El poeta Lord Byron acudía a las orillas de la ciudad de Ginebra en busca de inspiración. En el lago Lemán encontró una villa donde se iba a escribir y a disfrutar de la naturaleza. Pensaba que junto a un lago, donde salir a pescar, y bajo unas montañas, donde le gustaba montar a caballo, sus poemas brotarían con más fuerza.
Desde 1816 hasta hoy hay cosas que no han cambiado. A unos pasos de una casa o un hotel de la ciudad suiza de Ginebra puedes hacer deportes acuáticos y salir a pescar, en un bote y con una caña, para poner una perca o una trucha alpina en el plato de tu cena. Eso mismo hacen muchos restaurantes: toman sus peces de un lago lleno de cisnes y patos.
Haz actividades deportivas cerca de la ciudad
Bastan unos minutos para ascender a las montañas. Un funicular lleva a la cima de la región de Ginebra. Muchos hacen parapente y otros deportes de altura; otros organizan pícnis y barbacoas; algunos acuden para hacer senderismo y otros aprovechan el entorno para dibujar.
Eso hizo la ilustradora Gemma Capdevila, cuando el pasado mes de mayo, recorrió la naturaleza suiza junto al dibujante Pablo Burgueño, la videoartista Jade de Robles y el fotógrafo Álvaro Sanz. Ahí empezaba su viaje por los lagos y las cumbres de este país con el fin de descubrir cómo, en Suiza, podían escapar unos días del ruido y el ajetreo de la ciudad.
Degusta vinos en viñedos declarados Patrimonio de la Humanidad
En las orillas del mismo Lago Lemán, a una hora en tren desde Ginebra, están las terrazas de viñedos de Lavaux. Dicen que es ahí donde mejor crecen las viñas porque hay tres soles que les dan calor. Uno es el que se refleja desde el lago; otro, el que desprenden los muros de piedra, y el último, el propio sol, desde el cielo.
Este lugar de la región de Vaud, donde nacen los vinos Grands Crus de Suiza, es Patrimonio de la humanidad. Así lo declaró la UNESCO en 2007 porque esas terrazas son una joya arquitectónica creada solo por el trabajo de cientos de personas. Hoy resultaría imposible construir así, según los productores de vino de la zona. Sería demasiado duro y costoso organizar estos bancales, piedra a piedra, como lo hicieron ellos, por las más de 800 hectáreas que ocupan.
Este paisaje que hoy conservan como una reliquia del pasado data del siglo XII. Así lo configuraron los monjes de las órdenes cisterciense y benedictina cuando construyeron las terrazas frente a las montañas para producir el mejor vino suizo. Y así permanece hoy, con sus bodegas, sus pueblos de sabor centenario y un olor a viña que tampoco debe distar mucho del que hubo allí cuando en la orilla del lago se acumulaban decenas de monasterios.
Viaja al pasado en barco
Por el lago Lemán navegan cada día barcos de la Belle époque. De aquel tiempo de euforia y avance tecnológico, a finales del siglo XIX y principios del XX, quedan bellísimas embarcaciones que recorren el lago más grande de Europa con maquinarias de vapor que viven de espaldas al paso de los años.
Estos motores majestuosos apenas han cambiado su funcionamiento en más de un siglo. En el brillo de sus piezas puedes sentir la fe en el progreso que tenían entonces, cuando la General Navigation Company echó sus primeros barcos al agua en 1873. Poco dista el paisaje y el espíritu de la región del que vieron Victor Hugo o Charles Chaplin. Quizá lo más notorio es que ha desaparecido el olor a carbón cuando bajas a la sala de máquinas. La brisa, en cambio, en lo alto del barco, donde el capitán dirige la ruta, es muy similar.
Lavaux fue un destino al que acudieron grandes genios porque pensaban que allí, en un golpe de viento, era fácil encontrar la inspiración. Y su estela permanece, porque la casa donde vivió Chaplin, en Corsier-sur-Vevey, está abierta al público como un museo para conocer mejor al personaje y su obra.
En otras localidades cercanas al Chaplín’s World se celebran festivales de cultura, arte y música por el legado que dejaron allí decenas de escritores y artistas.
Asciende a una de las cumbres más altas de Europa
Olvídate del coche y las carreteras sinuosas. Para llegar a la cumbre del Jungfrau, a 3.454 metros de altura, hay un tren desde el que puedes contemplar cómo ascienden las laderas de las montañas. Ningún tren llega tan alto en Europa.
