Siete procesos en los que las máquinas pueden ayudar a mejorar el futuro de la comunicación

24 de enero de 2023
24 de enero de 2023
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periodismo creado por máquinas

El debate sobre el papel de la tecnología en la comunicación, y de forma más concreta en el periodismo, lleva años en boga. La amenaza de futuro suele concretarse en una inteligencia artificial que, de igual forma que se profetiza que dejará sin empleo a muchos, se teme que deshumanice el periodismo.

Suena paradójico que una de las prácticas que más énfasis pone en la objetividad sea, a la vez, una de las que más reniega de las capacidades tecnológicas llamadas a intentar eliminar sesgos básicos en su toma de decisiones. Otra cuestión es que vaya a ser así.

Parte de esas entelequias sobre el futuro se basan en las alteraciones que ya vivimos en el presente. Son aquellas que han contribuido a acelerar el deterioro de la lógica mediática actual. Así, el impacto que ha tenido en el sector el progresivo proceso de digitalización y la irrupción de las redes sociales ha cambiado por completo no solo las formas de acceder a la información, sino también de relacionarse con la realidad y, en consecuencia, de tener una visión sobre ella.

La comunicación siempre ha dependido de condicionantes técnicos para su desarrollo, pero quizá nunca tanto como hasta ahora: usar o no un dispositivo, estar o no estar en una plataforma, puede suponer estar expuesto o no a una realidad global determinada.

La adopción masiva de la tecnología ha supuesto un profundo cambio industrial, alterando las vías de ingreso y el equilibrio de fuerzas del sector, y a la vez ha abierto importantes debates.

¿Deben las empresas tecnológicas someterse a los mismos criterios que los medios de comunicación si actúan como ellos? ¿Es sano democráticamente que la información de calidad responda a una lógica competitiva y económica, o eso priva a parte de la ciudadanía del acceso a información de calidad? ¿Hasta qué punto la polarización política no responde a que cada vez nos centramos de forma más exclusiva en el contenido que coincide con nuestras visiones a través de estas plataformas endogámicas?

En la lógica actual se enfrentan intereses ideológicos y económicos —que ya existían— con preferencias personales y la necesidad de habilidades tecnológicas. La percepción de la realidad ya no solo es común y consensuada, con sus matices y sesgos, sino compartimentada y mediada por algoritmos e intereses empresariales —que también existían antes—. Todo ello en tiempo real, con injerencias políticas y una cada vez menor capacidad de entender el contexto de lo que sucede por las propias dinámicas del mundo actual.

En último término, cabe el debate acerca de qué es y qué no es un medio de comunicación en un entorno donde la oferta se ha multiplicado tanto y cuesta distinguir fuente de influyente e información de contenido.

A pesar de todo lo anterior, el progresivo proceso de vinculación entre comunicación y tecnología puede traer consigo la resolución de buena parte de esos problemas estructurales que la propia digitalización ha supuesto. Y esa cura empieza no en lo externo, sino desde el inicio de las rutinas productivas, es decir, de todo el proceso que se sigue hasta el consumo de la información.

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DOCUMENTACIÓN

Todo proceso periodístico empieza con la búsqueda de la información. Si en este punto hay sesgos —consultar a fuentes que apoyan una visión de parte, por ejemplo—, el resto del proceso estará viciado de forma irremediable.

En una conversación con David Corral, responsable de Innovación de RTVE para elaborar el III Informe de Audio Digital de Prodigioso Volcán, apuntaba a formas en que la tecnología podía ayudar en este punto gracias al procesado masivo de datos.

Imaginaba un futuro no muy lejano en el que cualquiera pudiera buscar información de forma natural (usando la voz) y con preguntas concretas. Describía una posible conversación entre el periodista y el sistema pidiendo información sobre quién dijo tal cosa, que recuperara todos los cortes que contuvieran tales variables o localizara tendencias concretas en eventos o comparecencias.

Esta ayuda estaría del lado del diseño de una herramienta de interacción natural para que un sistema así fuera usable. Eso no solventaría el problema de los sesgos humanos, aunque quizá sí podría ayudar introduciendo de forma automática recomendaciones de uso. Por ejemplo, que el sistema alertara de un posible uso de cierta cantidad de información, pero no de otra disponible en sentido diferente al buscado.

VERIFICACIÓN

El siguiente paso, una vez recopilada la información, consistiría en chequear la veracidad de la misma. Esta contempla varios sentidos: por ejemplo, que no esté manipulada o sesgada, lo cual puede automatizarse en cierta forma; o que no esté descontextualizada, para lo cual quizá sería más complicado introducir automatismos. Cabrían muchas otras variables.

