Nick Waterhouse, su trayectoria y su mismo ser, parecen marcados por las confrontaciones; pasión desmedida y deseo de abandono, éxitos con sabor a fracaso… Él mismo reconoció que dentro del estudio se sentía feliz y al mismo tiempo miserable. Su vida es una lucha constante de polos opuestos, esa en la que no sabes si avanzas o retrocedes, si estás creando oportunidades o destruyéndolas. Posiblemente su magia surja de la tensión constante de esa cuerda, pero mantenerla tensa es agotador.
Nació en 1986 en Santa Ana, al sur de California. Fue al colegio en Inglaterra y cuando llegó el salto a la universidad, se instaló en San Francisco. En el primer día de clase conoció a Matt Correia, que años más tarde fundaría los Allah-Las (cuyo primer disco fue producido por Nick).
También coincidió con un joven Ty Segall, que acabaría tocando la batería en su primer álbum. Mientras estudiaba, estuvo cinco años trabajando en una tienda de discos. Allí descubrió tesoros de tiempos lejanos; singles de jazz, soul y R&B que le cautivaron con su sofisticada sencillez. Así que mientras lo habitual era montar bandas de «sonidos alternativos», Waterhouse viajó atrás en el tiempo para traer al presente sus hallazgos.
En aquella tienda también se produjo un cambio importante. «Escuchas los discos como si fueras un músico», le dijo su jefe. Y era verdad. Fue allí donde Nick se dio cuenta de que eso que escuchaba lo podía y lo quería hacer él.
Pero del dicho al hecho… Nick llevaba años componiendo y ya había sido guitarrista de una banda, The Intelligentsia, pero no encontraba a nadie que apostase por el nuevo proyecto que tenía entre manos y la frustración lo estaba devorando.
Finalmente, en 2010, reclutó a músicos entre sus conocidos, fundó su propio sello y pagó de su bolsillo la grabación y la fabricación de su primer single. Una tirada de 300 copias que revolucionó a los seguidores y coleccionistas de los sonidos añejos.
Se agotó en unas semanas y unos meses después los singles se vendían por 200 dólares en eBay. La canción estrella se titulaba Some place. En ella Nick hablaba de sentirse atrapado en un sitio y momento determinados sin saber dónde escapar.
Después llegó un primer álbum, que lo situó definitivamente en el mapa. El segundo álbum no funcionó mal, pero la gira en la que se embarcó para defenderlo lo llevó a la bancarrota. Tuvo que dejar su apartamento e instalarse en el sofá de un amigo, en Texas.
Allí comenzó a gestarse su tercera entrega, Never twice, un disco que se grabó entre San Francisco y Los Ángeles, en un caos continuo, con un productor pirado que desapareció a mitad del proceso. Nick tuvo que recorrer los 630 kilómetros de costa que separan las ciudades en numerosas ocasiones, hasta hacerse unos 50.000 en menos de año y medio.
La canción que cerraba el álbum, L.A. Turnaroun, habla de aquello y posiblemente de mucho más. La inspiración llegó mientras leía un libro de Willie Nelson en donde se hablaba de aquellos rockers de los 50 que se ponían hasta arriba de pastillas para conducir dos días seguidos sin descansar.
Los Ángeles ida y vuelta es una historia sobre estar agotado. «Comienza un nuevo curso, tengo que partir. Pero cada vez que doy la vuelta, el giro se hace más duro». Nick nos habla de esa sensación en la que no te importa lo que ocurre a tu alrededor mientras llegues a tu destino, aunque sea a costa de tu mente o de tu cuerpo, algo que en realidad lleva ocurriéndole desde que comenzó su trayectoria.
«Que alguien me ayude», implora, porque es consciente del riesgo de este trayecto que a cada nuevo giro lo va convirtiendo en «un fantasma« cuyos «pies apenas tocan el suelo». Y uno puede imaginar que ese agotamiento por los continuos viajes en coche es una metáfora de su propia vida. Y que Nick sigue buscando un lugar al que huir, pero que aún no sabe dónde encontrarlo.