Allí, desde sus plataformas, puedes contemplar un paisaje inusual. Nieve, picos, nubes, rocas. Eso era lo que buscaban muchos investigadores, poetas y pintores del XIX; eso fue lo que movió a varios ingenieros, en 1869, a planear una obra de ingeniería monumental que desafiara a las pendientes y las tierras escarpadas para llegar a uno de los picos más altos de Europa.
Pensaron en atravesar las montañas, viajar en cabinas colgados de un cable y, al final, se impuso el tren. En 1912 se estrenó la línea de ferrocarril que desde entonces sigue llevando viajeros al Jungfrau.
Tan solo han cambiado los vagones de los trenes cremallera. Se llaman así porque, para ascender por cuestas tan inclinadas, están dotados de un sistema que impide que se deslicen hacia atrás.
Las vistas, desde la ventanilla, permanecen intactas, y los caminos de nieve continúan tan despoblados como estuvieron siempre. Solo intuirás el siglo XXI al llegar a la cima, porque ahí encontrarás un par de restaurantes, unas grutas de hielo, una tienda inmensa de chocolates y un bar donde la barra, el suelo y el techo están tan congeladas como los cubitos del whisky.
Prueba sabores desconocidos
En la montaña la leche no sabe a leche. Sabe mejor. En las laderas de Interlaken hay granjas donde podrás tomar un desayuno de montaña compuesto por pan de leche recién horneado, mantequilla alpina, queso artesanal, leche recién ordeñada y un par de huevos fritos con patatas. A lo grande.
Verás cómo viven los granjeros y te explicarán cómo ordenan su vida en función de la naturaleza. Allí el tiempo tiene otro significado. Las cosechas, los pastos y la altura a la que deben estar las vacas determinan la agenda de todo el año.
En la ganadería dependen del tiempo, del frío y del sol. Y las horas también son distintas. Allí amanece muy pronto. Antes incluso de que asome la luz y antes de que los pájaros, orquestados, canten a toda voz.
En estas granjas te presentarán a sus animales, que tienen nombre, como las personas. Y podrás conocer a la vaca que ha puesto su leche en la mesa del desayuno.
Camina para despertar tu pensamiento
En las colinas de Interlaken tienes cientos de kilómetros para caminar, hacer trekking o senderismo. Dicen que andar por la naturaleza es una forma de meditar. De la desconexión del ruido y la ciudad surge el contacto con tu interior y con pensamientos que el ajetreo del día a día esconden dentro de tu mente.
Muchos pensadores salían al bosque en busca de ideas. Lo hicieron Kant, Marcel Proust, Walter Benjamin, Rousseau, Thoreau o Nietzsche. El filósofo alemán escribió en La gaya ciencia: «No somos de esos que solo rodeados de libros, inspirado por libros, llegan a pensar. Estamos acostumbrados a pensar al aire libre, caminando, saltando, subiendo, bailando, de preferencia en montañas solitarias o a la orilla del mar, donde hasta los caminos se ponen pensativos».
Desde los páramos de Lombachalp salen decenas de rutas para recorrer las montañas. n estos caminos, bien definidos y delimitados para salvar a las especies que viven allí, no hay más ruido que el de la naturaleza. Apenas verás algunas granjas y quizá al guarda forestal.
Meriéndate tu propio paseo por el campo
En el campo de Friburgo yacen manjares de flores. Muchas de las plantas silvestres de estos montes son comestibles. En un paseo con un guía que conozca la flora del lugar, puedes recoger algunas de ellas y preparar un pesto para extender sobre una tostada.
De las plantas sale el pesto y, encima, puedes colocar flores de todos los colores. Podrás comer incluso ortigas. El guía te enseñará cómo prepararlas.
Y aunque al principio sorprende, al probar la primera tapa, descubrirás que es más delicioso de lo que imaginabas. No todo va a ser lechuga. También puedes comer «un jardín sobre pan».
Descubre la paciencia que hay detrás de la artesanía
El día empieza a las 4.30 de la mañana en una de las casas donde hacen queso alpino artesanal. Después del invierno, cuando ha desaparecido la nieve, comienza la temporada en la que cada día producirán los quesos de todo el año siguiente.
Puedes ver cómo lo hacen y desayunar con ellos exquisiteces como la crema doble que surge durante el proceso y que en la montaña sabe mucho mejor que en el supermercado. También hacen con ella un potaje alpino totalmente inusual para un urbanita.
Muy interesante y emocionante
He estado en circuito por allí. .
Pena volver..
Muy interesante, desde luego. Añadir que en Interlaken también tienen su propio whisky, macerado en los hielos eternos. Es una gente muy hospitalaria y tranquila.