La era del ‘stalkeo’: no hay razón para esta obsesión

19 de enero de 2017
19 de enero de 2017
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«Estoy bastante segura de que esto es ilegal, pero…». Así empiezan esa clase de historias que de verdad interesan a hijos y nietos. Tomad nota, Ted Mosbys de medio pelo y guionistas de series para solteros desahuciados. «Miré en el tique y encontré el nombre de uno de los chicos. Más tarde, cuando había acabado de trabajar, entré en Facebook y busqué su nombre: lo encontré, y resultó ser parte de un grupo masculino de a cappella».

Así responde una joven de manos inquietas en un vídeo en el que preguntan cuándo fue la última vez que stalkeó a alguien a través de las redes sociales. Fundéu recuerda que acechar, espiar, husmear o acosar son alternativas preferibles a stalkear: observar a alguien a través de sus perfiles en redes sociales para obtener información. Sin embargo, el extranjerismo es tan fascinante y atractivo como la facilidad con la que la vida moderna desliza hilos de los que tirar para desentrañar, desde el anonimato, el ovillo de la identidad en el siglo XXI.

Lo que hoy es stalkear a principios de siglo era una película de Josh Hartnett y Diane Kruger. Y en los 90 era otra, la original, de Monica Bellucci y Vincent Cassel. Es decir, el único matiz de novedad que le hemos dado al asunto de husmear a partir de las redes sociales es el de adoptar el anglicismo y extirparle la connotación delictiva que tiene en su acepción original.

Tampoco queremos que algo que podemos llegar a hacer con cierta asiduidad nos haga sentir culpables. Josh Hartnett salía corriendo de la tienda de imagen y sonido de su madre (la peli era de 2004, pero apestaba a los 90) para seguirle la pista a Diane Kruger. El stalker, entonces, requería de un esfuerzo físico disuasorio que hoy no existe porque basta con reunir la suficiente energía como para encender el ordenador o desbloquear el móvil.

Otra cosa que sí hemos modificado es el resultado final. O quizá no es una modificación en sí: a lo mejor es que ya era así entonces. En Obsesión, Hartnett persigue sin ningún tipo de pudor a Diane Kruger hasta que esta, claro, cae rendida ante el mérito indudable de un perturbado que es capaz de perseguirla en medio de una nevada sólo con un triste abrigo de paño y un gorro mal puesto, colarse en su escuela de baile y quedarse plantado como quien va a una reunión de vecinos que no es la suya.

No llama a la policía ni avisa a sus amigos alemanes: le invita a cenar con una nota en una caja de zapatos. Violemos a sus caballos y huyamos en sus mujeres, eso les confundirá. Hoy, el acto del stalkeo se queda, con suerte, en la desconcertante colección de conatos de solicitudes de mensajes en Facebook.

«Lo que ahora se considera una conducta de acoso, en el pasado y a través de la literatura estaba a menudo asociado a proposiciones románticas recomendables y apropiadas», explican Paul Skalski y Julie Cajigas, de la Universidad de Cleveland State, en Encyclopedia of Social Networks (SAGE Publications, 2011).

Lo que aquí y ahora vendría a ser el factor Hartnett: «muchas de estas historias presentan a hombres mirando a través de ventanas de mujeres y luchando por su atención, y a gente enviando cartas de amor y poemas a diario durante años hasta que los objetos de su deseo por fin aceptan». El stalkeo actual no deja de ser una manifestación de aquella creación cultural a la que se suma esa perniciosa polidipsia informativa de hoy que tanto favorece la tecnología.

Todo esto viene de lejos. En los albores de la era Facebook, cuando MySpace no sólo no era el homenaje al estepicursor polvoriento que es hoy, sino que era el lugar donde estar, stalkear ya era tendencia. Hace una década, USA Today publicaba un extraño artículo, entre la premonición y el terror de los que creían que con cada foto se despedían de un pedazo de alma, titulado Confesiones de Facebook stalkers.

El texto contenía maravillas posmodernas como las palabras de Reus, una estudiante de 21 años que hablaba como un exalcohólico de 47: «Conozco gente nueva y eso es lo peor, porque les he visto en Facebook. Lo sé todo sobre sus vidas y con quiénes están saliendo, pero tengo que fingir que no sé nada de ellos». El futuro, hoy, se dispara en multitud de direcciones; tantas como perfiles tengas en plataformas sociales.

«Los usuarios de Facebook suelen admitir que espían a otros en Facebook, pero la mayor parte de estos casos no están acompañados de amenazas o acoso. Simplemente se involucran usando las tecnologías de las redes sociales para ver información sobre otros que han decidido compartir», concluyen Skalski y Cajigas, lo cual encaja a la perfección con la realidad en 2017: «He fisgoneado más de lo que me gustaría confesar», reconoce otra de las participantes en el vídeo sobre los stalkers.

Hemos desterrado la perversión del término con tanto empeño que ya es más sencillo confesar que stalkeas que decir que ves First Dates. Se le ha retirado la carga perversa, quizá porque está al alcance de cualquiera. El «no soy lo que crees que soy» de Hartnett, cuando es descubierto en Obsesión, hoy tendría una coda absurdamente aburrida: «Tengo mucho tiempo libre y tú tienes abierto tu perfil de Facebook».

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