pueden quedar desiertos porque entonces el sello que lo organiza no cobra una parte del dinero que preveía cobrar.
Un autor joven, o inédito, no debe pensar si aporta algo; debe pensar que la literatura depende en exclusiva de ese libro que quiere publicar. Si pensáramos, antes de convertirnos en escritores, si estamos realmente a la altura de Homero o Woolf, pues no escribiría nadie.
Eso sí, una vez toma vuelo tu carrera, publicas cuatro o cinco libros, te das cuenta de la inutilidad de casi toda publicación, y yo creo que apuntas más alto, callas un poco, te metes en proyectos más complicados. Todo para no publicar enseguida.
De hecho, de tanto publicar uno puede acabar quemado, su firma ya no significa nada, pierde capital simbólico. Es algo que también ayuda a publicar menos: darte cuenta de que, para un lector virgen de tu obra, si tiene que enfrentarse a tus 30 títulos –por ejemplo–, no saber por dónde empezar acaba haciendo que desista de leerte.
Sobre un listado de condiciones que puedan hacernos pensar que un libro es un gran libro… Pues podría ser uno que innovara, que abriera un nuevo género, o lo pusiera de moda –El adversario, de Emmanuel Carrère, por ejemplo–; un libro que refleje la sociedad actual, que capte su esencia.
Pero si leo tus preguntas con cierto cinismo, creo que una buena obra hoy en día seguramente es aquella que vende mucho, que gusta mucho. Veo difícil, por ejemplo, entrar ahora en un manual de literatura de nuestro tiempo si no eres un autor que ha vendido mucho.
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De “La Voz del Amo”, de Stanislaw Lem (editorial Impedimenta):
«Soy incapaz de comprender por qué no se permite circular por las vías públicas a la gente que carece de carné de conducir y, sin embargo, es posible encontrar en los estantes de las librerías infinitos libros escritos por personas carentes de pudor alguno, por no hablar ya de conocimientos. La inflación de la palabra impresa se debe, seguramente, al incremento exponencial del número de personas que se dedican a escribir, pero también, en la misma medida, a la política editorial. En los albores de nuestra civilización, solo unos pocos elegidos, gente con una sólida formación, sabían leer y escribir. Este criterio siguió funcionando también después de la invención de la imprenta, y aunque no podía evitarse que de vez en cuando viera la luz la obra de algún necio, su número global no era tan desorbitado como en nuestros días. En la actualidad, la cantidad de porquería que inunda el mercado es tal que las publicaciones verdaderamente valiosas pasan desapercibidas, porque es más fácil encontrar un libro importante entre diez mediocres que mil entre un millón. Además, resulta cada vez más inevitable el fenómeno del pseudoplagio, que consiste en repetir no intencionadamente pensamientos que a uno le son ajenos y desconocidos».
De ‘El Libro Negro’ (1952), de Giovanni Papini:
Desde hace ya algún tiempo soy uno de los mayores accionistas de la Novel’s Company Ltd., y como estoy transitoriamente en Chicago quise visitar el laboratorio de la sociedad. Entre todos los productos presentados en papel impreso y ofrecidos al público, la novela es el más solicitado y el que más se vende, de modo que surgió en el cerebro de un joven amigo la idea de levantar una verdadera industria cuyo objetivo seria ofrecer a los consumidores, y en grandes cantidades, un material novelístico tipo standard. «La fantasía al servicio de la evasión», tal seria la fórmula básica de la Novel’s Company Ltd. La novela, que ha llegado a ser para muchas personas un producto de consumo diario y de primera necesidad, no podía ser dejada a la anticuada producción individual casi artesana, no podía quedar librada a la iniciativa privada. El establecimiento donde se fabrican en serie las novelas, se levanta junto a las orillas del lago Erie, y se compone de varios cuerpos distribuidos en un jardín, pabellones en los que se han instalado las diversas reparticiones. La división del trabajo se aplica aquí rigurosamente, y es la clave de la producción industrial en masa.