Del lado del procesamiento de datos ya hay iniciativas interesantes, como la extensión para navegador de Maldita, que avisa al usuario cuando visita una URL que previamente ha sido identificada en la base de datos como bulo. Opera, además, en dos niveles, el del contenido concreto —si la URL concreta lleva a un bulo— y el de la fuente —si desde ese dominio se han difundido bulos con anterioridad—.

Pero también hay iniciativas que han ido un paso más allá en la comprobación de la información, como el uso de IA en esta propuesta de Narrativa o proyectos como este de FullFact.

De nuevo, hay cuestiones subjetivas que podrían introducir matices no hacia el lado de la falsedad o manipulación de una información, sino acerca de su tratamiento. Por ejemplo, computando el sentiment de un contenido por los tonos y palabras empleadas, no solo en su adjetivación, sino en su significado.

EDICIÓN

Volviendo a la conversación con Corral, también reflexionaba en ella acerca de cómo las herramientas tecnológicas podrían ayudar en la edición del contenido. En el plano más básico podría ser la corrección automática de textos, o en las sugerencias estilísticas y de formato. Pero en una instancia superior permitiría confeccionar la información adaptándola a usos y usuarios concretos.

Algunas de las propuestas, por ejemplo, pivotaban alrededor de facilitar el proceso para periodistas, sobre todo audiovisuales: el montaje de planos, la introducción de recursos en puntos concretos o el tratamiento y mejora del audio o la imagen podrían ser algunas de sus características.

Pero también apuntaba del lado del usuario, que podría demandar extensiones personalizadas para determinadas situaciones («Resúmeme esta historia para ajustar su escucha al tiempo que me queda para llegar a casa») o incluso contextos («Explícame la importancia de este suceso adaptada al nivel de un estudiante de secundaria»). La personalización (tonos, voces, dicciones y acentos) sería otra posible derivada.

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CREACIÓN

La redacción automatizada del contenido es quizá el campo en el que más se ha avanzado. Es, por tanto, una de las partes que más suspicacias genera, habida cuenta de la realidad laboral del periodismo —por lo que muchos profesionales se sienten amenazados— y de la necesidad de producción masiva que tienen algunas cabeceras para generar audiencia —proceso que se multiplicaría con un sistema así—.

El gran reto en este punto es que el contenido generado por máquinas pueda ser indetectable. Es decir, que una imagen, un vídeo o un texto creados por un sistema informático puedan engañar la percepción del ser humano y parecer natural. Y, a la vez, controlar el riesgo que implica que algo así sea posible.

En el seno de este desarrollo siempre ha imperado una idea: liberar a los redactores humanos de la creación de contenido de recurso, en muchas ocasiones dedicando esfuerzos a edición de teletipos o redacción de notas breves de actualidad. La lógica de los defensores de esta implementación es que si se sistematizara la creación de esos contenidos, los humanos tendrían más tiempo para dedicarse a géneros donde sus habilidades sí suponen un salto cualitativo.

Corral planteaba en la conversación otros posibles usos añadidos, más orientados al servicio público. Es el caso de la cobertura de unas elecciones municipales, donde el foco periodístico se pone en las grandes capitales, pero que con una producción de información automatizada podría abarcar la creación de piezas específicas para cada uno de los municipios sin que la noticiabilidad sea aquí un impedimento.

JERARQUIZACIÓN

El periodismo tiene muchas funciones que suelen resumirse en informar: seleccionar qué es relevante de lo que no lo es, explicar lo que es complicado para que pueda ser entendido, buscar el contexto, establecer relaciones y abordar visiones representativas y significativas de un hecho serían algunos ejemplos adicionales o concreciones de lo que comprende informar. También lo es jerarquizar la realidad, dando más importancia y visibilidad a los asuntos que son más importantes.

En este proceso, como en el de selección de información o elección de fuentes, existe un claro riesgo de sesgo. Basta ver las portadas de los medios para apreciar que hay días que destacan una misma historia contada de dos formas muy distintas o, incluso, que hay días en los que apuestan por historias muy diferentes como lo más relevante del día, según cada cual.

Existen muchos ejemplos de plataformas en las que se ha fiado esa labor de jerarquización a la comunidad. Incluso las redes sociales, mediadas por algoritmos que premian las interacciones, funcionan de esa forma. Y eso, en lugar de corregir sesgos, los hace aún mayores.

Por eso propuestas como The Factual, en las que proponen un sistema de jerarquización basado en criterios objetivables, tales como la fiabilidad de la página, la experiencia del autor de la información o la variedad de las fuentes, pueden aportar algo de claridad a esos procesos editoriales.

