Tuvieron que pasar 40 años para que los efectos especiales fingieran posible lo que no consiguió la ciencia. La película Interstellar (Christopher Nolan, 2014) refleja una impresionante colonia espacial de forma cilíndrica llena de casas adosadas. Pero la estructura no salió de la mente de Nolan sino de los archivos de la NASA. Se inspira en una colección de ilustraciones y estudios que, si bien fallaron estrepitosamente al predecir el futuro, calaron en el imaginario colectivo y dieron forma a nuestra visión del mañana.
En 1975, los científicos del Centro de Investigación Ames de la NASA recopilaron ideas para hábitats que podrían albergar vida humana en el espacio. Mientras agonizaba la carrera espacial, la tecnología apenas permitía a un puñado de astronautas permanecer unas semanas en una pequeña nave, pero la idea aquí era diseñar enormes colonias que pudieran dar cobijo a pueblos enteros durante un periodo de tiempo indefinido.
El ejercicio tenía más de propagandístico que de científico, así que de poco iban a servir un puñado de ideas apuntadas en un papel; había que envolverlas en un algo brillante y divertido, en algo accesible, consumible, compartible. En algo que hoy describiríamos como viral.
Rick Guidice era un ilustrador independiente con experiencia en arquitectura cuando la NASA le encargó ilustrar todas aquellas ideas en una colección de estampas dignas de un cómic pulp.
Gerard K. O’Neill era un reputado físico de la NASA obsesionado con la colonización del espacio. Él desarrolló las ideas en el libro Ciudades del espacio, una especie de hoja de ruta para un hipotético futuro programa de colonización espacial. Se añadirían pasajes de ficción, como la introducción del libro, escrita por los niños de una futura colonia, y no se tendrían en cuenta aspectos aburridos como la viabilidad técnica y económica del proyecto. A veces, la diferencia entre hacer soñar y dar sueño está en un párrafo de datos técnicos.
Durante 10 semanas, el equipo de Mountain View conceptualizó tres diseños que Guidice fue plasmando sobre el papel. Tres diseños que se acabarían grabando a fuego en la retina de los niños de la época. Los nombres, Isla uno, Isla dos e Isla tres, no eran muy imaginativos. El resto sí.
[pullquote]El estudio de Gerard K. 0’Neill nos habla de la construcción, dentro de 10 o 15 años, de auténticas ciudades -así como complejos agrícolas e industriales- en órbita alrededor de la Tierra. Ciudades donde vivirán miles de personas, con sus jardines, prados y ríos, con sus cines y restaurantes. Ciudades sin contaminación ni aglomeraciones, donde el clima, el paisaje y hasta la intensidad de la gravedad se podrán regular a voluntad, donde se podrán practicar deportes como el vuelo autopropulsado y asistir a espectáculos como el ballet ingrávido. ¿Utopía? En absoluto. Nunca lo maravilloso fue tan verosímil[/pullquote]
Prólogo del libro ‘Ciudades del futuro’
La Isla uno era una actualización de la esfera de Bernal, una estructura propuesta en 1929 por el científico John Desmond Bernal. Se trata de un anillo de 16 kilómetros de diámetro que podría albergar una población aproximada de 25.000 personas. La idea era que este anillo rotara a gran velocidad para producir un centro de gravedad en el ecuador de la esfera. Un mecanismo muy similar tendría la Isla dos, basada en el toro de Stanford, ideado por la Universidad de este nombre en 1975.
La Isla tres, colonia cilíndrica o cilindro de O’Neill, debe su nombre al autor del libro mencionado anteriormente. Consta de dos grandes cilindros de rotación opuesta, de unos 32 kilómetros de largo, que estarían conectados entre sí mediante distintas varillas. Los ejes de estos cilindros concentrarían la zona industrial; la habitable se distribuiría en el resto de la estructura, en tres pisos o valles. Habría además un anillo exterior dedicado a la agricultura.
[pullquote]Nosotros vivimos en Bernal Alpha, una esfera de unos 500 metros de diámetro, con una circunferencia interior, a modo de ecuador, de casi dos kilómetros. La tierra forma un vasto valle curvado, que asciende desde el ecuador hasta las llamadas líneas de latitud de 45 grados a cada lado. La zona de solares se dispone principalmente en forma de apartamentos escalonados de escasa altura, vías peatonales y pequeños parques. Muchos servicios, industrias ligeras y tiendas varias han sido instaladas en el subsuelo o en una esfera cercana de baja gravedad[/pullquote]
Carta ficticia del libro ‘Ciudades del futuro’
Más que un ejercicio de ciencia ficción, el proyecto multiplataforma de la NASA era un ejercicio de ficción científica, de onanismo futurista. De propaganda. Sus mastodónticas y brillantes estructuras hacían soñar con un futuro revolucionario, pero el contraste con lo que sucedía en su interior anunciaba que ese futuro estaba a la vuelta de la esquina. Las islas estaban salpicadas de chalés, parques y barbacoas los domingos. Albergaban barrios que se podían ubicar mentalmente tanto en el cinturón de Orión como en un suburbio de San Francisco.
Los dibujos tienen una indudable calidad artística y vienen acompañadas de un detallado desglose de medidas, materiales y explicaciones pseudocientíficas de lo más convincentes. Venían a explicar cómo sería el futuro, pero lo cierto es que dicen mucho más sobre el pasado.
PROPAGANDA POP PARA IMPULSAR LA CARRERA ESPACIAL
Las imágenes se pueden leer en clave política. Fueron publicitadas en 1975, fecha en la que muchos sitúan el fin de la carrera espacial. Puede, por lo tanto, que se quisiera dar un último y artificial empujón a una competición agonizante. Pero tiene más interés leer el proyecto en clave interna. Las ilustraciones se producen tres años después de la reelección de Nixon, quien canceló el programa Apolo con la llegada de la nave número 17 con unas palabras más políticas que proféticas: «Esta puede ser la última vez en este siglo que los hombres caminen sobre la Luna» . Y vaya que si lo fue.
Nixon rebajó las metas del programa de la NASA y redujo su presupuesto. En este contexto se entiende el proyecto de la agencia espacial, interesada en divulgar lo que podrían hacer si tuvieran dinero, las nuevas metas a fijar después del alunizaje, las promesas espaciales. No sirvió de mucho.
Pero las ilustraciones también sirven para recordar las ideas de la época: una estética arquitectónica con reminiscencias de la Bauhaus, un urbanismo modernista que bebe de la ciudad radiante de Le Corbusier (la separación espacial por sectores, la importancia de la naturaleza…) y un acabado final que lo acerca a los cómics o a la cartelería de películas de la época.
La impronta que dejaron estas ilustraciones en la imaginación y la ficción es palpable. Sin embargo, el futuro resultó ser bien distinto a como lo pintó Rick Guidice. Él imaginaba colonias agrícolas que abastecerían al planeta antes del año 2000. Veinte años después del cambio de siglo es noticia que han conseguido germinar una semilla de algodón. No, sus predicciones no fueron del todo ajustadas. Tampoco es que Guidice errara totalmente su visión de futuro. Hace años decidió reciclarse en algo más terrenal. En la actualidad diseña mansiones para los empresarios de Silicon Valley. Tiene cierto éxito.
Bonito lila.
Parece que nadie haya leído «Cita con Rama» (Arthur C. Clarke. 1973) 😉
Muy interesante. https://www.nasa.gov/