Hace unos meses HBO lanzó en España la campaña para preparar el lanzamiento de El pionero, un documental de cuatro capítulos sobre la figura del controvertido Jesús Gil. El título, en la línea del contenido, se centra en una idea potente: los Trump, Johnson, Salvini o Farage del mundo no son un fenómeno nuevo. Gil, como Berlusconi, fue la representación primigenia del delincuente populista encumbrado por la masa a pesar de que todo el mundo sabía lo que pasaba por detrás.
Muchas voces han considerado que la producción ha ayudado a blanquear la figura de Gil, algunas poniendo énfasis en las cosas que no se cuentan y otras en las que deberían aprenderse al respecto para que no se repitieran.
https://www.youtube.com/watch?v=ubWbdBx38SQ
En general algunos han cuestionado que el personaje no salga retratado de forma meridianamente clara como un tipo abyecto. Sin embargo, y más allá de posibles omisiones, se le señala como responsable de fraudes millonarios, de la explotación urbanística más atroz y, sobre todo, de la muerte de decenas de personas por su forma de hacer dinero a toda costa.
Ahora bien, ¿es socialmente aceptable el supuesto blanqueamiento de un personaje así para rentabilizar una producción audiovisual? Y yendo al quid de la cuestión, ¿existe tal blanqueamiento?
EL CASO DEL PIONERO QUE NO PARECÍA LO SUFICIENTEMENTE MALO
Llama la atención que una parte importante de los testimonios que componen el documental sean familiares suyos, particularmente hermanos e hijos. Pero también llama la atención el tipo de testimonios que comparten: no cuestionan la parte moral –consideran que no tenía intención de hacer daño–, pero no esquivan señalar lo evidente –que las cosas que hacía no eran las correctas–.
Gil fue el producto de una época y un país que, como sucede ahora, se estaba quedando huérfano de referentes y estaba hambriento de perspectivas mejores que las que tenía. Y por eso el enfoque, más allá del tratamiento, tiene sentido: él fue un pionero en un estilo de hacer negocios y política que ahora están a la orden del día y, en muchos casos, del juzgado.
El problema reside no en lo que se cuenta, sino en cómo se cuenta: la sociedad polarizada –y más conservadora en lo expresivo– penaliza los grises y exige que a los malos se les retrate de forma inequívoca como tales. ¿Acaso un espectador no está preparado para distinguir al malo –por simplificar–, aunque sea el protagonista?
En realidad, es el argumento básico de muchas de las ficciones modernas: malos no tan malos, buenos no tan buenos, y situar al espectador en la encrucijada moral de simpatizar con el antagonista.
EL NARCOTRAFICANTE ICÓNICO
Porque la distorsión se produce cuando el malo, más que en protagonista, se convierte en icono. Sucedió por ejemplo con otro relato reciente, también en formato de ficción documental no tan ficticia: la historia de Pablo Escobar, narcotraficante, terrorista y asesino que fue usado como reclamo publicitario en una controvertida campaña.

El caso de Narcos fue, quizá, más peculiar que el del documental de Jesús Gil. Porque a Escobar le retrataron en toda su crudeza y magnetismo: un personaje cruel y ambicioso, de escasa catadura moral y talento, que edificó su progresión a base del dinero de la droga.
Su historia no se difumina ni matiza: la ficción recoge asesinatos, torturas y hasta la explosión de una bomba en un avión para acabar con un rival político. De nuevo, no es lo que no se cuenta, sino cómo se hace. Ahora bien, ¿habría podido existir el Pablo Escobar real sin ser tan magnético como en la serie?
EL CASO DE LAS MALTRATADAS APARENTEMENTE FELICES
Los ejemplos no solo se quedan en la ficción. El cambio de gobierno autonómico en Andalucía provocó en sus primeros meses un movimiento de reacción equiparable al terremoto político que supuso. No en balde, era la única región que no había conocido a otro partido en el poder desde la llegada de la democracia, y todo cambio genera resistencias. Y, como sucede con cualquier nuevo equipo de gobierno en el momento actual, cada paso y actuación se someten a un examen extremo.
