Joan Quirós: «La caligrafía es una gimnasia para la mano»

Amanece, que ya es bastante. A Joan Quirós le pilla despierto. Incluso los domingos. Este calígrafo se pone en pie quince minutos antes de que las campanas anuncien las cinco de la mañana. El tiempo, en el barrio valenciano de Campanar, clama cada hora. Las horas en punto no perdonan ni el sueño.

Quirós se levanta antes que el mundo para escribir palabras. Palabras que, en realidad, son dibujos y, de algún modo, una introspección. Durante dos horas su vida se resume en un pincel, un papel y un poco de tinta. «Es una gimnasia para la mano», explica. Pero, además, «es mi meditación». En su estudio, a esas horas, «hay una cierta sensación de monasterio. Es como estar en una montaña. Todos los días oigo a los pajaritos. Y alrededor hay casitas bajas, la plaza de la iglesia y un campanario». Aunque Quirós sólo empieza a ver todo esto cuando amanece, que no es poco.

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Antes se asomó por la ventana. Bebió un vaso de agua y se lavó la cara. El frío de ese ritual lo devuelve a la vida mientras el resto de vivientes en su casa duermen: su novia y su gato.

Estos días, cuando se adelanta al alba, Quirós hace un estudio del tipo de escritura que encontró en un manuscrito de La divina comedia de 1444. Los madrugones españoles han suplantado a la cita del té inglés. Antes, cuando vivía en Londres, hacía caligrafías a media tarde, mientras bebía un Earl Grey con un nubarrón de leche. Ahora no toma nada. Mucho menos, café. «La cafeína puede alterar el pulso», advierte.

Esta meditación (un poco asiática, como dice el valenciano) casi se planta en el mismísimo cielo los días que Quirós tiene que hacer la tinta negra. Él mismo la elabora. «Es un momento muy zen», indica. «Utilizo hollín de pino. Froto esa barra con agua y con piedra de pizarra. Y después pongo una especie de resina que lo aglutina todo. La hago tan intensa como puedo. Hacer las cosas a mano va con el oficio».

En ese momento, la cartuja de pinceles que debe parecer el estudio de Quirós huele a madera de pino. «Es un olor muy especial. Muy natural», evoca. «Me gusta utilizar tintas naturales. A veces uso también corteza de nueces. Primero se secan y después se trituran. Y de ahí sale un color sepia de manuscrito. Este tipo de tintas transmiten mucho».

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Quirós usó esta tinta para escribir la palabra Yorokobu de la portada del mes de noviembre de esta revista. «Cogí el pincel y empecé a probar formas», relata. «Me gusta experimentar con el pincel. Me gustan los giros que permite y los toques redondeados que da a las letras».

La caligrafía, dice, se basa en ensayo y error. En probar particiones de palabras, en jugar con las exageraciones. «El pincel es una de las herramientas más divertidas», comenta. «Permite mucha modulación y la punta es muy flexible».

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La tinta, para esta portada, corrió por un papel de estraza, de esos con los que las pescaderías de toda la vida envuelven el pescado. «Me gusta por su textura. Es un papel granulado, gris, con partículas de otros papeles de colores. Eso se puede ver en pequeños puntitos», especifica. «Y al escanearlo, da ese fondo gris. No es pintado. Es la textura real del papel».

Dice Quirós que estas letras tienen un cierto toque urbano. Quizá porque ese fondo grisáceo podría ser el de un muro. «Recuerda a una pared», asegura. Quizá porque, durante muchos años, ha hecho grafiti, esas letras que, a diferencia de la caligrafía, no suelen madrugar. Al contrario. Pertenecen al fin de la noche. Al anochecer, que ya es bastante.


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