El 'voyeurismo' exquisito de Seth Armstrong

30 de octubre de 2014
30 de octubre de 2014
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Seth Armstrong empezó pintando cuadros de batallas y de las Tortugas Ninja. Tenía entonces cinco años. Un cuarto de siglo más tarde este pintor esboza escenas de realidad con una maestría reservada solo a unos pocos. Cuando se contempla una obra de Armstrong una sensación de deja vú invade al espectador. Recuerdos oníricos se amontonan y hablan de un pasado que nunca se vivió, de una escena que nunca se llegó a presenciar. La vivacidad de sus cuadros es tal que despierta algo en el subconsciente, una vaga familiaridad, una certeza de realidad.
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Armstrong tiene 30 años, un miedo irracional a las abejas y un prestigio in crescendo que le ha llevado a exponer en las galerías más importantes de ciudades como Nueva York o Berlín. Pero este artista californiano tiene los pies en el suelo, es impermeable a las alabanzas y confiesa que aún no ha encontrado su estilo. «No estoy seguro de cuando lo encontraré» agrega lacónicamente.
Las pinturas de Armstrong son realistas. No se adscriben a una corriente artística, su realismo no es formal sino de fondo, de contexto. Sus pinturas parecen haber captado un momento que forma parte de una acción que se desarrolla en el tiempo. Una narrativa a pinceladas que presenta historias para que estas evolucionen en la mente del espectador.
Durante algún tiempo Armstrong colaboró con distintas galerías de la bahía californiana, instalando y desinstalando exposiciones ajenas. También trabajó en la construcción, dando clases de matemáticas o paseando perros. Pero desde hace unos años puede vivir de la pintura.
Empezó combinando pequeñas exposiciones con encargos para revistas como Esquire o Mr. Porter. Una serie para este medio, ‘Book your stay’, fue reseñada en publicaciones especializadas como It’s Nice That. En ella, Armstrong dibujaba las carátulas de los hitos de la novela americana sobre el paisaje que estos libros evocaban al lector. Una idea tan simple como brillante que sirvió de carta de presentación para un trabajo prolífico, auténtico y diverso.
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«Creo que si no fuera un artista sería considerado una amenaza pública» asegura con sorna Armstrong sobre el tono, decididamente voyeurístico, de algunas de sus obras. El pintor no niega la búsqueda del morbo en muchos de sus cuadros, incluso llega a justificar el aire retro de su estilo porque «había muchas chicas desnudas en los sesenta y setenta».
En un tono más serio, afirma que «hay una excitación innegable en el acto de mirar algo que te gusta pero que no deberías ver». La languidez de los cuerpos, la sensualidad cotidiana, espontánea que emana de sus modelos, parecen confirmar silenciosamente sus palabras.

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Foto del artista

Pero los óleos de Armstrong son mucho más que un conjunto de cuerpos bonitos. El autor reconoce beber de fuentes tan diversas como el cómic, la publicidad y postales antiguas que encuentra en mercadillos.
El protagonismo de la arquitectura en sus obras recuerda al Hopper más intimista; la rapidez del trazo, a los impresionistas europeos y el cuidado diseño de interiores parece asemejarse a una exquisita revista de decoración. La obra de Armstrong es un collage de estilos con un resultado único.
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