La mujer de la limpieza abre una de las puertas laterales del teatro y su cara se desencaja. Atraviesa el espacio circular de El Mercat de les Flors en Barcelona y lo hace en cámara lenta: es un caracol boquiabierto que arrastra su escoba en una mano y gira el cuello a derecha e izquierda para reconocer lo que ven sus ojos.
Son las siete de la mañana de un jueves tórrido y a su alrededor hay una estampa inusual. Más de doscientas personas bailan agitadas en el teatro municipal. Bailan con énfasis y con alegría. El centro del recinto es un hervidero de tops, abanicos y brillantina. Hay turbantes, mallas de leopardo y muchas coronas de flores. La mujer de la bata azul atraviesa la muchedumbre y transparenta en su cabeza la duda: ¿Son hippies? ¿Van drogados? ¿Es esto un after?
Pero ni una cosa ni la otra, ni la tercera. Esto es la Morning Gloryville, una «superfiesta sin alcohol ni drogas» que quiere invertir la costumbre. Quiere que la gente mueva las carnes desde temprano para, luego, trabajar con más energía. De la cama a la rave del futuro y, luego, al curro. A su propuesta le llaman before party o gimnasio poético y sirve –dicen– para activar la creatividad danzando.
La génesis del experimento no tiene mucha historia: dos años. La primera Morning Gloryville se lanzó en 2013 en Londres y fue un bombazo. Enseguida aparecieron en la BBC, en el diario The Guardian y en cientos de portales de internet. Y casi al mismo tiempo, Charela Díaz, en Barcelona, pensaba en cómo crear un evento que rompiera con los tópicos del ocio, en generar algo inconcebible para nuestra cultura nocturna: una fiesta que empezara a pleno sol.
«Nos pusimos en contacto con los organizadores en Londres, con Samantha Moyo y con Nico Thoemmes. Y fue un flechazo total», dice Díaz en la puerta del teatro, mientras sujeta en su cabeza un tocado tropical, un recogido rematado de peras, piñas y manzanas de plástico. «Ellos tenían ganas de exportar el modelo a otras ciudades. De hecho, ahora se celebra en Nueva York, Amsterdam o Tokyo, 23 ciudades en total. Entonces enseguida empezamos a preparar la Barcelona Morning Gloryville. La tuvimos lista en junio de 2014. Hoy celebramos la sexta edición».
Sentada sobre el cemento, la organizadora de la fiesta sonríe y su expresión es una mezcla onírica de cansancio, regocijo y calor. Cansancio, sobre todo, porque dice Díaz que organizar algo en Barcelona es «u-na-pe-sa-di-lla». En la capital catalana es larga la lista de trabas burocráticas a la hora de montar un jolgorio con ruido.
Pero la Barcelona Morning Gloryville superó todos los palos en las ruedas. Ahora son las nueve de la mañana y dentro, sigue el sarao. Hoy, entre bailarines, familias, proletarios, artistas y aventureros, el pecado es estar triste. En la pista resuena la electrónica de los dj’s locales e internacionales ‘de primera línea’: Andyloop (un peso pesado en la escena Global Beat), Charlie Chuckles (regular en las Morning Gloryville londinenses), la dj argentina Sonido Tupinamba (sixties, disco, ritmos tropicales y bizarrismo) y Playless (residente en la sala de Barcelona Razzmatazz).
A apenas un metro de los platos está el consultorio de la Doctora Amor, que en realidad es Laura Gil, una psicóloga de 27 años y ojos colosales. Ella atiende a todo aquél que necesite supervisión en materia sentimental (un gay con un amigo incomprensivo, una hija y sus desavenencias con el progenitor). Y durante las cuatro horas la silla de esta clínica móvil del corazón no tendrá descanso.
Más allá, hay un grupo contorneándose con hula hoops, un puesto de zumos naturales para los sedientos (la licuadora mezcla naranja, sandía, jengibre y espinaca), un rincón donde retratan mariposas multicolores en la piel, y un espacio destinado al relax: tres masajistas atienden por orden de llegada para destensar al personal. Anna, una terapeuta portuguesa, hace masaje craneosacral. Bebe agua: lleva tres horas y media con las manos en movimiento.
Las puertas abrieron mucho antes, a las seis y media de la mañana, para empezar con una meditación grupal. Y a las siete –antes de la electrónica– ya resonaba desde afuera Juan Luis Guerra mientras los rezagados iban llegando. En la cola había de todo: una pareja de treintañeros con una niña de cara somnolienta, tres extranjeros con desparpajo y camisas de flores, y también Marta y Sonia.
Las dos amigas salieron del metro de Barcelona a las siete con los ojos todavía hinchados.
–Yo necesito un café –dijo una.
–¿No es raro tomar café antes de una fiesta natural? –respondió la otra, casi en broma.
Para Laura también es su primera vez. Viene de Tarragona y tuvo que levantarse antes aún, a las tres y media de la mañana. La convenció una amiga y ella «está encantada». Elena y Roberta, no tanto. Son dos italianas que viven en Barcelona y que ahora se fuman un cigarro bajo el sol que empieza a achicharrar. Ambas coinciden: los 15 euros de entrada (10 en venta anticipada) «son excesivos».
«Una discoteca normal obtiene entre el 80% y el 100% de los beneficios a partir del alcohol y hay veces que ni cobran entrada, porque luego lo compensan con las copas. Nosotros no», defiende Díaz, que incluye en el precio de la Morning Gloryville la clase de yoga, el servicio de las masajistas y la psicóloga. Y los DJ «de calidad».
La organizadora habla también del apoyo de los early-adopters, el término que define a los primeros en probar los productos o servicios más novedosos. «Con la compra del ticket das apoyo a esta iniciativa», que se basa en dos pilares: no hay drogas ni alcohol («ya está bien de meternos tanta porquería») y empieza con el día.
En el Mediterráneo, el reloj es un pedal de freno para esta concepción saludable de la fiesta: aquí, las seis y media de la mañana todavía es medianoche. En la clasificación de alondra o búho (los más diurnos o los que despegan con la nocturnidad), los españoles ganaríamos por goleada: sin duda, nos va la noche.
Por eso recomiendan ir en grupo. Quedar con los amigos o los compañeros de oficina es el antídoto ideal contra las sábanas. Al fin y al cabo la propuesta vale la pena: vaciarse de todo para convertirse, luego, en un trabajador feliz.
(Habrá más).
Fotos: Luca Aimi
La fiesta para llegar contento al trabajo
