Misión: infiltrar 20.000 memorias USB en Corea del Norte para cambiar la sociedad

14 de abril de 2016
14 de abril de 2016
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En El arte de la guerra, su influyente tratado de estrategia militar, el general de la antigua China Sun Tzu escribía que «toda guerra se basa en el engaño». En la Antigua Grecia, esa estrategia adoptó la forma de un caballo de madera obsequiado al pueblo de Troya. Durante la Segunda Guerra Mundial se usaban transmisiones radiofónicas falsas y tanques de mentira, en una suerte de truco de magia, para apuntar falsamente la existencia de una invasión aliada en las playa de Normandía.

Si Sun Tzu viviera hoy en día, sin duda recurriría a las memorias USB para infiltrarse tras las líneas enemigas. Pero ¿qué deberían albergar en sus entrañas esas memorias USB? Según la organización fundada en Silicon Valley, Forum280, que ha lanzado recientemente la campaña de Flashdrives for Freedom, basta con series y películas occidentales.

Guerra cultural

Las guerras actuales apenas se libran ya con fusiles y cuchillos. Más que nunca, lo importante son los memes, los bits, la información. En la contienda entre el gobierno sirio y las fuerzas rebeldes, por ejemplo, la web de la agencia de noticias Reuters fue manipulada para difundir la noticia falsa de que los rebeldes habían sido derrotados en Alepo.

Pero si queremos evitar la contienda sucia, quizás la guerra más honesta a la que podemos jugar sea la cultural. Esta es nuestra cultura, comparad y escoged. O, al menos, tened perspectivas diferentes.

La fina línea entre cultura y propaganda de la misma es muy difusa. Según Freedom House, una ONG creada para defender la democracia y los derechos humanos, al menos 22 gobiernos del planeta usan las redes sociales para generar propaganda. Por ejemplo, en junio de 2011, se desveló que el Mando Central de Estados Unidos había pagado una suma millonaria para formar a soldados que manipularan conversaciones online y difundieran puntos de vista proamericanos allende las fronteras. Estos soldados eran capaces de hablar en árabe, farsi, urdu y pashto.

Sin embargo, cuando interactuamos con culturas profundamente aisladas o desinformadas, no es necesario recurrir a estrategias manipuladoras. Es suficiente con derribar los diques de contención y que la información fluya libremente. La mayoría de países del mundo ejercen en algún grado una censura tanto interior como exterior. En Arabia Saudí, cientos de miles de páginas web son censuradas por motivos políticos, religiosos o sociales. Tal y como explica el experto Marc Goodman en su libro Los delitos del futuro: «En los Emiratos Árabes Unidos, el gobierno ha bloqueado todo acceso al dominio .il, de Israel, borrando con ello la existencia del Estado judío en el mundo virtual».

Sin embargo, uno de los países donde la opacidad resulta más tenebrosa es Corea del Norte.

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El país sin libros

El caso contemporáneo más parecido de veneración por lo que un dictador escribe, quizá sea el que ocurre en el reducto comunista de Corea del Norte. La Corporación de Correos y Telecomunicaciones de Corea del Norte bloquea el acceso a Facebook, YouTube o Twitter. Casi nadie tiene acceso a internet: en 2014 había 1.024 direcciones IP.

Dado el secretismo del país, se han originado muchas suposiciones que no sabemos hasta qué punto son ciertas. Una de las más delirantes habla de una biblioteca en la que han sido expurgados toda clase de libros que puedan hacer pensar a sus habitantes o que amenacen sus esquemas de vida. Por si este control bibliográfico no fuera su suficiente, la mayoría del fondo de la biblioteca sólo pertenece a un mismo autor. El líder Kim Jon Il. Porque Kim Jon Il no ha escrito un solo libro con el que aburrir a su pueblo, sino nada menos que 18.000. Más de 18.000 libros escritos por su propio puño y letra. Tal y como explico en el libro 300 lugares de verdad que parecen de mentira:

Este escenario surrealista sería muy apropiado para desarrollar una idea para una novela. Imaginad que, por error, se cuela en el monotemático fondo bibliográfico de la biblioteca de Pyonyang uno de tantos libros prohibidos, tipo 1894 de Orwell o El castillo de Kafka. Un usuario de la biblioteca accede casualmente a la obra. La lee en cuatro ocasiones. Gracias a lo que allí descubre, empieza a contaminar con sus nuevas ideas las cabezas de sus familiares y amigos. En poco tiempo, gracias a las propiedades de diseminación de las ideas, los rumores y los chistes malos, finalmente se inicia una revolución contra el régimen y Corea del Norte se descompone por completo. Como si el libro hubiera obrado igual que un virus. Como un arma mucho más poderosa que todo el armamento nuclear del que dispone Corea del Norte.

