Ni ruso ni gay

10 de febrero de 2014
10 de febrero de 2014
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A lo mejor me falla la memoria (o a España le fallaba la nieve) pero hasta no hace mucho el gran acontecimiento deportivo eran las Olimpiadas, con mayúsculas, cada cuatro años. Seguidas en importancia por los mundiales de fútbol, también cada cuatro años. Así el hambre del pueblo por ver a sus gladiadores combatir con el resto del mundo se saciaba cada veinticuatro meses. (Opinión)

Me cansa la polémica que salpica hasta las colas de la pescadería en el mercado del barrio, pero mezclar deporte y opciones sexuales es algo tan surrealista como celebrar un mundial de fútbol en Qatar en 2022… El tiempo pasa volando, y ya verán la que se va a liar si Alá no lo remedia.

El doodle de Google hizo un simpático guiño a este asunto el día de la inauguración; y el chiste de el diario El Mundo, firmado por el gran Ricardo, también iba por ahí; y así hasta el infinito.

Los Juegos de Invierno no son nuevos, se remontan a principios del siglo pasado, pero desde que el COI decidió desdoblar las Olimpiadas en dos (Invierno y Verano) en 1994, el crecimiento de su protagonismo es exponencial. Nadie habría sospechado que los “Juegos Olímpicos de Invierno” se pudieran equiparar a las Olimpiadas de Munich, Los Angeles, Moscú o Barcelona. Hasta hoy.

A este paso, pronto asistiremos a los “Juegos Olímpicos de Primavera“, después a los “Juegos Olímpicos de Mayo”, y así hasta que tengamos un evento planetario deportivo cada día ¿por qué no? Todo obedece a las negociaciones del mercado audiovisual, las licencias de emisión de la competición, los patrocinios y otros factores que nada tienen que ver con un supuesto apetito de la audiencia por tragarse todos los años una verdadera sobredosis catódico – deportiva. Entiendo y respeto el genuino entusiasmo de los atletas, aunque sea en disciplinas tan exóticas como el luge mixto, el esquí de medio tubo, el bobsleigh o el biatlón de relevos.

Bien es cierto que ello podría ir en detrimento de la hegemonía y omnipresencia del fútbol en los medios, cosa por la que este cronista brindaría con champán, pero mucho me temo que se las apañarán para que se sigan emitiendo el mismo número de partidos que de pruebas de slalom paralelo en snowboard.

Y volviendo al título, y para evitar malentendidos entre los países organizadores, el público y los deportistas, quizá se podría diversificar la oferta. Imaginen unos Juegos Olímpicos Homosexuales de Otoño, con el previsible boicot de las naciones “machotas”, como Rusia, Irán, Venezuela, India o Mexico (y toda África en bloque). Las Olimpiadas Lésbicas Mediterráneas, el Campeonato Hetero de Lanzamiento de Jabalina o el Torneo de Ajedrez Trans también podrían ser opciones válidas en ese nuevo escenario, más plural pero más segregado.

No soy ruso ni gay, pero no tendría ningún problema en que mi pasaporte hubiera sido expedido en San Petersburgo, o en frecuentar las saunas de Barcelona, o en ambas cosas. Apuesto a que hay muchos Vladimires, Boris y Tanias en el armario y en los vestuarios; de lo contrario no se tomarían todo este asunto tan a pecho. Todavía no han digerido que uno de los compositores más grandes de todos los tiempos, Tchaikovsky, fuera ruso y homosexual.

A ellos especialmente, y a todos los lectores en general, les recomiendo escuchar El lago de los cisnes, La bella durmiente o El cascanueces mientras ven en la tele del salón, sin sonido, la electrizante final de tiro con arco sobre hielo en slopestyle.

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