En el backstage del arte moderno hay cientos de historias de amor y desamor. Miles de besos y punzadas de celos que acabaron estampados en una obra de arte. Dalí sería otro si no hubiese conocido a Lorca. Kahlo no habría pintado igual sin el dolor que le produjo su relación con Rivera. Orlando no existiría si Virginia Woolf no hubiera amado a una mujer.
La exposición Parejas modernas: arte, intimidad y el Avant-garde, en el Centro Barbican de Londres, reflexiona sobre el arte desde esta nueva mirada. No se fija en lo que hicieron los artistas a solas, encerrados en sus estudios, como si la inspiración viniera del más allá. Busca los rastros que dejó en su obra la relación que tuvieron con sus amantes, sus parejas o una relación trágica. Es, según Jan Alison, responsable de Artes visuales del Barbican, «una exposición sobre el arte moderno y el amor moderno».
El deseo, la obsesión; la ira, el desamor… Estas sensaciones movieron los pinceles y las plumas de André Breton, Gustav Klimt, Vladimir Mayakovsky, Pablo Picasso, Gertrude Stein. Fueron cientos de artistas, pero esta exposición organizada por el Centro Pompidou-Metz y el Centro Barbican con la ayuda de la oficina cultural de la Embajada de España en Londres, se detiene en 40 de las muchas parejas que dieron la identidad artística a la primera mitad del siglo XX.
Lorca y Dalí
Eran los felices años 20. Europa ardía en deseos de divertirse. España, en su rincón del mapa, no vivió la euforia de Francia y Alemania, pero algunos escaparon de la oscura moral de sotana. En esos años se conocieron Federico García Lorca y Salvador Dalí.
En la Residencia de Estudiantes se hicieron amigos. Uno escribía, otro pintaba. Los unían las juergas, las tertulias, el ansia de provocar. Y así, de forma irremediable, el pensamiento de uno iba asomando en la obra del otro.
En ese tiempo, Lorca escribió Oda a Salvador Dalí y Dalí reflejó al poeta en sus pinturas La academia neocubista y La miel es más dulce que la sangre. Para 1928 la relación se enfrió. Dicen que Luis Buñuel los separó y que Lorca se sintió aludido, insultado, en la película Un perro andaluz (el guion era de Dalí y Buñuel).
Dejaron de verse, tal vez de quererse. Dalí se casó con una mujer rusa en 1934. Lorca era un poeta aclamado, pero estalló la guerra y una noche de agosto de 1936, poco antes de asomar el sol, los hombres de Franco lo fusilaron por sus ideas liberales y su homosexualidad. La muerte del amigo lo revolvió todo y Dalí volvió a dibujar al poeta.
Vino después la dictadura. El pintor se hizo muy famoso y remató su boda civil con Gala en una boda católica. En los años del españolismo franquista llegó a decir, con sus bigotes afilados, que había que españolizar Europa.
A los 80 años, liberado de los celos de Gala, Dalí dijo que su relación con Lorca fue «un amor erótico y trágico». Y en su último aliento apareció de nuevo el hombre al que le unieron tantas fiestas y tantas ideas. Cuenta el periodista Víctor Fernández en el libro Querido Salvador, Querido Lorquito que en sus últimos días, cuando ya no tenía fuerzas ni para hablar, lo único que logró entender una enfermera de los labios de Dalí fue: «Mi amigo Lorca».
Virginia Woolf y Vita Sackville-West
El año 1922 acabó pocos días después de que dos escritoras famosas se conocieran en Londres: Virginia Woolf y Vita Sackville-West. Ambas quedaron impresionadas.
A Woolf le sorprendía la libertad de Sackville-West. Esta periodista y escritora que encabezaba la lista de libros más vendidos mantenía una relación abierta con su marido. El matrimonio no admitía ni cadenas ni celos en una relación en la que cada uno tenía relaciones sexuales con hombres y mujeres.
A Sackville-West le fascinó Woolf por su personalidad. En su primera cena juntas llegó a una conclusión: Virginia es distante y, a la vez, humana. Es silenciosa hasta que quiere contar algo; y entonces lo dice de forma soberbia. «Simplemente, adoro a Virginia Woolf, y tú también lo harías», escribió a su marido, el diplomático Harold Nicolson. «Al principio piensas que ella es simple. Después, una especie de belleza espiritual se impone en ti y encuentras que mirarla es fascinante».
Woolf tenía 40 años y aún no había publicado las obras que la harían famosa más allá de su época. Sackville-West tenía 30 y estaba a punto de despertar en Virginia la pasión que le haría escribir Orlando, una de las más exquisitas novelas queer: ¿qué importa al amor que lo amado sea masculino o femenino?
Durante diez años, los pensamientos y sentimientos de una aparecían en cualquier rincón de los textos de la otra. Fueron tres años de amor (de 1925 a 1928) y siete de estrecha amistad (hasta 1935). Por las conversaciones con Woolf, Sackville-West se volvió más experimental. Por la pasión y el tormento de la relación, Woolf trató asuntos que agitaron la literatura del momento: la androginia, por ejemplo, en su famoso ensayo Una habitación propia.
Para la editora y académica Louise DeSalvo, «ninguna de las dos había escrito tan bien hasta que se conocieron y ninguna volvería a alcanzar mayores logros que cuando estuvieron juntas».
Frida Kahlo y Diego Rivera
Diego Rivera pasó unos días pintando un mural en una escuela de Ciudad de México. Frida Kahlo estudiaba ahí. Ella tenía 15 años; él, 36. Él era un muralista de prestigio; ella, una adolescente encandilada. «Cómo olvidar aquel día cuando te pregunté sobre mis cuadros por vez primera. Yo chiquilla tonta, tu gran señor con mirada lujuriosa me diste la respuesta aquella, para mi satisfacción por verme feliz, sin conocerme siquiera me animaste a seguir adelante», le escribió, en una carta, años después.
En aquellos días de 1922, Rivera vio de inmediato el talento artístico de la adolescente. Kahlo encontró al hombre que quería; y se lo dijo a sus amigas: algún día tendría hijos con él. Los hijos no llegaron, pero el «algún día» se cumplió el 21 de agosto de 1929 por la boda que celebraron en Coyoacán.
En la historia de su matrimonio aparecen, enredados, decenas de amantes, y en la historia de su vida divorciados pesa el recuerdo hasta el final. «Diego del alma, recuerda que siempre te amaré aunque no estés a mi lado», le escribió después de la separación. «Yo, en mi soledad, te digo amar no es pecado a Dios. Amor, aún te digo si quieres regresa, que siempre te estaré esperando. Tu ausencia me mata, haces de tu recuerdo una virtud».
En el verano de 1954, Frida Kahlo yacía en la cama, postrada por una fiebre incandescente y un dolor insoportable. Apenas tenía fuerzas, apenas esperanza. Pero le quedaba una ilusión: hacerle un regalo a Rivera por su aniversario de boda. Había adelantado la fecha un mes… por lo que pudiera pasar.
Esa misma noche Kahlo murió.
Fue «el día más trágico de mi vida», lamentó Rivera.
Me parece muy interesante. Muchas gracias
Qué estilo más limpio y elegante tienes Mar, gracias.