Los antisistema tiran el dinero en cómics y videojuegos

Como bien sabrás, joven lector, por los medios que le cuentan la rabiosa actualidad, la semana pasada hubo sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. El portavoz del Grupo Popular, Pablo Casado, se mostró contrario al llamado bono cultural para jóvenes, una subvención directa a los compradores de contenido cultural.

«Prometió empleo para los jóvenes, pero se limita a comprar su voto con bonos peronistas para comprar videojuegos y cómics», dijo Casado. No vamos a entrar a valorar la idoneidad de este bono (pero si os lo dan, suscribíos a revistas, pataliebres). Tampoco la postura de Casado, contraria a la conveniencia de esta subvención. Pero oye, si quieres denostar una medida de este tipo en el siglo XXI, se debe acudir a la siguiente construcción: «Estamos en contra, que luego os lo gastáis en drogas y casinos».

La utilización de los cómics y los videojuegos no es casual porque lanza un claro mensaje acerca de las cosas en las que merece ser gastado el dinero. Casado pudo haber dicho «bonos peronistas para gastar en el Teatro Real y en El Médico, de Noah Gordon», pero su postura habría sido confusa y ambigua. Los cómics son libros con dibujicos y los videojuegos, una fábrica de asesinos en serie, lo cual deja todo mucho más claro.

LA PSICOLOGÍA DEL SER HUMANO

Desde que la especie humana cuenta con conciencia, las personas siempre se han sentido atraídas por lo prohibido, por lo mal visto, por aquello que nos sitúa del lado de la rebeldía.

Cuando Pablo Casado verbalizó la infravaloración de esos dos soportes culturales, estableció una línea que, en aras de la curiosidad humana, deben ser aniquiladas por la vía de la invasión.

Los motivos son varios. El primero es que pueden ser contenidos divertidos. Eso ya justificaría su consumo porque el hedonismo es obligación y el esnobismo es un territorio para necios. El segundo motivo es porque los ilustradores, autores y editores son, en un altísimo porcentaje, personas interesantes que necesitan tres comidas diarias. El último motivo es el más claro de todos: si alguno de los portavoces de la cámara baja dice algo, tu obligación es situarte en la trinchera contraria, que la anarquía no se hace sola.

Te recomendamos —en principio— pasar de las drogas u otras sustancias que minen las capacidades de tu cuerpo y tu conciencia, pero —suponemos— te habrán entrado unas ganas locas de malgastar tu dinero en cómics y juegos. Puede que no sepas por dónde empezar porque hasta ayer tú eras más de cine de Greenaway y literatura de Abdulrazak Gurnah. Así que aquí van algunas sugerencias de lo que hemos repasado estos últimos meses.

LO DE LAS PANTALLITAS

Esta batalla es dura porque no se libra solo en el Congreso. También en los hogares, donde tu madre o, como ocurre en mi caso, tu pareja y tus hijas te afearán la conducta y te instarán a dejar el mando de lado. No cejes. Juega. Y evangeliza.

Entendemos que si quieres estar al tanto de la actualidad de los lanzamientos más vibrantes, te vas a Hobbyconsolas, no a Yorokobu, así que vamos a suponer que, aunque tengas ganas de jugar, puedes rescatar títulos no-de-2021.

Eso ayuda a esta bendita redacción, que llega a todo con un retraso vital que llevamos considerable. Así que la primera recomendación será A Plague Tale: Innocence.

La historia se sitúa en la Francia del siglo XVI en plena pandemia de peste, con un territorio infestado de ratas. Eres una pareja de hermanos menores de edad (sí, manejas a los dos) que tratan de sobrevivir ante la persecución de una Santa Inquisición que ya se ha cargado a tus padres. Un cuadro, vaya.

Como solo tienes una honda y unos pedruscos, más vale escabullirse entre matorrales y sombras. El hedor de la época llega al jugador sin mucho esfuerzo y la acción está plagada de cadáveres, espadas y desconsuelo.

Nuestro compañero Enrique Alpañés hace el resto de recomendaciones.

Si nos vamos al mainstream, yo destacaría Red Dead Redemption 2, un western que no tiene nada que envidiar al cine de John Ford. O The Last of Us, que cuenta con dos entregas. La primera es la mejor historia de zombis jamás contada; tiene ecos de La carretera, de Cormac Mccarthy. La segunda no se parece a nada y es brutal e incómoda. Se atreve a hacer cosas que pocas superproducciones se atreverían a hacer.

Si vamos hacia algo más indie, el mejor de los últimos tiempos es, sin duda, Disco Elysium. Se trata de un juego de rol de detectives en un mundo distópico y violentamente político. Cuando ganó el Premio al Mejor Juego Indie del 2020, sus creadores dieron las gracias a Marx y a Engels por ayudarlos a pensar. No era una referencia casual, el juego, creado por el grupo de artistas polacos ZA/UM (donde hay desde escritores a pensadores pintores y animadores) creó un título con mucha teoría política.