En uno de los pabellones trabajan los especialistas en paisajes agrestes y los de escenarios urbanos; en otro los que preparan las descripciones de interiores y de mobiliarios: desde la taberna negra hasta el castillo del multimillonario. En un tercer pabellón se afanan los creadores de tipos femeninos de toda clase y medida: aventureras de mediana categoría, vírgenes ricas y enamoradas, damas adúlteras, campesinas del Oeste, mulatas delincuentes y prostitutas fatales. En otro pabellón próximo se elaboran los tipos masculinos: los gángsters, los cowboys, los políticos, los bailarines profesionales, los conquistadores de salón y los aprovechadores de mujeres. Luego está el pabellón donde se inventan nuevas modalidades y formas de delitos e intrigantes alternativas tenebrosas; otro da cabida a los peritos en erotismo, en toda clase de inversiones y perversiones sexuales, los que son asesorados por médicos psicoanalistas y meretrices retiradas. No falta una biblioteca de novelas, de todos los tiempos y países, utilísima para las imitaciones y plagios; en ella un lingüista adscrito a la sección vocabularios sugiere a los obreros principiantes y menos expertos los términos de los diccionarios técnicos: el slang y el argot.
En el centro del parque se alza el edificio de la dirección central, donde un grupo de ajustadores bien pagados, utilizando las diversas partes proporcionadas por los repartos antes mencionados y unificándolas, elaboran novelas bien confeccionadas, de acuerdo a los módulos y especies preferidos por el gran público.
El director general, un viejo novelista que en tiempos pasados fue bastante popular en los Estados Unidos, me dijo que ahora la producción se orienta, por razones económicas, hacia dos tipos de novela: la Novela Venérea (con una juiciosa dosis pornográfica) y la Novela Criminal en dos subespecies: aquella en la que triunfan los delincuentes y aquella en que triunfan los policías. La Novela Sentimental y la Psicológica se hallan en el mercado en franco descenso, igual que la Histórica y la Social, y añadió:
“Nuestra producción media anda alrededor de unas doscientas novelas mensuales, pero esperamos aumentarla en el año próximo. Los obreros que se ocupan de la fabricación suman quinientos, en su mayor parte son jóvenes diplomados en las universidades, y también hay ex periodistas y literatos fracasados. Pero no faltan mujeres, quienes han demostrado ser trabajadoras diligentes e incansables. Naturalmente, tenemos una grandiosa tipografía dotada de máquinas modernísimas, y una oficina comercial que por medio de agentes y representantes distribuye nuestras novelas haciéndolas llegar hasta los lugares más remotos del país. Nuestros productos standard han conquistado millones de lectores porque corresponden al tipo promedio de los gustos. Sumadas en total, nuestras tiradas anuales ascienden a varios millones de ejemplares, nuestro éxito es inmenso y seguro, la ganancia comienza a ser activa. En la próxima asamblea de accionistas podremos proponer un dividendo del 12 por 100”.
Salí muy satisfecho de la fábrica Novel’s Company Ltd. El negocio se desenvuelve de una manera inmejorable y estoy satisfecho por no haber invertido mal mis dólares.
Stanislaw Lem, ‘Perycalipsis’ (de su libro ‘Vacío Perfecto’):
Hay que organizar con urgencia el Humanity Salvation Found, el Fondo para la Salvación de la Humanidad, con un capital de dieciséis billones paridad oro, con una tasa de interés del 4 % anual. El dinero del Fondo servirá para pagar a todos los creadores: inventores, científicos, técnicos, pintores, escritores, poetas, dramaturgos, filósofos y proyectistas, según las normas que siguen: quien no escribe nada, no proyecta, no pinta, no patenta ni propone nada, cobra una remuneración vitalicia de 36.000 dólares al año. Quien practica una de las actividades arriba mencionadas, recibe proporcionalmente menos.
Perycalypsis contiene un índice tabular completo de descuentos para todas las formas de la creación. Quien haga un invento o edite dos libros al año, pierde todo derecho a cobrar. Si aumentamos la producción anual a tres títulos, en vez de cobrar, debemos pagar al Fondo una suma prevista. Gracias a este sistema, sólo cometerá un acto de creación un verdadero altruista, un asceta del espíritu que ama al prójimo y no a sí mismo, deteniéndose automáticamente la producción de la basura que se vende ahora. Joachim Fersengeld conoce la cuestión por propia experiencia, ya que él mismo costeó (perdiendo dinero) la edición de su Perycalypsis. Por tanto, sabe que la falta total de rentabilidad no determina la liquidación total de toda la creación.
