Se ofrece ocupación (imprescindible ser mayor de 70 años)

14 de febrero de 2014
14 de febrero de 2014
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En Zurich, en el antiguo barrio industrial de la ciudad, se esconde una tienda de ropa y complementos muy peculiar. Se llama Senior Design Factory y en ella trabajan codo con codo jóvenes treintañeros expertos en diseño junto a un grupo de veteranos que superan los 70 años de edad. Los unos aportan su pericia en el diseño; los otros, manos expertas. Y juntos logran lo que la sociedad no consigue: un puente entre mundos separados.

La vejez es, probablemente, la etapa de la vida sobre la que se habla con menos franqueza. En ocasiones da la sensación de que se miente deliberadamente. Parece existir una especie de pacto social que recomienda contar únicamente las bondades de ser un venerable ‘abuelete’ o, como mínimo, pasar de puntillas sobre aspectos menos agradables.

La realidad idealizada se ha construido a base de clichés repetidos hasta el hartazgo (tiempo de sabiduría, placidez, sosiego) apartando sutilmente del foco lo que irremediablemente padecemos la inmensa mayoría de los mortales rebasada la franja de los 70: desasosiego, melancolía y la sensación de que ya no formas parte de un todo. No hay química para curar ciertos achaques que sufre el alma; pero sí, algunas ayudas: por un lado, la fortuna (que la salud acompañe); y por otro, tener la capacidad para hacer un pacto honrado con la soledad, el verdadero secreto —como dice García Márquez— para una buena vejez.

Ese pacto se suele alcanzar de una forma más o menos amable cuando los ancianos tienen la posibilidad de abandonar su ‘obligado’ retiro, aunque solo sea un rato a la semana, y se reintegran al mundo que se abre más allá de su gueto generacional. Benjamin Mose y Debora Biffi llevan cerca de dos años logrando que algunos ancianos de su ciudad (Zurich) vuelvan a sentirse útiles y parte fundamental de un proyecto conjunto.

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En la primavera de 2011 abrieron la Senior Design Factory, un espacio de creación artesanal donde se reúnen jóvenes y ancianos para colaborar de igual a igual en proyectos creativos, fomentando así un enriquecedor intercambio de técnica y experiencia. La iniciativa ha tenido un gran éxito, convirtiéndose en una creciente empresa de manufacturación textil y haciendo incursiones también en otros campos como el de la decoración o la gastronomía.

En el taller, que además tiene también una zona de tienda donde se venden los productos finalizados, los mayores explican, por ejemplo, la manera más eficiente de tejer una bufanda y, a su vez, los jóvenes aportan sus conocimientos en el diseño y el marketing. Paralelamente, se organizan talleres abiertos al público en los que el grupo de jubilados dan master classes de punto o ganchillo a todo aquel que quiera aprender. Básicamente se trata de tender puentes entre generaciones tanto a nivel creativo como social, y abrir un espacio donde ancianos y jóvenes interactúen de una manera que, en otro contexto, hoy por hoy es prácticamente imposible.

Todo arrancó hace cinco años, cuando a Benjamin y a Debora se les ocurrió afrontar el proyecto final de sus estudios de Diseño prescindiendo al máximo de lo digital y centrándose en la artesanía tradicional de las abuelas. La idea: hacer un calcetín de 10 metros de longitud diseñado por ellos dos, pero trabajado con la técnica de toda la vida. Obviamente necesitaban manos expertas. En su búsqueda se toparon con un grupo de ancianas que regularmente tejían juntas en la Altersheim Limmat (la residencia de ancianos de Limmat), en el número 186 de Limmatstrasse. Les presentaron el proyecto, llegaron a un acuerdo y comenzaron a trabajar juntos. Después de seis meses, el calcetín gigante era una realidad y las ancianas acudieron a la presentación llenas de orgullo.

«Era muy curioso —recuerda Benjamin— ver a todos aquellos jóvenes diseñadores y expertos en marketing en los otros stands, y en el nuestro, a aquel grupo de abuelas de pelo blanco. Sin embargo, nos dimos cuenta de que en poco tiempo la sociedad entera iba a tener ese aspecto y que lo más natural era crear puentes que nos unieran». Parte del desafío académico que representaba el desarrollo de su tesis era, precisamente, este problema. Así que una vez acabados los estudios decidieron seguir adelante y afrontar la necesidad social con un proyecto de largo recorrido. Y así nació la Senior Design Factory.