PERFILADO

Volviendo a la gestión masiva de datos, una de los grandes temores en el desarrollo de una sociedad conectada es precisamente que se lleven a cabo todas esas conexiones. Dicho de otra forma, que todas esas identidades que cada individuo expresa en múltiples instancias digitales acaben siendo conectadas para elaborar perfiles detallados de quiénes somos.

De hecho, hoy en día qué buscamos, a quién seguimos, qué compramos o incluso qué lugares visitamos son datos que ayudan a dirigirnos mensajes publicitarios más efectivos. Y esa misma lógica podría usarse también a la hora de ofrecernos información a la carta.

Una primera aproximación a un modelo así fue la de la app conversacional de Quartz de hace unos años. Era un chatbot que, en lugar de enviarte información, te ofrecía un pequeño contenido que iba ampliando o variando en función del interés que mostrabas o las preguntas que hacías.

Otra posible aproximación podría ser la que propuso Nuzzel, también cerrada ya: era una app que mandaba notificaciones de noticias cuando estas eran compartidas por un número determinado de personas a las que seguíamos en nuestras redes. Es decir, nos recomendaba contenidos entendiendo que si interesaban a la gente a la que seguíamos podían también ser interesantes para nosotros.

En esa línea, el procesamiento de interacciones podría ayudar a configurar de forma automática un menú informativo para cada usuario. No se trataría de una portada configurable, como ya ofrecen muchas apps, sino de una aproximación a la realidad hecha a medida, de forma automática y directa, para cada usuario.

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CONSUMO

Es cierto que la personalización del contenido en función de los intereses tiene una derivada perversa que ya se aprecia con las redes sociales, en las que muchos solo se exponen a visiones con las que coinciden provocando la creación de cámaras de resonancia.

Sin embargo, la idea cobra sentido si se aplica al formato. Del mismo modo que, en el entorno digital, lo que vemos se adapta de manera natural a la pantalla de nuestro dispositivo, también tendría sentido que el consumo de información pudiera hacerse por distintas vías en función del contexto, tales como los idiomas o las necesidades derivadas del momento de uso.

Substack, el servicio de envío de boletines, ha ahondado en esto introduciendo la opción de crear un pódcast desde las publicaciones (o incluso sin ellas). Es decir, que si no puedes leer, puedas al menos escuchar. Imagina, por ejemplo, andando por la calle.

En esa línea muchas publicaciones escritas ofrecen sus textos también en versión narrada, algunas hechas por humanos, otras —como el Wall Street Journal, por poner un ejemplo— a través de un servicio automatizado de narración de textos.

También se da el caso contrario: en Amazon empezaron a probar hace meses un sistema de transcripción automatizada del contenido de pódcasts. Lo mismo, pero al revés: si no puedes escuchar, al menos puedes leer. Imagina, por ejemplo, en una reunión que se alarga sin que tengas que intervenir.

Y TODO ESTO SIN HABLAR DE IA

Casi todas las propuestas formuladas parten de la gestión de datos y de la mejora en la interacción con sistemas que ya existen. Nada que ver, por tanto, con el advenimiento de inteligencias artificiales avanzadas que puedan no solo acceder a ingentes cantidades de información, sino también tomar decisiones complejas para lograr mejores resultados.

Las aproximaciones más comunes a ese escenario suelen ser, como en las ficciones, bien distópicas. Desde la perspectiva del periodismo no se teme la aparición de máquinas que destruyen a la humanidad al cobrar conciencia de que somos una amenaza para la supervivencia del planeta, sino más bien  se teme que la optimización de procesos derive en despidos masivos o en la desnaturalización de la actividad informativa. O bien que el potencial tecnológico se use como herramienta de propaganda y control.

A esos temores suele aparejarse casi siempre una doble respuesta. Por un lado la pragmática, que viene a decir que si lo que tú haces puede ser mejorado por una máquina es que realmente no aporta valor añadido. Por otro, la sentimental, que sostiene que una máquina carecerá siempre de las capacidades creativas y empáticas que se le suponen a un buen comunicador a la hora de contar historias.

Sea como sea, el futuro parece indisoluble de la tecnología, también en lo periodístico y más allá de ello. Tan profundo es ese vínculo que no solo condiciona al sector de los medios, sino que amplifica aquellos efectos que esta industria tuvo en décadas anteriores, tales como la generación de opinión pública o la percepción de la realidad que nos rodea.

Mientras esos escenarios más o menos distópicos llegan, y a la espera de ver si efectivamente son las dotes más humanas las que mantienen el equilibrio entre producción y empatía, la tecnológica es ya una forma de expresión propia de la comunicación. Y adelantarse a los caminos que puede tomar el sector puede servir para convertir un proyecto mediático en una máquina del periodismo. Literalmente.

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