Algo similar han pensado desde la ONG con la que nos hemos puesto en contacto y que pretende bombardear Corea del Norte con 20.000 memorias de USB repletas de series y películas occidentales, así como páginas de la Wikipedia. Es algo así como enviarles un puñado de cerebros de un planeta extraterrestre. Más si tenemos en cuenta que la capacidad de memoria de un cerebro humano posee, según estimaciones recientes de investigadores del Salk Institute, 4,7 bits por neurona del hipocampo. Es decir, cada cerebro guarda un petabyte de información. 1015 bytes. Con un disco duro de 15 terabytes almacenaríamos 1012 bytes.

Forum280, con su campaña Flashdrives for Freedom, quiere infiltrar mediante contrabando estos cerebros con forma de USB para que los norcoreanos abran los ojos. Occidente no es ejemplo de nada, tal vez, pero al menos todos tenemos derecho a conocer cómo son las cosas al otro lado del muro. Quizás sea la única oportunidad de que el pueblo inicie una lucha interna contra la dictadura y cesen las amenazas nucleares.

Actualmente Forum280 se encuentra pidiendo a los estadounidenses que donen memorias USB para la causa, algo que pueden hacer a través de su página web. «Puedes participar simplemente mediante el envío de una unidad USB a Palo Alto, y te ayudaremos a hacerlo llegar a Corea del Norte», dice director de estrategia de la HRF Alex Gladstein. Y según me cuenta Trevor Cornwell, cofundador de esta ONG, el contenido de las USB es seleccionado por la ONG, como Friends o Mujeres desesperadas.

Para hacer llegar las memorias, las estrategias van desde fijarlas a globos que floten desde Corea del Sur hasta ocultar las unidades USB en bodegas de carga de los camiones que pasan por la frontera Norte con China. Cada unidad infiltrada supone, pues, un coste en forma de viaje, sobornos e incluso escoger con desertores las películas más eficaces para la apertura de las mentes de Corea del Norte.

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¿Realmente ver una película cambia tanto la mente?

No es la primera vez que alguien planifica esta clase de acciones e introduce contenido audiovisual en Corea del Norte mediante contrabando. Una organización llamada North Korea Strategy Center, fundada por Kang Chol-hwan, también se ha dedicado a introducir series y películas en los dispositivos de los norcoreanos.

Pero ¿es efectivo mostrar una simple serie o película para cambiar una cultura? Parece que sí, sobre todo para los ciudadanos que no están dispuestos a leer un sesudo libro sobre política.

De hecho, la televisión fue el elemento decisivo que permitió que las mujeres indias empezaran a reclamar sus derechos como mujer y un trato más igualitario respecto a los hombres.

Entre 2001 y 2006, gracias a la llegada de la televisión por cable, hubo un progresivo desembarco de memes de otros países más avanzados en lo relativo a los derechos de la mujer. Los economistas norteamericanos Emily Ester y Robert Jensen demostraron en un estudio cómo el avance de la televisión por cable en las poblaciones rurales las cambiaba para siempre: empezaron a tener una tasa de natalidad más baja y tendieron a mantener escolarizadas a sus hijas. Tal y como explican en el libro Superfreakonomics Dubner y Levitt:

Resultó que las mujeres que habían adquirido televisión por cable estaban significativamente menos dispuestas a tolerar los malos tratos conyugales, era menos probable que admitieran tener preferencia por los hijos varones y tenían más tendencia a la autonomía personal. (…) ¿Se volvieron más autónomas las mujeres indias después de ver imágenes cosmopolitas en sus televisores: mujeres que se vestían como querían, que manejaban dinero propio y a las que no se trataba como una propiedad ni como máquinas de procrear?

Una de las imágenes más icónicas de nuestra ideología de mundo abierto es la caída del muro de Berlín. Pero lo que podría haber sido una oportunidad para consolidar la libertad de circulación, de asociación, y la oportunidad de que cristalizaran los derechos humanos globales, en realidad se convirtió en un símbolo del triunfo del capitalismo sobre el comunismo.

A día de hoy, la noción de un mundo sin muros a menudo se enmarca en términos de flujos comerciales. Tal vez Mujeres desesperadas o Friends no son los mejores referentes culturales en los que sustentar un mundo informado y crítico, y tampoco un elemento subversivo totalmente eficaz, pero al menos es un primer paso para ver que hay algo más que tu propio ombligo. Y, mientras, nos echamos unas risas.

 

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