No obstante, el egoísmo se manifiesta tanto en la avidez de peculio cuanto en la de la fama; para quitarla de en medio, el Programa de Salvación instaura el anonimato estricto de los creadores. Para impedir que las solicitudes de remuneración de las personas desprovistas de talento obtengan el visto bueno, el Fondo examinará, por medio de los órganos adecuados, las cualificaciones de los candidatos. El valor meritorio de las obras que éstos presenten no tiene la menor importancia. Lo único que será tomado en cuenta será su valor comercial, o sea, sus posibilidades de venta. Si el resultado del examen es positivo, la pensión se adjudica al instante. Para el caso de una actividad creadora clandestina se establece un sistema de castigos y represiones, incluyendo demandas judiciales entabladas por un organismo especial de Control de Emergencia. Se instituye igualmente un cuerpo nuevo de policía, los llamados Patinantes (Patrullas de Investigación Anticreativas). De acuerdo con el código penal, aquel que clandestinamente escribiera, difundiera, sugiriera e incluso señalara disimuladamente al público cualquier fruto de la creación, deseando obtener gracias a este procedimiento lucro o renombre, sufrirá el castigo de incomunicación, trabajos forzados y, si reincide, el de reclusión en una mazmorra con cama de piedra y azotes en cada aniversario de la comisión de su delito. Por introducir de contrabando en el área de la sociedad ideas cuya trágica influencia sobre la vida pueda compararse con la plaga del automóvil, el cinematógrafo, la televisión, etc., se prevén castigos duros (que pueden llegar incluso a la pena capital), la deshonra en la picota y la obligación a perpetuidad de usar el propio invento. Son también delitos todos los intentos de susodicho contrabando; en caso de premeditación, se recurre a una estampación vergonzante en la frente del delincuente, hecha con tintas indelebles, que reza: «Enemigo del Hombre». En cambio, no se considera delito la grafomanía pura, sin pretensiones de lucro. En cualquier caso, las personas sujetas a esta tara son aisladas de la sociedad por ser peligrosas para el orden, e ingresadas en instituciones cerradas, suministrándoseles, por motivos humanitarios, grandes cantidades de tinta y papel.
Ni que decir tiene que la cultura mundial no sólo no sufrirá menoscabo por culpa de esta reglamentación, sino, por el contrario, empezará a florecer. La humanidad volverá a las grandes obras de su historia, ya que la cantidad de esculturas, cuadros, dramas, novelas, aparatos y máquinas es en este momento suficiente para las necesidades de varios siglos. A nadie se le prohibirá tampoco que se dedique a los llamados descubrimientos que hacen época, a condición que no los pregone.
Después de haber regulado así la cuestión, es decir, después de haber salvado a la humanidad, Joachim Fersengeld pasa al último problema pendiente: ¿qué debe hacerse con el monstruoso alud de cosas que ya existen? Fersengeld, hombre de un valor cívico extraordinario, dice: todo lo que ha sido creado hasta ahora en el siglo xx no vale nada, aunque contenga alguna que otra joya del arte o el intelecto, ya que, hecho un balance definitivo, no habrá manera humana de encontrar esas joyas en el océano de basura. Por lo tanto, postula la destrucción global de todo lo que ha sido creado: películas, revistas ilustradas, postales, partituras, libros, trabajos científicos, periódicos, siendo esta limpieza de los establos de Augias lo único que corresponde a los «Debe» y «Haber» históricos del balance de la humanidad. (…) Joachim Fersengeld subraya que conoce muy bien la infamia de la quema de libros y bibliotecas enteras. Pero los autos de fe organizados en el transcurso de la historia eran infames porque eran retrógrados. Todo depende de la posición desde la cual se ordene la quema. El propone un auto de fe curativo, progresista y salvador, y, puesto que Joachim Fersengeld es un profeta consecuente hasta el extremo, aconseja en su último párrafo que en primer lugar sea destrozada y quemada su propia profecía.