Es lo que sucedió, por ejemplo, con la campaña que lanzaron contra la violencia de género.

La campaña muestra a mujeres sonriendo bajo el título Ella ha sufrido malos tratos. La intención, según la Junta, era centrar el mensaje en las supervivientes y transmitir el mensaje de que se puede salir de esa situación y que la vida sigue detrás del drama.
Los críticos, sin embargo, consideran que se ha intentado minimizar un problema social que contradice el programa electoral de miembros del Ejecutivo y que la problemática no debe mostrarse suavizada ni en clave positiva.
De nuevo, la discrepancia entre mensajes –un drama mostrado de forma positiva– combinado con la polarización política genera un problema de significados. ¿Solo puede abordarse una historia dramática desde el señalamiento evidente de que es dramática?
UNA OPINIÓN PÚBLICA MÁS PÚBLICA, RADICAL Y CONSTANTE
Aunque sean ejemplos distintos, comparten una problemática común: en una lógica social las cosas no son solo lo que son, sino que también tienen que parecer lo que son. Y quizá por eso genera distorsiones para muchos el no ver a un villano caracterizado solo como villano o ver un drama tratado en clave positiva. La ideología de cada cual es la que al final termina por decantar la perspectiva, casi siempre por encima de los hechos en sí.
Que vivimos en una sociedad donde las apariencias importan no se le escapa a nadie. Y eso se vuelve especialmente relevante en tanto en cuanto somos seres sociales hasta el extremo de que gran parte de lo que suceda en nuestra vida dependerá de la impresión que seamos capaces de despertar en los demás, algo que vale para las relaciones personales tanto como para el éxito profesional.
Pero para entender el mundo que nos rodea no basta con tomar conciencia de que somos sociales, sino también de la forma en que se expresa esa sociabilidad. Y hoy en día, en una realidad hiperconectada, todo pasa inexorablemente por el tamiz de las redes sociales.
Eso implica que todo adquiere relevancia pública a enorme velocidad para luego desparecer igualmente rápido. Por eso las reacciones a cada evento –incluso una serie o una campaña publicitaria– se socializan de inmediato, haciendo que la gente tienda a reaccionar en consecuencia.
En un contexto tan polarizado como el actual, presa de las crisis económica, social y política de los últimos años, cunden las opiniones vehementes y poco permeables, generalmente críticas y, en la línea con lo anterior, expuestas de forma pública y generando debates y cruces dialécticos airados.
Podría decirse que hoy en día es muy complicado no tener opinión sobre algo. De hecho, hasta se penaliza a quienes no la tienen. La duda se interpreta como debilidad y la falta de contundencia argumental o la equidistancia se convierte en algo criticable. El maximalismo es la norma. Y por eso los grises resultan menos aceptables.
Puede resultar paradójico, pero en la sociedad más conectada e informada de la historia parece necesario dejar bien claro que los malos son malos, que la violencia es desdeñable y que los matices son peligrosos. No sea cosa que alguien piense que simpatizas con los malos.
En relación a la campaña de la Junta de Andalucía, el problema no es sólo que salgan mujeres sonriendo, sino la referencia a «malos tratos» para obviar el sentido en el que hay que referirse a este asunto, y es la VIOLENCIA MACHISTA.
Una opinión firme y clara, oh yeah. Una estupenda ilustración de lo concluido por el artículo:
«Parece necesario dejar bien claro que los malos son malos, que la violencia es desdeñable»… «No sea cosa que alguien piense que…»
Para facilitar la correcta recepción del mensaje institucional, debería haber aparecido encabezado por este aviso:
«Si estás sufriendo malos tratos no machistas, no leas este cartel. A ti no queremos transmitirte esperanza».
firme es lo mas importante ?
y lo de que solo se que no se nada d Socrates ?
mas vale racional abierto a dialogo e informacion qe firme y empecinado radical