Para el calendario, el 28 de mayo es de esas jornadas en las que se juntan varias celebraciones y no sabes a cuál dar prioridad. Como cuando te plantan el mismo día la boda de tu prima más querida y la de tu mejor amigo ¡y en ciudades distintas!
Porque el 28 de mayo es:
Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres
Día Internacional del Síndrome de Treacher Collins
Día Mundial del Cáncer de Sangre
Día Internacional de la Higiene Menstrual
Día Mundial del Perro sin Raza
Día Nacional de la Nutrición (España)
Día Internacional de la Hamburguesa (sí, también hay un día para esto)
Asuntos (casi) todos que merecen su día, sobre todo aquellos que hacen referencia a problemas serios de los que, al no tocarnos de cerca, solo somos conscientes de su existencia un día al año. Y gracias, precisamente, a este tipo de conmemoraciones.
Pero si hay un asunto de ese listado que nos es común a muchos de nosotros ese es el del perro mestizo. Sobre todo, a los que nos criamos con un chuchete como mejor amigo. Entonces no lo sabíamos, pero, muchos años después, no nos cabe ninguna duda.
Sin menospreciar, ni mucho menos, a los canes con pedigrí, los perros sin raza cuentan con un halo especial. Lo de coger lo mejor (y lo peor, a veces también) de su padre y de su madre los convierten en perros difíciles de replicar. De hecho, encontrar el sosias o, al menos, otro perro con el que comparta algún rasgo resulta misión imposible en algunos casos.
Los mestizos son únicos por fuera y por dentro. Algunos estudios dicen que pueden llegar a tener una mayor esperanza de vida que los de raza por el denominado vigor híbrido, lo que le predispone menos al desarrollo de enfermedades hereditarias.
Otros expertos, como el veterinario chileno Héctor Rojas, aseguran que esta variabilidad genética les hace también ser más adaptables. «Por ejemplo: sin ser ovejeros o tener conductas de ovejeros, un mestizo, a través de la variabilidad, pueden aprender a ser un ovejero o un buen perro de casa. Un quiltro plantea un abanico de opciones en términos de conducta que no tenemos en un perro de raza».
Aunque precisamente algunos humanos prefieren ir a tiro fijo a la hora de elegir la forma de ser de su mejor amigo y por eso apuestan por razas a las que se les atribuye un determinado carácter, el cual, consideran, se adaptará mejor al suyo propio y a su estilo de vida. Una apuesta teóricamente más segura frente a la incertidumbre que puede generar un perrete del que no solemos tener referencias de su padre ni a veces, incluso, de su madre.
El caso es que, si de algo sirven días como estos, es para recordarnos que la mayoría de los residentes de perreras y refugios caninos son, precisamente, perros mestizos. Así que si estás pensado en incorporar a un can en tu familia, date una vuelta por alguno de ellos.
¡Que vivan los chuchos!
El perro mestizo vuelve a estar de moda. Con alguna ligera fluctuación de año a año, parece que la tendencia generalizada es el aumento del número de adopciones, lo que provoca que cada vez veamos más perretes paseando por las calles o jugando en los parques.
A lo largo de la historia son numerosos los ejemplos de perros mestizos convertidos en musa de artistas. O incluso en protagonistas de producciones audiovisuales, como Benji (1974), protagónico de la mítica película que narra las aventuras de un perro callejero que se convierte en héroe por sorpresa en el vecindario que merodea.
El papel principal de la película, que llegó a estar nominada a los Óscar, fue interpretado por Higgins, un perro mestizo que estableció una estrecha relación con su entrenador, Frank Inn. Tal fue el vínculo que con el can que Inn le dedicó un sentido poema.
Higgins, además, fue padre de una larga prole. Algunos de sus vástagos siguieron la estela del padre, protagonizando la saga de series y películas a la que dio paso la original.
Otro perro actor mestizo es el que encarnó a Buck, el protagonista de The Call of the Wild, película protagonizada por Harrison Ford y basada en la novela del mismo nombre de Jack London.
El perro de la película es un modelo CGI basado en Buckley, el perro del director de la cinta, Chris Sanders. Además de prestar su imagen para el escaneo digital, Buckley prestó también su voz para generar el ladrido del perro protagonista. Y no, Harrison Ford no actuaba solo en las escenas en las que aparece con el can: en el set de rodaje, el responsable de darle vida fue el actor del Cirque du Soleil Terry Notary, cuyos movimientos se tradujeron después en los del perro.
Para cerrar, nos quedamos con una de las despedidas más emotivas que se ha dedicado nunca a un animal. En este caso fue a Chocolate, uno de los muchos perros mestizos que acompañó a Pablo Neruda:
UN PERRO HA MUERTO
Mi perro ha muerto.
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.
Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba dándome la atención necesaria
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.
Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas del mar,
en el Invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasando de pájaros glaciales
y mi perro brincando, hirsuto,
lleno de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más,
con el absolutismo de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.