Yo no creo ni en la figura del editor ni en la del librero. Me parecen anacrónicas ambas.
Lo único que hace falta es alguien que escriba y alguien que quiera leer.
Cuando una persona se pone a escribir un libro lo hace porque quiere contar algo y es ese deseo el que debe trascender y llegar puro al lector.
Las editoriales tienen el capital y la decisión para decir «tu sí, tú no». Muchas veces deforman el mensaje del autor y le acaban transformando en otra cosa.
Coincido con el análisis del problema de las grandes editoras. La economía obliga a las empresas a que entre dinero todos los meses y las que tienen capacidad para presionar a los distribuidores lo hacen. Los vicios y la burocracia del sistema también están presentes.
Un librero te da una opinión, pero sus gustos no tienen que coincidir con los míos. En internet puedes ver una decena de reseñas en lo que tardas en hablar con el librero. Obviamente en internet hay sites de calidad y otros que sólo buscan el click, como también hay libreros malos, pero en internet el filtrado es más efectivo.
En fin, que el exceso de producción literaria es un mal más del capitalismo y está en manos de las grandes editoras que saturan el mercado para dificultar el acceso al mercado a nuevos competidores.
Desde el punto de vista del lector nunca puede saturarse un mercado mientras haya buen material para leer. Pero desde el punto de vista comercial y de los escritores, hace ya mucho tiempo que se saturó, lo que no implica que en un mercado cultural (incluyo música) saturado, la gente tiende a comprar principalmente a escritores/as consagrados/as.
Todos los autores están de acuerdo en que habría que hacer listas de obras publicables y excluir a las que no lo son. Los baremos de esas listas son irrelevantes, con tal de que cumplan una condición: las obras de dicho autor deben formar parte de la lista en cuestión. En cuanto al resto de autores, ya se verá.
Todos los autores están de acuerdo en que habría que hacer listas de obras publicables y excluir a las que no lo son. Los baremos de esas listas son irrelevantes, con tal de que cumplan una condición: las obras de dicho autor deben formar parte de la lista en cuestión. En cuanto al resto de autores, ya se verá.
Pues la verdad, estoy muy de acuerdo con lo que han publicado… Hoy en día se publica cualquier basura, ojo, no es que yo sea un gran escritor, ni siquiera uno bueno… Pero es por el simple hecho de a la autocrítica, lo que evita que terminemos, algunos que conozco por lo menos, cualquier basura que producimos de buenas a primeras. Sin embargo, creo que esto forma parte ya de la cultura del escritor, es decir, esa necesidad de trascender, de aportar algo a la literatura, a esos pequeños estantes, que nadie antes ha hecho… Sin duda, esto es un problema cultural del escritor.
Estoy completamente de acuerdo con el artículo, e incluso voy más allá:
No hay ninguna relación entre la calidad, o la mediocridad, o la importancia de una obra literaria, y sus ventas. Las ventas de un libro, sean cuantiosas o escasas, no tienen nada que ver con su valor literario, muy a menudo es incluso inversamente proporcional. Siempre me ha resultado incomprensible por injusta esta relación entre la excelencia o la nulidad de una obra literaria y el número de sus lectores, pero si bien puedo llegar a explicármela porque de ciertos lectores es verdad que una ya no espera nada, hay dos cuestiones que aún entiendo mucho menos: que determinadas novelas ensalzadas por críticos supuestamente entendidos figuren entre “lo mejor del año” y el vergonzoso nivel de exigencia que demuestran muchos autores cuando escriben y dan por buenas las novelas que regurgitan o incluso cuando valoran a sus colegas de profesión. Ya ni siquiera es por una mínima calidad literaria. Es una cuestión de dignidad y de orgullo. Que algo tan evidente y objetivamente malo pueda ser defendido por los críticos da una idea de la falsedad del tinglado literario de este país y del poco pudor que tienen muchos en firmar con su nombre semejantes bodrios.