Revanchol es una ciudad ficticia en un mundo ficticio, pero las conversaciones sobre anarquismo, comunismo o capitalismo tienen una base tremendamente real. Los escenarios parecen pintados al óleo (con referencias a Alex Kanevsky).

Las interminables conversaciones están bien escritas. El argumento, sacado de un noir detectivesco, tiene influencias de series recientes como The Wire o True Detective. Pero también de escritores como Emile Zola. Todo ello salpicado de una banda sonora magistral de Sea Power. Una maravilla.

Otra opción es Hellblade: Senua’s Sacrifice. Este juego puede parecer un juego de exploración y combate, sin más. Y lo es. Pero el viaje que emprendemos no solo es físico, sino interior; los demonios contra los que tiene que luchar esta guerrera nórdica son mentales.

El juego, construido con el asesoramiento de psiquiatras y expertos, aborda las enfermedades mentales como solo un videojuego puede hacer: poniéndonos en la piel de una persona que las sufre.

Puede que este sea algo más antiguo que el resto, es de 2016. Pero Inside es un juegazo que no ha perdido fuerza en estos años. Inside solo podría haber sido un videojuego. No tiene diálogos, no hay textos o pistas que nos ayuden a entender este futuro distópico.

Manejamos a un niño en un mundo oscuro y aterrador. La dirección de arte es envolvente, con una paleta de colores limitada y un diseño de personajes efectivo pero minimalista. Las personas no tienen ni rostro. Es una elección consciente, pues Inside habla de la pérdida de humanidad. Tiene referencias al cine de terror alemán de los años cincuenta en lo estético, y a la obra de Orwell en lo argumental. Pone los pelos de punta y tiene un final de los que te deja pegado a la pantalla. Y al mando.

Estos son solo algunos ejemplos de que lo de los videojuegos es un torrente de arte y creatividad que solo podría ser denostado por quien dejó de jugar con el lanzamiento del Green Beret. Pero, por aportar un argumento a los escépticos y a los amigos del desarrollo, lo de los videojuegos es un dineral, un pastruzal, un escándalo pecuniario pero para bien.

LO DE LOS LIBROS CON MUCHOS DIBUJOS

Mirad, nosotros de otra cosa no, pero de ilustraciones sabemos un rato, aunque sea por reiteración en el delito. Y por lo que sea, hay muchas personas a las que les gustan las historias. Les gusta leer y les gustan las ilustraciones pintonas. Así que vamos a permitirnos empezar estas recomendaciones por si querías lanzarte hoy a la librería y a la biblioteca y no sabías a qué estantería arrojarte.

Vamos a comenzar con dos cositas de Astiberri, un valor seguro en esto de los volúmenes ilustrados. La ballena tatuada, de Darío Adanti es, a la vez, un cómic, un tratado histórico, una novela de aventuras y una combinación de todo eso junto convertido en proyección autobiográfica. Un viaje alrededor del mundo para navegantes fantásticos.

Un fantasma, de Arnau Sanz, es lo contrario. Es también historia, pero futura, opresiva. Un relato doméstico y apocalíptico construido a partir de un estilo y una paleta de color original y personal.

El ilustrador Riki Blanco publicó La poesía que nos merecemos (Reservoir Books) a comienzos de este año. Por aquellos entonces, escribíamos que «el libro es una especie de examen de conciencia de la especie humana, con lo que eso toca la moral a aquellos que se creen inmaculados». Lo seguimos manteniendo.

Hace ya dos años de Escapar de la guerra y de las olas, del ilustrador Olivier Kugler, un volumen de Turner que sigue doliendo por la crudeza de su historia.

Lo que Kugler quería es usar unas fotos realizadas bajo el amparo de Médicos sin Fronteras para filtrar el retrato de los protagonistas de las migraciones a través de sus pinceles. Así que el autor cogió su mochila y se marchó al Kurdistán, a Grecia y a Francia, tres de los puntos calientes de acumulación de migrantes y refugiados.

El libro combina la representación de la miseria humana en contraposición con la esperanza y resistencia de las personas que peor lo pasan.

Si pasamos a territorios más mundanos, llegamos a Madonna. Una biografía (Plan B), un libro con aroma a chicle y fanzine escrito por Los Prieto Flores (Borja Prieto y Natalia Flores). Los autores, especialistas en lo más mainstream y lo más underground de la cultura pop, repasan la carrera y la trascendencia del icono musical en un libro ilustrado por Isa Muguruza.

Para terminar, llegamos a Rusty Brown, la obra maestra de Chris Ware. Un tocho que llevó a Ware más de 15 años de trabajo.

Rusty Brown es un ejercicio sublime de entrelazado de historias y líneas temporales, una epopeya gráfica tremendamente exigente y satisfactoria que justifica en todo su sentido la huída de la convencionalidad.

Puedes leer Rusty Brown seis veces y seguir encontrando detalles alucinantes. Y leyendo Rusty Brown una sola vez, te das cuenta de manera inequívoca de que hay pocos sitios mejores para encontrar refugio y gastar el dinero.

 

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