«Decidimos abrir un espacio donde jóvenes y adultos se reunieran y empezamos a dar forma a este lugar; pensamos cómo acoplarlos y cómo trabajar conjuntamente, de manera normal, con una relación de total igualdad y no del tipo ‘joven con salud-viejo enfermo’. Y eso hacemos ahora: creamos productos, hacemos talleres donde los jóvenes aprenden en esta misma mesa cómo tejer, cómo trabajar determinados materiales. Nuestros colaboradores conocen las técnicas, nosotros qué colores y formas están de moda… Es una situación en la que todos ganamos».

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La mesa de madera ante la que nos encontramos charlando ahora es el centro neurálgico de todo lo que ocurre en la Senior Design Factory. Benjamin y Debora se encargan de los diseños de los productos de cada temporada y después se ponen en común sobre la madera, dejando que cada anciano introduzca su propios inputs. «Eso es lo que buscamos: ver cómo pueden aportar su granito de arena en el proceso de creación».

«Por lo general, trabajamos con un grupo básico de 10 seniors (la mayor, una mujer de 95 años) y luego tenemos mucha gente que se nos suma en proyectos diferentes. Por ejemplo, durante las Navidades o en épocas especiales, donde reunimos hasta 30 ancianos y 10 jóvenes. Pero depende del proyecto: durante los últimos dos años hemos trabajado en un café restaurante con 8 ancianos y 6 jóvenes colaborando codo con codo. Pero ahora nos centramos en proyectos de diseño porque nos permite involucrar a más gente que en el gastronómico».

El proceso de selección de los expertos senior funciona exactamente igual que en cualquier empresa. Entrega de currículum y a esperar la llamada. Pero hay requisitos, obviamente. La oferta se anuncia así:

«Para nuestro equipo estamos buscando personas mayores (70+) y alegres, de preferencia con experiencia en servicios y que desee apoyar con trabajo voluntario nuestra organización sin fines de lucro. Ofrecemos un trabajo variado en una operación innovadora, así como el reembolso de los gastos y comidas. ¿Te gustaría formar parte de nuestro equipo?».

Benjamin asegura que, aunque les gustaría, les resulta imposible trabajar con todo el mundo. «Tenemos que seleccionar a la gente en función de sus habilidades, luego buscamos el proyecto y vemos cómo encajarlas. No hay que olvidar que, al fin y al cabo, se trata de producir un producto y no actuar únicamente como terapia».

En el taller se trabajan desde bufandas y cestas hasta alfombras, que luego se ponen a la venta. Pero una parte del proceso consiste también en enseñar a quien lo desee cómo elaborar en casa esos tejidos. «Se genera una energía muy positiva cuando esa gente ve que puede enseñar cosas a muchachos, y viceversa, cuando los jóvenes ven que aún tienen cosas que aprender de una persona mayor. Se genera un respeto y desaparece el típico ¡qué aburrido, cosas de vieja! Esa es una de las ideas que la Factory quiere transmitir: sabemos cómo hacer esto y queremos que ese conocimiento se transmita a los jóvenes».

Seguramente no manejan el ratón con la soltura de un chaval de 20 años, ni les entra a la primera el porqué colocar este color aquí y no allí, o por qué darle esta forma determinada al producto. Pero no importa. Su aportación va por otros senderos. Y ellos están encantados con su tarea.

Benjamin explica que son muchos los familiares de los abuelos que les confiesan que desde que colaboran aquí les ven más felices, más abiertos de mente. Simplemente, se dan cuenta de que aún pueden mantener contacto con generaciones más jóvenes y sentirse importantes y jóvenes a la vez. «Sus conversaciones habituales suelen versar sobre el dolor de cadera o de la pierna, etc. Aquí dentro todo eso es diferente. Los jóvenes no preguntan sobre la salud sino sobre la conveniencia de probar este diseño o este color. Y su actitud cambia automáticamente».

Los workshops constituyen un pilar esencial de todo el proyecto. No actúan como un seller habitual, como una tienda de ropa al uso. Se trata de aprender a hacerlo por ti mismo y lograr que haya una relación social con los mayores, que esta generación se sienta útil enseñando algo. «Si basáramos todo en la producción, seguramente nos iríamos a China, que es mucho más barato. Para nosotros cuenta mucho que la gente mayor sea parte imprescindible de todo el proceso. Nos gustaría comenzar a esparcir la idea del modelo para que en el futuro la gente venga a pedirles consejo a los ancianos sobre cómo hacer esto. Ese quizás sea el siguiente paso en el que estamos».

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