La «siembra de nubes» es una técnica para provocar precipitaciones de nieve a voluntad. Este objetivo ha estado siempre en la mente de los humanos pero, desde hace poco, lo han recuperado en países con extensas zonas áridas, como Estados Unidos, Emiratos Árabes Unidos, Israel o la India.
La escasez de agua ha sido y es una de las grandes preocupaciones a lo largo de la historia. Sin agua es imposible la vida. No solo la humana. La vida, así, en general. Durante siglos, se han desarrollado ingenios para canalizar el agua, embalsarla e incluso provocar la lluvia de muy diversas formas. Desde las danzas de los nativos norteamericanos, a los sacrificios humanos, sin olvidar las procesiones religiosas de los pueblos mediterráneos.
En la actualidad, con un poco más de información sobre los fenómenos atmosféricos, se están desarrollando experimentos para provocar la lluvia. Uno de ellos es el que se basa en el lanzamiento contra los cúmulos de agua de partículas de diferentes elementos que provocan las precipitaciones. Es lo que se llama «siembra de nubes».
Estos experimentos se basan en el hecho de que algunas nubes están formadas por vapor de agua por debajo de 0 grados pero en un punto anterior a la congelación. De hecho, para que esta se produzca es necesario que intervenga otro elemento además del agua. Por ejemplo, una partícula de polvo, una bacteria, una pizca de hielo. Es lo que los científicos que trabajan en este campo llaman «semilla». De ahí lo de «sembrar nubes».
Estos primeros experimentos se desarrollaron en el ámbito militar durante la Segunda Guerra Mundial pues, además de ser imprescindible para la vida, controlar el agua y las precipitaciones de lluvia puede tener importantes repercusiones en el campo estratégico y geopolítico.
Finalizada la contienda, un equipo de investigadores que trabajaban para la General Electric, entre los que estaban Vincent Schaefer, Irving Langimuir y Bernard Vonnegut, consiguieron crear en 1946 un sistema para producir tormentas de nieve en laboratorio. Para conseguirlo, intervenían en los cúmulos de agua introduciendo en ellos hielo seco y, posteriormente, yoduro de plata.
Las moléculas del yoduro de plata son muy semejantes a las de los cristales de hielo y, al entrar en contacto con el vapor de agua a baja temperatura, se combinan entre sí generando copos de nieve que, después, caen sobre el suelo.
La forma de hacer que el yoduro de plata entre en contacto con los cúmulos de agua es tan sencillo como lanzar al cielo bengalas en cuyo interior está el yoduro o generar grandes columnas de humo que ascienden al cielo y hacen entrar en contacto al yoduro con el vapor de agua.
En los últimos tiempos, y a consecuencia de los posibles efectos adversos del yoduro para la salud de los humanos y animales, algunos países están experimentando también con sal, que genera lluvia en lugar de hielo aunque pude tener efectos sobre los cultivos por aumentar la salinidad del terreno. En todo caso, se emplee una u otra técnica, los resultados son más o menos los mismos: un aumento de las precipitaciones en forma de nieve de entre el 5% y el 15%, datos que, si se extrapolan en el tiempo, podrían hacer disminuir la temperatura del planeta en un grado centígrado.
Esta información es la que ha animado a países como Emiratos Árabes Unidos, Israel, India, China o Estados Unidos a reactivar la investigación en el tema de la «siembra de nubes» para combatir la sequía en zonas desérticas, cubrir las necesidades de agua de la población e incluso combatir la contaminación gracias al aumento de las precipitaciones, las cuales ayudarían a limpiar la atmósfera.
A pesar e los importantes presupuestos destinados a estos proyectos, que en ocasiones superan los cientos de millones de dólares anuales, como en el caso de Emiratos Árabes (500 millones en 2015) y China (168 millones en 2018), estas técnicas se enfrentan a diferentes problemas.
El primero de ellos es la dificultad de conseguir datos fiables de los estudios de campo, sencillamente, porque el clima es mutable y no siempre se dan las mismas condiciones para repetir los experimentos. El segundo problema más importante es el desconocimiento de cómo esos experimentos de intervención en elementos climáticos realizados en un determinado punto pueden generar un «efecto mariposa» en otras zonas.
En los años 40 y 50, los estudios de Vincent Schaefer, Irving Langimuir y Bernard Vonnegut se realizaban en laboratorio, con condiciones estables y en espacios que no eran mayores que una nevera de helados de bar. Sin embargo, cuando se trasladaron esos experimentos a la realidad, las consecuencias fueron inesperadas.
Ese ese es el caso del proyecto Cirrus, que intentaba operar sobre los huracanes para controlarlos y debilitar su fuerza destructora. Para ello se utilizó en 1947 el método del hielo seco, que fue esparcido por un avión militar en el interior de un huracán para hacer más grande su centro y debilitar así su fuerza.
El problema surgió cuando ese huracán, aparentemente debilitado, se desplazó, recuperó fuerza y destruyó toda la zona costera de Georgia. Los afectados se pasaron años reclamando contra el Gobierno estadounidense que, hasta años después, no reconocería que la catástrofe sufrida había sido provocada por un experimento fallido.
Recientemente, China sufrió un caso similar aunque con consecuencias mucho menos dramáticas. En 2009, el gobierno del país provocó una nevada con la técnica de la «siembra de nubes» que se alargó durante más de 11 horas y tuvo más intensidad de la planeada.
En todo caso, no fue nada comparable con el error de la Fuerza Aérea Rusa que, al ir a «sembrar nubes» lanzando contra ellas sacos de cemento desde un avión, se encontró con la desagradable sorpresa que uno de los sacos no se abrió y fue a impactar contra el tejado de una casa. Como informó la Agencia Reuters, no hubo heridos, pero el dueño de la vivienda reclamó una indemnización mayor de la que le habían ofrecido en un primer momento las autoridades y que era de poco más de 2.000 dólares.